Más allá de nuestra vida
Quizás sea normal pensar que uno se encuentra en el ombligo del mundo. Vemos las cosas desde nosotros mismos y la mejor manera de no desorientarnos es tener a nuestros cuerpos y a nuestro entorno como referencia para no perdernos.
Entonces no es de extrañar que las civilizaciones antiguas confeccionaran los mapas con su propia civilización en el centro. Tampoco es de extrañar que el geocentrismo—la afirmación de que nuestro planeta se encontraba en el centro del universo— haya reinado por tanto tiempo como paradigma científico.
El primer sacudón a este paradigma lo dio Copérnico, quien sugirió que La Tierra daba vueltas alrededor del Sol. A este polaco no le gustaba comer vidrio, de modo que calmó las intolerantes mentes de su época diciendo que en realidad su teoría era un modelo matemático, pero que en la realidad La Tierra continuaba en el centro del universo. No obstante lo cual, su pensamiento pudo burlar la censura y difundir que era La tierra la que giraba alrededor del Sol.
Entre los que confirmaron esta teoría hay dos insignes personas. Uno es Galileo Galilei, que vio por el telescopio lo que postulaba Copérnico. A Galileo lo amenazaron con torturarlo si no se desdecía de sus teorías copernicanas. Galileo hizo lo que se le pedía y salió ileso. El otro es Giordano Bruno, quien reflexionó que si cada estrella era un sol debía de haber infinidad de sistemas solares e infinidad de planetas, muchos de ellos habitados por seres inteligentes. A Giordano Bruno lo prendieron fuego en el año 1600. Su teoría era demasiada irreverente porque suponía la inutilidad de un dios. Los mismos científicos de su época lo creyeron un loco y atizaron el fuego.
En 1781 se le dio el segundo sacudón a este paradigma. William Herschel descubre Urano, el primer planeta no visible a simple vista, a casi al doble de distancia del Sol que Saturno, el más lejano hasta ese momento. Durante años los científicos, incluido Herschel, pensaron que se trataba de un cometa o algo así. Al final tuvieron que rendirse ante la evidencia: era un nuevo planeta que nunca sospecharon los astrólogos y que no contaba entre los dioses romanos. Era como un dios oculto.
Claro, Urano estaba muy lejos y muy frío como para preocuparse por la existencia de vida. Cien años después, un rana bárbaro de nombre Percival Lowell, afirmó que los canales de Marte eran grandes canales de agua construidos por seres inteligentes. Como la vida y el agua están íntimamente asociados su teoría tomó fuerza. Como los marcianos no habían llegado a la Tierra y no parecían dar muchas señales de vida que digamos se llegó a la conclusión de que ya no había nadie en el rojo planeta, y por ende, a la tranquilizadora—o angustiante—idea de que éramos los únicos seres pensantes del universo.
Pero los paradigmas de la ciencia cambian. Cuando era pequeño me enseñaron que el sol estaba en el centro y que La Tierra giraba en torno a él junto a otros planetas. Se agregaba que el Sol era una estrella, y una estrella muy particular porque tenía planetas. Como la existencia de un planeta es algo indispensable para la existencia de vida, se llegaba a la conclusión de que nuestro sistema solar, nuestro planeta y nuestra vida eran cosas excepcionales en el universo. Estos profesores se sentían muy piolas refutando a los medievales y al geocentrismo, pero estaban propagando una doctrina bastante semejante: la excepcionalidad de la vida inteligente en nuestro planeta. Decir que estamos en el centro del universo o decir que somos únicos es casi lo mismo.
A fines de XIX y comienzos del XX hubo teorías que le dieron un golpe casi mortal a nuestro egocentrismo humano. Dos fueron las más importantes: Darwin demostró que somos producto de una evolución y que descendemos de animales—e implícitamente demostró que no solo no somos la cima evolutiva sino un simple eslabón que muy probablemente en el futuro no evolucione conjuntamente—.[1] La otra cachetada al ombligo humano fue dada por Freud, que demostró que no somos tan racionales como creíamos y se atrevió a analizar los sueños como lo hacen los brujos de las tribus más atrasadas.
Como si esto fuera poco, otras teorías, luego confirmadas, pusieron al ego humano al borde de la pena de muerte. Alfred Wegener postuló la deriva de los continentes. Nada es seguro. El suelo bajo nuestros pies se mueve. Einstein dedujo que el tiempo es elástico y que lo que experimentamos como “espacio” no es más que una ilusión del tiempo en el que nos movemos. Y más recientemente se llegó a la conclusión de que Dios tenía razón: el mundo tiene un fin, al igual que en la biblia.
Pero el descubrimiento científico más espectacular pasa desapercibido para el gran público.
En 1992 se confirmó la existencia de planetas extrasolares, de un sistema planetario ajeno al nuestro y muy lejano. Se los venía observando desde tiempo atrás, pero antes que confirmar que se trataba de planetas se les atribuyó otras posibilidades más “creíbles”. Desde esa fecha la cantidad de planetas extrasolares se han multiplicado astronómicamente a cifras siderales. 3 se descubrieron ese 1992; 19 en el 2000; 188 el año pasado; 42 ya van en este 2012. En total se sabe de 770 planetas extrasolares. Hoy parece que la posibilidad de vida inteligente fuera de nuestra Tierra es estadísticamente mucho más esperable que la asombrosa posibilidad de que no la haya.
Una certeza más: esto implica que hay gente inteligente en otros lugares. Nosotros ya no podemos suponernos en la cima de la evolución, no al menos a nivel cósmico. No somos el techo de la inteligencia del universo. Sería otra casualidad enorme que justo en nuestro planeta se diera esa ventaja.
¿A dónde van a ir a parar nuestros sabios?, ¿a dónde nuestros dioses? Se acerca el 12 de octubre y se me ocurren muchas cosas. ¿Nos querrán comer? Acaso no nos comemos a las vacas. Ellos van a traer sus Copérnicos, sus Darwin, sus Einstein. Pero hay algo que nunca jamás podrán traer: un Giordano Bruno, porque, de alguna manera, Giordano Bruno va a venir con ellos.
Octubre de 2012
[1] Y como apéndice de esto, hay que agregar que el Hombre de Neandertal—que no es un ancestro directo— enterró a sus muertos antes que nosotros, lo cual prueba que imaginaba y creía en dios hace milenios, o sea, antes que los humanos.
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