La calle Luna, en el sur porteño, directa o indirectamente
une cuatro estadios. La arteria en sí misma es una sumatoria de barreras
urbanas. Los estadios que la circundan son los que le dan vida. Pero no
siempre: los días de partido. Ningún paisaje y ningún territorio es idéntico
cuando hay partido. Sin embargo, los partidos también suelen construir barreras
urbanas como consecuencia de las medidas de seguridad. De eso se trata estas
líneas. De una calle y de su elasticidad en el espacio y en el tiempo. De la
gente que le da su impronta cuando puede haber un gol. Y, por supuesto, de las
barreras urbanas que los partidos generan.
El itinerario tiene 4 paradas principales. La primera parada es el
estadio de Huracán. La segunda, el de Barracas Central. La tercera es un
estadio sin nombre que se encuentra en la villa Zavaleta. Por última parada
tenemos el estadio de Victoriano Arenas. En el itinerario, por otro lado,
aparecen lugares que me han dejado una marca indeleble y corrosiva. Por la
importancia que revisten, estas líneas también se detienen en ellos.
Huracán es un club de Parque Patricios; sus hinchas son mayormente
del barrio. Sus colores están en las pintadas de los muros, en las plazas, en
las remeras, en los adornos de los negocios. El estadio es un palacio por su
arquitectura, principalmente por su fachada. Para los vecinos es el corazón del
barrio, hacia donde van en procesión cada partido, como hacia una iglesia
laica. Los días de partido las calles quedan cortadas al tránsito. Este corte
le dificulta la entrada a los vecinos, como a Olga. Olga vive en Luna, a metros
del estadio. Es hincha de Huracán, pero el ingreso a su propio hogar se complica
cuando juega el equipo de sus amores. Debe mostrar el DNI a la policía, y a
veces algún cacheo. No obstante, es optimista. Antes era peor. Había hinchada
visitante y el barrio quedaba cortado como una pizza, en porciones, para que no
se mezclen los simpatizantes de uno y otro equipo. Las barreras se
multiplicaban. Peor aún, Huracán llegó a alquilar su estadio en más de una
ocasión. Si ¡Dos hinchadas visitantes! Pero lo peor, cuenta, fue cuando tocaron
los Redondos. ¨Fue un desastre¨, remata. [ii]
Hoy juega Huracán. La calle Luna ciñe al estadio por el oeste y es
una fiesta. El humo de las parrillas de choripanes sobre las veredas deleita a
los hinchas. Los negocios hacen su agosto. Los nenes tiran papelitos rojos y
blancos. Los jóvenes toman alcohol sobre el cordón de la vereda y están
alegres. Flamean las banderas, muchas sobre las ventanas. Nadie ignora en
Parque Patricios que hay partido. El aire tiene un acorde especial que viene de
las tribunas. Una persona puede desafinar. Las masas al cantar no desafinan. Es
hermoso. La calle Luna tiene sus poetas. Los hinchas escriben muros con
alusiones astronómicas. Sin embargo hay una tristeza de final de fiesta cuando
la pelota deja de rodar. El lado B de la vida. Esa procesión que regresa a casa
me transmite una tristeza infinita. Para muchos la vida y la pasión se reducen
a los 90 minutos de un partido. Las banderas se enrollan. La tarde avanza. Las
persianas caen. Los papelitos quedan en
el suelo transformados en una enorme basura. Las parrillas ya están libres de choris. La
resaca gobierna en muchos. Las ventanas se cierran. Mañana hay que laburar. Dan ganas de llorar.
Este mismo territorio es tan distinto cuando no juega Huracán que se
diría de otra ciudad. Parque Patricios
está en un proceso de acelerado cambio. Desde que se lo declaró Distrito Tecnológico
muchas empresas llegaron. Está pasando de ser un barrio claramente
residencial a uno con características
del terciario. Eso se siente especialmente los días de semana, cuando no hay
partido. Esos empleados, esos dueños, esos CEOs, tal vez nunca sepan si Huracán
ganó o perdió. Están en otra. Pero el estadio siente la impronta de los nuevos
tiempos. Se ha puesto en valor su fachada sobre Luna, donde se van a abrir
comercios, justo en el zócalo del estadio. Sigo por nuestra calle. Tras las gradas,
donde estaba la quema, se levantan enormes moles residenciales. Es el barrio
Estación Buenos Aires. Si antes el
estadio era lo más alto de toda la zona, hoy estos edificios le arrojan su
sombra grosera. Atravesamos las torres en dirección al Riachuelo. [iii]
Ayer nomás la calle Luna continuaba. Hoy está cortada por un muro.
