¨El proceso de reestructuración sera probablemente
largo si no tenemos un evento catalizador como un nuevo Pearl Harbor¨
Informe del Proyecto para el nuevo siglo americano. Reconstruir
las defensas americanas. Año 2000. (Rebuilding America´s defenses. Strategy,
Forces, and Resourses for a New Century. 2000)
En las
democracias plenas los gobiernos se ven empujados a manipular a la opinión
pública para actuar según sus intereses.
En el caso de Estados Unidos los ejemplos abundan, aunque se comentan en
voz baja: la explosión del Maine o el incidente del golfo de Tonkin son
ejemplos. Tal vez el más transitado de los ejemplos sea el bombardeo de Pearl
Harbor, que tiene una particularidad que hace pensar en las Torres gemelas: se
sabía lo que estaba por hacer el enemigo y se dejó que hiciera para tener una
buena excusa, para lograr silenciar las voces disconformes ante nuevas metas que se fijó el gobierno.
Pearl Harbor lanzó a la potencia del norte en la segunda
guerra. De un momento para el otro los japoneses pasaron a ser los archienemigos
de los norteamericanos. Aunque la guerra primero se llevó (un tanto inexplicablemente) contra los alemanes e
italianos, el cuco era el pueblo nipón.
Fue entonces
cuando se pensó en llevar a los hijos del sol naciente a campos de
concentración. El 19 de febrero de 1942 el presidente Franklin Roosevelt firmó
la orden 9066 que habilitaba a internar a los japoneses étnicos,
independientemente de que seas nietos de norteamericanos o sean recién bajados
del barco. El tristemente famoso jefe de FBI, Edgar Hoover fue uno de los que
se opuso. Sabía por sus infinitos contactos que no eran peligrosos esos nipones
residentes en la costa oeste. La orden salió igual. A pesar de todo, la opinión
pública no estaba convencida. Algo había que hacer.
Cuatro días
después, el 23 de febrero, un submarino japonés, de nombre I-17, torpedeó las
costas de Santa Bárbara, en el área de
Los Ángeles. No hubo víctimas y los daños fueron de poca estima, pero
tuvo un efecto esperado: los residentes de la costa oeste empezaron a ver con
buenos ojos redondos la internación de la populosa comunidad japonesa. Pero la
noticia tampoco hizo el ruido necesario. La opinión pública no entró en
histeria colectiva contra los orientales.
Un día
después, concretamente el 24 de febrero, ocurrió un hecho que aún no se explica.
Se lo conoce pomposamente como La batalla de Los Ángeles. Súbitamente las
baterías antiaéreas entraron en acción. El cielo de la ciudad se llenó
repentinamente de sonido furioso y ruido infernal. Se cortó la luz de toda el
área metropolitana por los ataques aéreos.
¡Pero no había ningún avión enemigo!, como hoy sabemos. Tampoco se sabe quién
dio la orden ni por qué. Millones de personas en la gran ciudad escucharon las
armas (propias) y se metieron debajo de
la mesa. Se arrojó la cifra de cinco muertos civiles, aunque nunca se dio nombres.
Y ya nadie dudó, a los japoneses había que encerrarlos.
Ciento veinte
mil (120.000) japoneses étnicos fueron guardados en una decena de campos de
concentración, de los cuales el de Manzanar fue el más famoso. Entre dos y
cuatro años estuvieron adentro. No eran campos de exterminio como los nazis.
Tenían ciertas comodidades y hasta
visitas exóticas (algún que otro alemán e italiano fue a parar a estos campos).
En lo económico, lo perdieron todo. Luego de la guerra tuvieron una indemnización de 20 mil
dólares que no cubrieron las perdidas ni el daño moral y mucho menos el espiritual. Hoy hay japoneses en el
ejército de los Estados Unidos.
La irónica Batalla
de Los Ángeles pudo haber sido un error humano, una consecuencia de la histeria
o la reacción de un gonca. Pero a mí me parece que fue una inteligente
estrategia para cerrar bocas y orientar a la opinión pública. Una más.
FUENTES:
Informe del Proyecto para el nuevo siglo americano,
entero:
La Batalla de
Los Ángeles:
Orden de
Roosevelt:
Manzanar, hoy
un parque memorial:
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