Cuando una
persona pierde el trabajo y lo publica por las redes lo habitual es que le encajen un emoticón
de asombro, de tristeza, de dolor. Pero más repercusión causa otra cosa.
En estos tiempos
me he borrado de Facebook, de los grupos de Wassap, de otras redes sociales y he dejado de
publicar en este blog después de más de quinientas publicaciones y casi una
década. He recibido, especialmente desde mi ausencia en Facebook, una catarata
de mensajes alarmistas que anunciaban mi suicidio social, mi sinrazón de ser,
mi locura. Irse de las redes es hoy un pecado, al menos para las mayorías, esas
que creen que un argumento ad populum
no es una falacia. Por otra parte, al abandonar este blog he recibido quejas,
que yo traduje como piropos de esos amigos y esos lectores incondicionales que
te leen para putearte la mayor parte de las veces.
En el caso de
los grupos de wassap (me fui de todos), me han preguntado la razón. Alegaron
que siempre son útiles, que siempre en algún momento pueden salvarme. Como contraargumento
recordé un artículo que compartí con ustedes hace tantos años. Imaginen que
pierden una lapicera. La empiezan a buscar. La lapicera no aparece. Buscan bajo
el sofá, la biblioteca, la cocina. Nada por aquí, nada por allá. A la hora de
buscar, aparece. Se alegran y satisfechos la besan. Bien. Ahora piensen.
Estuvieron laburando una hora por una lapicera que sale 15 pesos. ¿Cuánto te
pagan en tu trabajo por una hora? ¿No era mejor ir a comprar una lapicera a los
10 minutos de buscarla? Ahorrabas tiempo y guita. Revisar grupos de wassap por
una semana para encontrar algo valioso es lo mismo.
Por supuesto
que estoy en contra de las redes por otros motivos, todos ellos meditados, y
que la pandemia y el encierro me terminaron por confirmar. Pero por sobre todas las cosas, ahora que hace
un tiempo que me fui, puedo asegurar que soy más feliz. Y la felicidad se justifica sola. No hay que
analizarla. Salvo en un punto. Tengo más tiempo para mí mismo. Incluso para mi
blog. Por eso soy más feliz. Porque puedo perder la lapicera.
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