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Como José no
tenía libros iba por el mundo publicando que tenía calle. Él se
movía por Buenos Aires como una pantera en la noche. ¨La tenía clara¨.
Un mal día se
quedó sin laburo. Con fortuna consiguió trabajo de mozo en Noruega.
En Oslo se
metió su calle en el orto. No es que los
oslenses no tuviesen necesidad de calle, al menos en los dos putos meses en los
cuales pueden caminar a la intemperie, sino que se trata de otra calle. José se sintió como una pantera en el zoológico.
Entre pedido y
pedido, nuestro mozo fue aprendiendo a putear en noruego, a escupir en noruego
y a decir ¨calle¨ en noruego, sin llegar a ser jamás un oslense hecho y derecho. Para entretenerse, y con orgullo, publicaba a todo el que se le cruzaba sus
andanzas porteñas y lo que se debe y no se debe hacer ante un rati o un punga,
una plaza semivacía o una noche cerrada, una tuca o una mina. Lo escuchaban
maravillados.
Un buen día
dio en un bar con un antropólogo que reparó, por casualidad, en toda la calle
porteña de José. El catedrático lo invitó a
la casa para aprender más sobre el asunto. Hoy José forma parte de una tesis de
doctorado en antropología.
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