Que, además, es doble. Uno es el muro que segrega las vías del entorno. El otro
es el que impide usar el puente que unía
ambos lados. Así, el nuevo barrio de ingresos medios queda aislado de la villa.
En otras palabras, el puente es hoy un puente a ningún lado. Un puente al que
no puedo subir desde donde me encuentro. Estoy obligado a realizar un desvío de
más de un kilómetro para ir a 20 metros de donde me encuentro. Tengo que
encarar por Suarez hasta Vélez Sarsfield y volver por Olavarría para retomar
Luna.
Voy por Suarez. Las viviendas más cercanas a las vías tienen música
a alto volumen, numerosas ropas en los balcones, voces altas, rostros
aceitunados y algo impreciso que denota cierta cultura popular. Me encaro ante
unos vecinos que salen de un departamento. Lo que me informan no me sorprende.
Ellos son de ahí, crecieron en ese mismo lugar, cuando era una villa. Ahora
habitan en un departamento del nuevo barrio, junto al eje de las vías. Le
pregunto a la vecina si está de acuerdo con el muro, que los segrega de sus
antiguos vecinos. Me contesta afirmativamente. Pero la vecina tiene un temor.
Ese muro, afirma, lo colocaron sólo hasta que se terminen las obras del
viaducto del ferrocarril. Pienso para
mis adentros que la vida es más interesante que los lugares comunes y los
razonamientos lineales. [iv]
Es un buen ejemplo de barreras físicas aunadas a barreras psicológicas [v]
Cuando remonto Olavarría
entro en el Tercer Mundo. Al llegar a Luna tengo adelante uno de los clubes más
viejos del país: Barracas Central. Este solar es ocupado por el club desde
1916. [vi]
Hace cien años los partidos contra Boca eran verdaderos ¨clásicos¨.[vii] Hoy casi nadie se acuerda de este Club
pionero, perdido entre las vías, la cancha de su popular vecino y la villa
Zabaleta. Sus hinchas, escasos como unicornios, son una reserva de memoria que recuerda su pasado glorioso. Parecen una tribu
no conectada. Con sus rituales, sus cánticos y sus recuerdos: como ¨ese gol de García a Sacachispas sobre aquel
arco en el último minuto¨, como me cuenta Carlos. Yo sólo veo un arco insípido.
Ellos ven la vida entera en ese arco. Intransferible.[viii]
Subo al puente que va a ninguna parte,
porque de este lado de Luna sí se puede subir. Saco unas fotos. Han levantado
los rieles y ya no quedan esas piedras que adornan las vías entre durmiente y
durmiente. Como fan de Defensores de Belgrano he venido varias veces con mi
padre en los años ochenta y noventa. Veníamos en un colectivo alquilado por el
club. Y nos cagaban a piedrazos, como hacen todos los clubes que se encuentran
junto a las vías de un ferrocarril. Raro, ahora extraño no ver esas piedras. Como
ya no hay hinchada visitante y ellos no son muchos, hay pocos policías. Y, un
poco por eso mismo y otro poco porque las barreras urbanas en torno a la cancha
ya son de por sí enormes, no se corta ninguna calle. El estadio está semivacío,
con algunas tribunas cerradas. Fue pensada para albergar hinchadas visitantes
numerosas. Todo es muy familiar, tranquilo y aburrido. Aunque, bueno es
decirlo, parece que soy el único que se aburre.
