ópera para todos.
Herbert von Karajan tenía la costumbre de interpretar a Mozart con una profundidad que se ajustaba más a la del siglo XX que a la del siglo XVIII. Ormandy se tomó la libertad de transcribir las obras que Bach concibió para el órgano y las hizo ejecutar por una orquesta con gran éxito. Stravinsky alentaba a otros directores para que alteraran indiscriminadamente las puntuaciones de sus obras y hasta las notas de sus propias partituras. Los ejemplos de falta de fidelidad a la obra original son infinitos. Y, desde ya, apruebo todas esta prácticas, quizás porque le tengo mayor respeto a la música que a los músicos.
Pero hay quienes no sólo profesan un extraño amor a los compositores, exigiendo la fidelidad al momento de ejecutar sus obras, sino que, a un mismo tiempo, están enamorados de la época en las cuales fueron compuestas esas obras, y exigen la ejecución de las mismas con instrumentos e interpretaciones acordes a esa época. . Se horrorizan ante un Bach ejecutado al piano. Pretenden a Vivaldi únicamente con bajos de viola da gamba. Creo que tratan de ajustar el arte musical a los canones del arte pictórico. En efecto, este último, en última instancia y más allá de las interpretaciones que uno pudiera dar, habla elocuentemente de la época de su realización. Tiene un marco histórico ineludible, sin el cual no tiene mayor sentido su disfrute. Tuve un profesor de estética que decía que lo dominante en la contemplación de un cuadro no es lo emotivo, sino el sentido crítico. El que busca llorar frente a la Gioconda no entendió absolutamente nada de ese arte. Sin embargo, la emoción prevalece aún hoy cuando escuchamos una obra de dos siglos de antigüedad. ¿ Dónde está la diferencia esencial entre estas dos ramas del arte? Quizás a usted le parezca muy básico lo que voy a decir, pero ante la existencia de estos tipos que hablan de una sinfonía como si de un cuadro se tratase no está de más repetir ciertas cosas.
El arte musical es un arte mediatizado. Es un arte que se transmite por la interpretación musical. Sin interpretación no hay música. En esto se asemeja a la lectura más que a la escritura, (y hasta me animaría a rescatar el valor artístico de la tarea que realiza Laiseca al leer los cuentos en el canal I--Sat.) Nunca sabremos a ciencia cierta como leía en voz alta (léase, interpretaba) el ignorado villano que transmitía el Quijote a un conjunto de analfabetos allá por el XVII. De la misma manera nunca sabremos como se interpretaba una fuga de Buxtehude por la misma época. (Incluso aquellos que leen partituras se ven en la obligación de interpretar.)
El problema no es la existencia de los puristas, el problema es que muchos de ellos se transforman en puritanos y no sólo prefieren aquellas interpretaciones originales con instrumentos originales, sino que también las tratan de imponer. Militantes de las delimitaciones puras del arte, deberían negarse a escuchar las obras valiéndose de un buen equipo de audio. Inversamente, deberían disfrutar de una obra orquestal del siglo XVIII al igual que lo hacia aquella gente; con el director marcando el compás a bastonazos contra el piso, con el público siempre atestado de niños hablando a viva voz y, por supuesto, deberían recibir la música como lo ellos lo hacían: Despreocupadamente.
Bueno, como la música es un arte egoísta y solitario, me tendría que chupar un huevo la postura de estos puristas. Sin embargo, donde se hacen más fuertes, donde cierran filas como si de resguardar un tesoro se tratase, es en la ópera. ¿Cuál es el problema? Las que fueron escritas originalmente en castellano son escasas y de mala calidad. Por lo tanto, a los aficionados nos queda la obligación de dominar al menos el italiano y el alemán. Es verdad, casi todos los lugares donde se representan las obras se las traduce. No obstante, una ópera no es una película. Invita permanentemente a cantar al espectador que, sentado confortablemente en un sillón o caminando en pelotas por su casa, se siente un protagonista más de la obra. Y es que una ópera que no se entiende no tiene sentido, o al menos no tiene todo el sentido que debería tener. El “doblaje” de las grandes obras líricas, entre otras cosas, podría estimular a muchas personas a acercarse a este arte. ¡¡¡Hay, me olvidaba de los puristas.!!! Ese puede ser el principal motivo de su militancia. Entre ellos mismos, muchos ni siquiera dominan su idioma materno, y gustan de la ópera no por amor a la música, sino por amor al status. Sospecho que en Alemania e Italia es más popular, aunque no masiva, a causa del idioma, y no a causa de otra cosa. Por otra parte el idioma es lo de menos en algunas óperas, ya que se puede salvar la línea melódica alargando alguna que otra sílaba. Salomé no va a ser menos buena en árabe o en castellano. Y Norma no puede mejorar un ápice en ningún idioma.
Por favor, ópera para todos.
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