Una cigüeña cruzó
1
Sofía llegó a
la cita con retraso. El corazón le saltaba como queriéndole salir. Juan esperaba
fumando, nervioso, impaciente, rascándose la cabeza. Ella tenía un secreto, algo muy adentro suyo:
estaba embarazada. Se lo dijo sin preámbulos. Él encendió otro cigarrillo sin
reparar en que ya tenía uno prendido sobre el cenicero. Sofía, que esperaba una
respuesta, tomó ese cigarrillo. El humo saturó la atmósfera. Una cigüeña cruzó
por la mente de Juan. Quería precisiones: cómo, cuándo, porqué, para qué. Ella le acarició la cara
con la punta de los dedos y con tanta delicadeza que anestesió todas sus
preocupaciones. Ya tranquilos se miraron
a los ojos, tras los ojos e incluso lo que hay más allá de los ojos. Se
abismaron en el otro y lamentaron no tener una cama cerca. Ella, como
sonámbula, se quemó los cálidos dedos con el cigarrillo. Juan le dijo que tenía
que dejar de fumar. Entonces Sofía tomó sus costillas y las abrió. Él miró
entre esas rejas para, tal vez, mirarle el alma. Algo rojo, como la menstruación,
asomó en el horizonte. Era el corazón. Latía. Ella lo puso sobre la mesa. Pensó
Juan en que los hijos también le saldrían de adentro. Sofía hizo un gesto con
los ojos: “tomalo si querés”. Juan lo
tomó, y abriéndose el pecho, duplicó los latidos de su cuerpo.
2
Con los años
Juan tuvo problemas de salud: tenía dos corazones. El doctor le recomendó que
lo done, que hay gente que necesita un corazón para seguir viviendo. Juan fue
ofreciendo su corazón por el mundo. Hay gente que le ofreció plata y hay gente
que le ofreció otro corazón. Pero él sabía que eso no era bueno: Sofía lo había
hecho feliz, pero a cambio de perderse a sí misma. (Sus dedos habían dejado de
tener calidez cuando él tomo su corazón.)
3
Hoy Juan tiene dos corazones, uno que le
pertenece y otro que espera un pecho. Y también tiene un piojo por el cual vale
la pena cuidar la salud.
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