Y ahora me
dirijo a la villa Zavaleta, que han rebautizado como 21-24 como una forma de no
legitimarla. Si, como los presos, las villas llevan números. Son unos 150
metros. Luna se corta (se vuelve a cortar) por un muro de casas en medio del
cual se adivina un pasillo, estrecho, con edificaciones de tres plantas a ambos
lados que lo transforman casi en un túnel negro. Es una salida y entrada
obligada al barrio. Veo a dos, que plantados como arbolitos, parecen custodiar
el acceso. ¿Me cobrarán peaje? Armando Silva reivindica todos los sentidos
tanto para el que pasea como para el que vive su cotidianeidad. Y es que la
subjetividad produce efectos concretos
en el uso de la ciudad. ¿Debería pasar por ese pasillo? ¿Debería usarlo?
Por precaución me sumo a la fila de la parada del 59, que tiene su terminal a metros
del pasillo. Espero unos minutos. No vine hasta acá para arrugar. Mi orgullo me
lacera. Y triunfa. Encaro hacia el improvisado pasillo que conecta la calle
Luna con la calle Luna (si, con su cara oculta se diría). Enorme alivio: los
arbolitos no están. Sale una moto aparatosamente por el pasillo. Saco una foto.
Quiero sacar
otras, pero ya no me animo. Aprieto los dientes, el aire se corta, ya estoy adentro.
Humedad, olores indefinibles. Alguien toma cerveza en el piso ocupando medio
pasillo. Y salgo a otro mundo, muy diferente. Me recuerda a La Paz, Bolivia, por su densidad de población en las
calles, el tipo de edificaciones, las innumerables tiendas y, por supuesto,
esos manjares que se olfatean. Luna, de este lado, es alegre y colorida. La
calle es un espacio público, de encuentro de transas de juegos y de amores. Lo
remoto está en la cabeza. Ahora estoy más lejos de mi mundo que cuando estuve
en el centro de Nueva York. La geografía miente. Camino hasta Luna e Iriarte,
un cruce impresionante. Acá hay más gente que en el centro de Mar del Plata en
verano. Me prometo volver algún día. Soy
Alicia y estoy en el país de las maravillas.
Pasando Iriarte, me mando hacia la canchita del barrio. Desde Luna son unos pocos metros por un
pasillo siniestro. Tal vez por eso mismo el impacto al ver la canchita es
enorme: un campo verde, con arco profesional, iluminación LED, césped y gradas. El clásico: Bolivia y
Paraguay. A diferencia de la cancha de Huracán o Barracas Central, acá los
partidos son a diario y a cancha llena. No tiene prácticamente historia el
estadio, pero las comunidades que se miden en ella hasta tuvieron una guerra en
el siglo XX. Sobra pasión. Y yo no encuentro ninguna tristeza cuando un partido
termina. Porque siempre hay un partido. Estas canchitas son parte de los
proyectos que en la jerga urbanística llamamos ¨esponjamiento¨, que consiste en
abrir espacios en las villas para descomprimir la densificación inherente a
estos barrios. Siendo uno de los pocos espacios públicos ¨ganados¨ llama la
atención que estén alambrados, como una cancha profesional. Porque la canchita
se utiliza para todo tipo de actividades, como ferias o celebraciones. Pero yo
no veo el alambrado de una cancha sino la sutil reja de una plaza que, hasta la
intervención del Estado, no tenía rejas.
Tres gradas de tribuna y están casi repletas. Como
no se pueden identificar por la camiseta, tengo que adivinar para dónde patea
cada uno. Y soy el único adivino. Saco una foto. Pregunto algo a un espectador, joven pero envejecido,
evidentemente por el trabajo duro. (En
el espacio están los cuerpos y en los cuerpos están inscriptas las historias
personales). Siento que mi pregunta me vende: no soy de acá. Me responde con otra
pregunta: ¿Hablaste con el Tolo? Le digo que no sé quién es el Tolo y veo en su
rostro que terminé de venderme completamente.
