Amo pagar dos mil pesos por un libro que he esperado largamente. Amo llevarlo a un bar de mala muerte. Amo pedir un café y abrir sus hojas. Amo sacar una lapicera y empezar a subrayarlo abundantemente: que se desvalorice con velocidad. Finalmente amo pagar un café que termina siendo más caro que un libro nuevo. Porque el libro es mi esclavo. Y yo me amo.
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