jueves, 27 de febrero de 2014

Decepciones (Cuento)


Decepciones

Mi abuela es la persona más encantadora que ha pisado este planeta. A ella se debe mi profundo conocimiento del alemán. A ella se debe que yo siempre ande buscando un abrazo, una caricia, un beso tierno. A ella le corresponde mi bondad.

Perdí a mi madre cuando no sabía atarme los cordones. La idealicé hasta lo absurdo y nunca le tuve miedo a la muerte porque con el advenimiento de la guadaña yo  suponía que se precipitaba el deseado reencuentro con ella. Es como si la imaginara sola en el cielo, sin los abrazos y los besos de su mamá, que es mi abuela.

Y fue justo mi abuelita, con todo lo que para mí significa, la que me vino con la noticia: tenía un hermano en Alemania. Habíase creído hija única hasta entonces, pero con esto de las redes sociales se había desayunado con semejante cosa. Me informó que su madre, una sufrida mujer abandonada, y que mi abuela siempre había creído que había elegido la castidad luego del abandono, era en realidad una pícara que murió en los brazos de cualquiera. Europa era tan distante como el cielo, y evidentemente mi abuelita había idealizado a su mamá como yo a la mía. Ahora tenía un medio hermano. : “Tenés un medio tío abuelo”, dijo, al tiempo que me daba un beso en la cabeza, rociando mi pelo  con sus lágrimas; así de contenta estaba. Para mi esa novedad era un alivio, ella siempre me repetía que yo era lo único que tenía en el mundo y me hacía jurar que nunca la dejaría.

Pero unos días después lloraba más, porque resultó que el tipo aquel no era su medio hermano materno, sino de su padre, muerto en la segunda guerra. Claro, esto de la guerra la tomó muy por sorpresa, porque estaba convencida de que su padre era un gigoló y un picaflor, que se había cobrado varias virginidades antes de partir, ya viejo. – Mi abuela era así: de pensamientos primitivos —. Nada de eso: su padre había sido muerto por la aviación norteamericana, pero poco antes había pagado los servicios de una meretriz que lo convenció de las ventajas de ser padre antes de marchar al frente. Fue su única infidelidad. Esta muchacha sabía que él había abandonado un hogar para nunca más volver, con la excusa de la guerra. Diez años después a ella se la llevó un cáncer. Tuvo tiempo de despachar a su nene hasta la casa de la mujer legítima del padre del chico, o sea, la mamá de mi abuela. Y ahora ese hijo se manifestaba encantado ante la posibilidad de ver a su media hermana. Decepcionada, mi abuela, tomó la mejor pose para llorar.

Con los días no le importó que su madre no fuera en realidad casta ni que su padre no fuera en realidad un promiscuo. Saber que ya no era hija única era en el fondo una buena noticia, independientemente del patán que resultara su hermano. Conocía, por la web, que era un hombre menor que ella, de 80 años, dispuesto a venir a Buenos Aires en breve. Esto último la emocionó tanto a mi abuela—yo creo que  era porque un hombre se le acercaba luego de tanto tiempo—que se murió inmediatamente, asfixiándose en sus propias lágrimas. Su corazón no pudo digerir tanta felicidad, y el mío a duras penas pudo seguir marchando como un maratonista que va cola pero continúa en la competencia.

En realidad—y esto mi abuela no llegó a saberlo—el alemán se acercó para arreglar la herencia, y de paso voltear mi imaginario sobre mi difunta abuelita. Me ilustro, con pasión y detalles irrefutables, sobre cómo abandonó Alemania para fugarse a la Argentina tras un varón, sobre cómo se olvidó largamente de sus familiares cuando estos estuvieron apremiados económica y emocionalmente, sobre cómo se escondió cuando él había venido hace 20 años al país,  sobre lo mucho que maltrataba a mi mami, sobre su avaricia, su insania, su maldad solapada, su necesidad de tener un nieto cerca para que la asista en la vejez. Y también me habló de él mismo: sobre la relación "sana" que estableció con mi mamá en aquel viaje, sobre la posibilidad cierta de que él fuera mi padre, sobre la posibilidad de que yo tenga una herencia en el viejo mundo... Entonces le dije que mi abuela estaba contenta de su llegada, y le pregunté cómo eso era posible. Me respondió que las personas malas, cuando se sienten solas se tornan más bondadosas y se aferran a lo que tienen, pero sólo hasta que vuelven a estar acompañadas.

Ya no amo a mi abuela, ha mutado en mi corazón y se ha transformado en mi recuerdo en menos que nada. Sin embargo, hay cosas que los seres humanos no podemos evitar: me siguen gustado las caricias suaves, los besos tiernos y los abrazos interminables, aunque vengan de cualquier patana. Es como tocar el cielo con las manos, pero solo por un ratito. No sea cosa que uno se decepcione.

 

 

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