A la vera de la canchita hay un bar, lindo, lleno de humo, todos jugando
cartas e intercambiando cervezas. Hacia allí fui en procura de la protección
que tal vez no necesitaba. Se escucha guaraní por todos lados. Quiero saber
más. Lo encaro al que atiende la barra. Le pregunto por el Tolo. Es quien
decide quienes juegan y quiénes no. Los que jugarán están en la tribuna
esperando. Los que ya jugaron están volcados a las cartas y a las cervezas. Sergio,
que así se llama, me amplía. Pero ya
hice muchas preguntas y me lo dice casi literalmente. Siento que, de alguna
manera, ambos tenemos miedo recíproco. Lo saludo y me voy.
Continúo por Luna. En términos de Fabaron, los vecinos están, yo
paseo; los vecinos viven su cotidianeidad, yo realizo un consumo visual. Para
mí todo tiene ese lustro que da lo novedoso.[x]
Para muchos de ellos la experiencia se agota en el barrio, de donde muchos no
salen casi nunca, como una cárcel sin rejas.
Dentro de esta cárcel hay colegios, negocios, salitas de hospital,
organismos del Estado. Y es como si esos mismos organismos estatales hubiesen
procurado la reclusión a los vecinos, acercándoles ciertos servicios,
apartándolos del resto de la ciudad. Este proceso de insularización, analizado
por Soldano, también puede incluir al estadio de la villa Zavaleta. Ahora hasta
fútbol tenés adentro de la villa. [xi]
Sigo por Luna.
Bajo hacia el Riachuelo. Le compré a Sergio una lata de cerveza para ganar
coraje. Camino hacia el fondo de una de las villas más peligrosas del país.
Pero no voy a arrugar. A medida que
avanzo veo el camino más desierto de gente. Acá preguntar es un riesgo enorme.
Sacar una foto es suicida. Tomo por Osvaldo Cruz, una avenida que cruza la
villa. Cuando llego a la vía empiezo el mismo recorrido que hace el tren. El
olor del Riachuelo es muy especial. No me molesta. El tren aún pasa, casi tocando las casitas, lentamente, casi
gateando. Encaro hacia el puente del ferrocarril. Algunos chicos que no superan
los diez años se sorprenden. Entiendo: no muchos desconocidos pasan por aquí.
Los saludo. Una señora grande y pesada no me devuelve el saludo. Un hombre con
el torso desnudo y entrado en músculos se asoma y tampoco me saluda. Ni loco
vuelvo para atrás. Ni loco miro para atrás. Ni loco miro para abajo, hacia el
agua. Se da lo inexplicable. Casi con naturalidad comienzo a cruzar el puente. Sólo
atiendo a los durmientes del ferrocarril, que transcurren lentamente como los
segundos. Los cuento: uno, dos, tres… Pero las agujas no circulan. El espacio
se tragó al tiempo. Es como estar absolutamente vivo y absolutamente muerto a
la vez. Una mezcla de adrenalina y de temor. Nunca en mi vida estuve tan
concentrado. Puedo ver crecer los pelos de mis brazos. Puedo notar mi sangre
caminar, el olor de una araña. Aprieto los dientes. Cuando veo bajo mis pies unas flores
mezclándose entre los durmientes entiendo todo: ¡llegué! Amigos míos, no puedo
explicar la alegría que me invade. Exploto de amor propio: lo hice. No se debe
sentir mejor al tocar las cimas del Himalaya. Puedo. Me superé. De repente se escuchan
petardos desde el otro lado. ¿Petardos? Estamos en diciembre. ¿Y si es otra
cosa? ¿Y si yo soy el blanco? Vuelvo a
tener miedo. Me afirmo y saco una foto que me incluya. Quiero dejar un registro.
