Infierno, Canto XXXII
Cuando se habla de los grandes prohombres de la historia Argentina se suele omitir al que quizás sea el más importante de todos: Bartolomé Mitre. Sí, a ese que fue militar, presidente, historiador, inventor y poeta.
Es llamativo el hiato entre la academia y el saber común: para los primeros es un hecho obvio que la Argentina no existió hasta 1963. Para los otros es evidente que la Argentina se conforma en 1810.
La historia oficial, tanto la de antes como la de ahora, sigue sosteniendo incólume que nuestra historia, como país, surge de la revolución de mayo. Algo entonces anda mal, porque le estamos errando por más de 50 años.
Argentina se constituye como nación casi al mismo tiempo que Alemania e Italia, teniendo como corolario la fecha de 1880, en que se federaliza Buenos Aires. Pero ya antes se empieza a prefigurar este desenlace, en 1863, y acaso antes, en 1857…
Mitre es famoso—o debería serlo—por confeccionar nuestra historia, porque de esa manera estaba confeccionando un país, dado que al hacer la historia de una nación que no existía, la estaba inventando de alguna manera. Pero ya en 1857, cuando Buenos Aires estaba separada del resto del futuro país—en realidad Buenos Aires no hacía más que continuar con lo que venía haciendo desde tiempo antes—, el general Mitre tuvo su primera y poco conocida cabalgata en la edificación de una historia. Se trata de la repatriación de los restos de Rivadavia, que nominalmente fue el primer presidente. Mitre advirtió que la historia de Buenos Aires estaba identificada fuertemente con Rosas, y ese fue el remedio. Repatriando esos restos dio, además, dos mensajes muy astutos: sentó la aspiración a la hegemonía nacional por parte de Buenos Aires e identificó el pasado del país con los unitarios, y por extensión con los liberales a los cuales él pertenecía. Por lo tanto, Mitre empezó a construir el pasado del país no con un libro, sino con un cadáver.
Bartolomé estaba intentando así constituir un país, pero como todos sus coetáneos, tenía dudas sobre cuáles serían los límites físicos de ese país. Es por eso que en el diario El Nacional publica un artículo llamando a formar una República del Plata. Por esos años, Derqui y Urquiza sueñan con una República de la Mesopotamia y el uruguayo Juan Carlos Gómez pide conformar los Estados Unidos del Plata. [i]
Mitre, finalmente termina por ser el primer presidente argentino. Rivadavia había sido una simple aspiración. No había tecnología, no había caminos, no había voluntades cuando ese quijote mediocre gobernó. Bartolomé resignó ser el primero por algo que luego veremos, su propensión a pasar desapercibido. Ya como presidente quiso tomar una decisión idéntica a la intentada por Rivadavia en su momento: federalizar Buenos Aires. Pero aún no eran tiempos para eso. No obstante lo cual, la sola intención lo ennoblece.
Pero si Mitre es denostado por muchos es, sin dudas, por su actuación en la guerra del Paraguay. Muchas lecturas se pueden hacer de este hecho aberrante que costó tantas vidas. Por ejemplo la de Maclynn, en Una interpretación de las causas de la guerra de la triple alianza, hoy compartida por varios historiadores—verbigracia, Hilda Sábato—, que subraya a Mitre como el principal responsable del conflicto.
Sucintamente, según esta plausible interpretación, Mitre habría operado a las sombras, diplomáticamente, indirectamente y pacientemente, para arrojar a Brasil a una guerra contra Paraguay, en alianza con Argentina. El fin de Mitre era forjar la Argentina obligando a volcar las lealtades del interior a su favor, degradar bélicamente a un vecino por entonces poderoso y peligroso, fortalecer el ejército—y por lo tanto el monopolio de la fuerza— y, paralelamente, difundir los símbolos patrios, que en un contexto general de analfabetismo son la vía más rápida de adoctrinamiento, según entiendo, dado que la alfabetización insume un tiempo mayor. En este contexto, los enfrentamientos contra el Chacho Peñaloza y contra Felipe Varela, que se dieron en paralelo con aquella guerra, deberían ser vistos como parte de la misma estrategia, sin olvidar que Paraguay y su régimen constituían una fuente de inspiración para los pueblos del interior, dentro de una coyuntura en la cual Paraguay mismo no era percibido necesariamente como otro país.
Pero el rasgo más genial de Mitre fue pasar desapercibido, históricamente desapercibido, y a un mismo tiempo construir la historia, la nuestra. Años después de su presidencia se dedica a esa tarea. Sus monumentales obras históricas hablan por sí solas. Si usted las lee notará tras la escritura al escritor, como de costumbre. Pero hay algo en esas inagotables obras que yo vengo a destacar acá y que hasta donde sé nadie ha advertido. Mitre tiene una admiración evidente por la guerra de zapa llevada adelante por San Martin. La guerra de zapa es una táctica, muy empleada por el correntino, y que consiste en una serie de estrategias para despistar al enemigo. Básicamente se trata de decir una cosa y hacer otra o sugerir algo y hacer lo contrario. Pero la admiración de Mitre excede la guerra de zapa. Admira la forma en que San Martin le hablaba a los indios pareciendo que el mismo lo era, o admira los discursos llenos de mentiras con que arengaba a sus tropas para que vayan a morir por la virgen, siendo que tanto él como Bartolomé eran masones y ateos. Y, aunque esto no lo diga, estoy seguro que admiraba a ese oficial del ejército español que hablaba con acento andaluz y que Mitre se encargó de canonizar como el más argentino. Por lo tanto, se me hace difícil suponer que Mitre no haya tenido su propia guerra de zapa, y la guerra del Paraguay debió haber sido la suya. Además, Bartolo solía evitar firmar documentos importantes: en otras palabras, sabía evadir el juicio de la historia.
No hay una digna biografía de Mitre. Muchos achacan este defecto a la preeminencia del diario La Nación, que él fundó. Sin embargo, sería bueno que no pase más desapercibido un hombre tan importante para nuestra historia, que entre muchas otras cosas, fue el primer traductor de la Divina Comedia. Dentro de la generación del 37´ Sarmiento es Gardel, y lo eclipsa largamente. Esto no debería ser así, aunque ese destino menor haya sido el deseo del inventor de lo que somos.
[i] Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina, Cisneros-Escudé, Tomo V, pág. 169 y ss., Grupo editor latinoamericano, 1998.
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