Sabemos que Pitágoras acaso no haya
existido. Tal vez, entonces, sería más apropiado hablar de los pitagóricos, un
conjunto de filósofos que, por costumbre, inventaron un maestro. Pero, a pesar
de la invención—o precisamente por eso mismo—no conocemos el nombre de ningún
pitagórico. Y entonces volvemos al punto de partida, porque si no tenemos más
que un sólo nombre propio, todos los números se resuelven en la unidad, divinizada:
Pitágoras. O quizás, más precisamente, en el alma del maestro, que
transmigrando de cuerpo en cuerpo, funda una escuela.
Tampoco
sabemos si está bien hablar de filosofía
pitagórica. Para muchos se trata de un misticismo que se confunde con el
orfismo, una especie de religión de la época. Y menos conocimiento tenemos de
la geografía que los parió. Sabemos que eran Jonios, de origen, con su dialecto.
Pero la escuela, se nos dice, se funda en el sur de Italia y escriben como se
escribía en ese lugar. Y hay estudiosos que dicen todo lo contrario. (Eggers
Lan, Los filósofos presocráticos)
Ciertas
prescripciones religiosas que dominaban a estos tipos nos hablan de un rigorismo
intelectual más que de una rigurosidad filosófica. Por ejemplo: abstenerse
de legumbres, no andar por la calle principal, no permanecer de pie sobre los
recortes de las propias uñas, deshacer la marca dejada por la olla entre las
cenizas, no sentarse sobre balanzas, etcétera (Copleston, Historia de la filosofía) Y, por supuesto, no comer carne, porque
un pitagórico podría transformarse, muerte mediante, en un conejo o en una gaviota.
Entonces no sabemos si Pitágoras ha existido, pero tampoco sabemos si hoy Pitágoras
es un conejo o una gaviota o una lechuza o un perezoso.
La
armonía de las esferas tal vez sea su teoría más difundida. Los planetas, con
sus movimientos, emiten música, pero no la escuchamos porque estamos muy
acostumbrados. Estamos tan acostumbrados como a ponerle nombre propio a las
cosas y a los hombres.
No está claro si la filosofía—o la
religión— de Pitágoras— o de los pitagóricos— surge en el sur de Italia—o en
Jonia—. No obstante lo cual, algo hay que enseñar sobre lo que poco sabemos.
Enseñamos literatura (y un buen ejemplo es el primer párrafo de este escrito). Pero, eso sí, la podemos enseñar al modo pitagórico.
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