Don nadie— Usted no sabe nada
de historia. Las cosas que afirma en sus libros son falsedades absolutas.
Sarmiento— Y usted podrá saber mucho de historia, pero
nada sabe de política.
(Diálogo apócrifo… pero verosímil)
Pero los que hacen historia ¨de verdad¨, no pueden indignarse por lo que dicen aquellos que hacen política, simplemente porque están jugando otro juego (y con otros espectadores).
En la escuela se enseña que Rosas hablaba de ¨Salvajes Unitarios¨ y hasta escribía en
los estandartes ¨Mueran los salvajes
Unitarios¨. Los unitarios eran
aquellos que supuestamente querían más a los libros que a las alpargatas. Digamos
que con esta proclama se estaría condenando a aquellos que eran enemigos del
pueblo. Pero... ¿Quienes eran los salvajes? Claro, los indios. O sea que se estigmatizaba
a los unitarios con la peor afrenta que le podían hacer: poniéndolos al mismo
nivel que a los incivilizados aborígenes. (E incluso Rosas se preocupaba por
hacer llegar su mensaje; nótese que lo escribía en las banderas cuando casi
nadie sabía leer). Por si todavía hace falta aclararlo: esto era así porque el
indio era odiado tanto por los federales como por los unitarios, por los blancos como por los negros. En aquella época
todos odiaban al salvaje. Pero en el aula no hay que avivar a los pibes.
La
historia de verdad es un esfuerzo por llegar a una verosimilitud que nos
obligue a pensar como pensaban en aquel entonces. Ahora bien. Si ves que se
reivindica a Rosas—que hizo una compaña de escarmiento a los indígenas—como a un
copado amigo de los pueblos originarios, o se juzga a Sarmiento por su falta de
rigorismo histórico o por su odio al gaucho, o por qué sé yo… no te indignes. Los muertos están muertos,
pero aún podemos hacer política con ellos, afortunadamente. Más aún, estamos
obligados a hacer historia verdadera con las historias falsas del pasado, como
una dialéctica entre la verdad y la mentira. ¿Por qué?: porque la política es
la que produce la historia. Por eso mismo es tan importante saber mentir como
saber identificar las mentiras heredadas. Hacer buena política es también saber
afilar el cuchillo.
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