El puente del ferrocarril
vuela sobre el meandro de Brian para llegar a una península ocupada por una de
las canchas de fútbol más raras del mundo, la del club Victoriano Arenas. Esta
península iba a desaparecer con la rectificación del Riachuelo, que sí se
realizó aguas arriba. Por ese motivo, la península es territorio de la ciudad
de Buenos Aires, aunque se encuentre del otro lado del Riachuelo. Y Victoriano,
claro, es un club de la capital.[xii]
Sus hinchas, muchos de la villa, cruzan el puente del ferrocarril para ver al
equipo de sus amores. Me volteo. Desde la península la villa se ve como un
anfiteatro. Los días de fútbol los niños se amontonan sobre la orilla portando
unas enormes cañas. No son para pescar. Son para cazar las pelotas que van a
parar a las aguas. Muchas se usarán para patear en la canchita del barrio. Pero la mayoría de los hinchas del Victoriano
son de este lado del Riachuelo. Y entran por el breve istmo que separa al estadio
del partido de Avellaneda. Es conocida como una de las canchas más inaccesible
del mundo.[xiii]
Yo llegué, como cuando vine de la mano de mi viejo y quedé impresionado con el
olor del Riachuelo, que rodea a Victoriano por el norte, el este y el
oeste. Al lado de las vías, sobre la
pared del estadio, hay una persona viviendo en un auto abandonado y con varios
perros muy agresivos. Sale del auto, como de una cucha. Casi me meo encima.
Logro sacarle una entrevista. Los días de partido la policía corta la península
por el istmo, donde debería haber corrido el Riachuelo. El acontecimiento es la
llegada del ómnibus visitante. ¨Son los únicos extraños que aparecen por acá¨.
Y me lo dice a mí. Victoriano está tan aislado que no tiene un barrio en su
entorno inmediato. Los días de partido son los únicos en los cuales aparece ¨alguien¨.
Es el mundo del revés.
Salgo de la
península. Ahora sí entro en la provincia. Me pierdo entre fábricas
abandonadas. Algunas, para mi increíble sorpresa, parecen sacadas de una guerra
mundial, o de Kosovo o de una de Hollywood. Quemadas, negras, silenciosas, con
gente viviendo adentro. ¿Alguien sabe de esto? Patético. Tristísimo. Admirable.
Apuro el paso. Veo al fondo la parada del único colectivo que abastece a miles
de personas, el 570. Subo, me siento y me largo a llorar. Pero no sé por qué estoy
llorando. Tal vez porque un colectivo me es algo familiar. Como abrazar a un
hermano.
He recorrido
cuatro estadios que se alzan en las inmediaciones de la calle Luna. El de
Huracán es el caso de un estadio con gran capacidad que los días de partido impregna
de magia todo su entorno y donde las barreras urbanas se multiplican,
especialmente para los vecinos. El de Barracas Central tiene a su alrededor una
barrera urbana ajena al club. Sus hinchas, que ya no reciben visita, se
asemejan a un gueto emocional perdido en el tiempo y en el espacio. El de
Zavaleta tiene una función continua, ya sea para el fútbol o para otra cosa. Lo
que en este caso está aislado no es el estadio en sí mismo sino el barrio que
lo parió, y que como una madre protectora, parece cuidar tanta pasión de las
miradas ajenas. Sin dudas, una joya que me he regalado. Por último, el estadio
de Victoriano Arenas, famoso mundialmente porque casi nadie llegó hasta él en
virtud de las increíbles barreras urbanas que hay que sortear y a los temores
que hay que vencer.
[iii] La Nación, 21 de
noviembre de 2018. Enlace:
https://www.lanacion.com.ar/sociedad/el-distrito-tecnologico-transformo-parque-patricios-cumple-nid2192412
[vi] Twiter,
Viejos estadios. Tanto para el estadio de Barracas Central como para el viejo
estadio de Huracán Enlace: https://twitter.com/viejosestadios/status/881651148222078977
[vii] Historial Barracas Central vs Boca. Enlace: http://www.historiadeboca.com.ar/historial-boca-sp-barracas/5044/1905/2013/1.html
[x] FABARON A (2016) Paisajes
urbanos, diferencia y desigualdad. El caso de La Boca en Buenos Aires
[xi] SOLDANO, D. (2008): Vivir
en territorios desmembrados : un estudio sobre la fragmentación socio-espacial
y las políticas sociales en el área metropolitana de Buenos Aires (1990-2005)
[xii] Catastro Ciudad de Buenos Aires: http://www.ssplan.buenosaires.gov.ar/media/mapas_en_flash/gcba-mapas-catastro/ammap/images/new/26/image.pdf
[xiii] La Nación, 30 de octubre de 2018. Enlace: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/meandro-brian-unico-lugar-capital-al-se-nid2186453