domingo, 27 de mayo de 2012

Variaciones sobre un cuento de Etgar Keret

Variaciones sobre un cuento de Etgar Keret
Iba a llevar a mi gurí Rodrigo al teatro. La obra que pensaba ofrecerle era Engordando a Gordot, simplemente porque me atrajo el título. Sin embargo,  espiando en la web, me vine a enterar que la obra no tiene nada que ver con Beckett, y sí con un completo desconocido Israelí, de nombre Etgar Keret. Entonces me puse a espiarlo al fulano. El tipo es una celebridad en Israel, lo que también supone cierto grado de fama en nuestro país. Sus cuentos son mayormente breves, y en la web están muy bien propagados en su traducción castellana.
La obra de teatro se basa en Romper el chanchito, que es realmente un muy buen cuento. Corto y pego para que lo lean. Después siguen algunas variaciones que se me ocurren sobre el mismo.
ROMPER EL CHANCHITO
                                               Por Etgar Keret
Mi padre no accedió a comprarme un muñeco de Bart Simpson. Y eso que mi madre sí quería, pero mi padre no cedió y dijo que soy un caprichoso.
-¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh? –le dijo a mi madre- . No tiene más que abrir la boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.
Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que soy pequeño, ¿cuándo voy a hacerlo? Los niños a los que les compran sin más muñecos de Bart Simpson se convierten en mayores en unos maleantes que roban en las tiendas porque se han acostumbrado a conseguir todo lo que se les antoja de la forma más fácil. Así es que en vez de un muñeco de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí que me voy a criar siendo una persona de bien, ahora ya no me voy a convertir en un maleante.
Lo que tengo que hacer a partir de hoy, todas las mañanas, es tomarme una taza de cacao, aunque lo odio. El cacao con nata es un shekel; sin nata, medio shekel, pero si después de tomármelo voy directamente a vomitar, entonces no me dan nada. Las monedas se las voy echando al cerdito por el lomo, de manera que si lo sacudo hace ruido. Cuando en el cerdito haya tantas monedas que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me regalarán un muñeco de Bart Simpson en patineta. Porque como dice mi padre, eso sí que es educar.
El caso es que el cerdito es muy lindo, tiene el hocico frío cuando uno se lo toca y, además, sonríe al meterle el shekel por el lomo, lo mismo que cuando sólo se le echa medio shekel, aunque lo mejor es que también sonríe cuando no se le echa nada. Además le he buscado un nombre, le he puesto Barrilete, como el hombre que tuvo nuestro buzón antes que nosotros, un buzón del que mi padre no consiguió arrancar la etiqueta. Barrilete no es como mis otros juguetes, es mucho más tranquilo, sin luces ni resortes, y sin pilas que le derramen su líquido por la cara. Lo único que hay que hacer es tenerlo vigilado para que no salte de la mesa.
-¡Barrilete, cuidado que eres de cerámica! –le digo cuando me doy cuenta de que se ha agachado un poco y mira al suelo, y entonces él me sonríe y espera pacientemente a que yo lo baje. Me encanta cuando sonríe; es sólo por él que me tomo el cacao con la nata todas las mañanas, para poderle echar el shekel por el lomo y ver que su sonrisa no cambia ni una pizca.
-Te quiero, Barrilete –le digo después-, y para ser sincero te diré que te quiero más que a papá y a mamá. Además siempre te querré, pase lo que pase, aunque atraque tiendas. ¡Pero si llegas a saltar de la mesa, pobre de ti!
Ayer vino mi padre, agarró a Barrilete y empezó a sacudirlo salvajemente boca abajo.
-Cuidado, papá –le dije-, a Barrilete le va a doler la panza –pero mi padre siguió como si nada.
-No hace ruido, ¿sabes lo que quiere decir eso, Yoavi? Que mañana vas a tener un Bart Simpson en patineta.
-¡Qué bien, papá! –le dije-. Un Bart Simpson en patineta, genial. Pero deja de sacudirlo, porque haces que se sienta mal.
Papá dejó a Barrilete en su sitio y fue a llamar a mi madre. Volvió al cabo de un minuto arrastrándola con una mano y agarrando un martillo con la otra.
-¿Ves cómo yo tenía razón? –le dijo a mi madre-, ahora sabrá valorar las cosas, ¿a que sí, Yoavi?
-Pues claro –le respondí –, porque la verdad es que así era, pero a los pocos minutos mi padre se impacientó y me espetó:
-¡Venga, rompe el cerdito de una vez!
-¿Qué –exclamé yo-. ¿Romper a Barrilete?
-Sí, sí, a Barrilete –insistió mi padre-. Anda, venga, rómpelo. Te mereces ese Bart Simpson, te lo has ganado a pulso.
Barrilete me brindó la melancólica sonrisa de un cerdito de cerámica que sabe que ha llegado su fin. Al diablo con el Bart Simpson, ¿cómo iba a darle un martillazo en la cabeza a un amigo?
-No quiero un Simpson –dije, y le devolví el martillo a mi padre-, me basta con Barrilete.
-No lo has entendido –me aclaró entonces mi padre-, no pasa nada, así es como se aprende, ven, lo voy a romper yo. Alzó el martillo mientras yo miraba los ojos desesperados de mi madre y luego la sonrisa fatigada de Barrilete, y entonces supe que todo dependía de mí, que si no hacía algo, Barrilete iba a morir.
-Papá –le dije sujetándolo de la pernera.
-¿Qué pasa, Yoavi? –me respondió con el martillo todavía en alto.
-Quiero un shekel más, por favor –le supliqué-, deja que le eche otro shekel, mañana, después del cacao, y entonces lo rompemos, mañana, lo prometo.
-¿Otro shekel? –sonrió mi padre, dejando el martillo sobre la mesa-. ¿Ves, mujer?, he conseguido que el niño tome conciencia.
-Eso, sí, conciencia –le dije-, mañana. –Y eso que las lágrimas ya me ahogaban la garganta.
Cuando ellos ya habían salido de la habitación abracé con mucha fuerza a Barrilete y di rienda suelta a mi llanto. Barrilete no decía nada, sino que muy calladito temblaba entre mis brazos.
-No te preocupes –le susurré al oído-, te voy a salvar.
Por la noche me quedé esperando a que mi padre terminara de ver la tele en la sala y se fuera a dormir. Entonces me levanté sin hacer ruido y me escabullí con Barrilete por la galería. Caminamos juntos muchísimo rato en medio de la oscuridad, hasta que llegamos a un campo lleno de ortigas.
-A los cerdos les encantan los campos –le dije a Barrilete mientras lo dejaba en el suelo-, especialmente los campos de ortigas. Vas a estar muy bien aquí.
Me quedé esperando una respuesta, pero Barrilete no dijo nada, y cuando le rocé el morro como gesto de despedida, se limitó a clavar en mí su melancólica mirada. Sabía que nunca más volvería a verme.


Lo primero que me llamó la atención es que un cuento sobre alcancías sea escrito por un judío. Yo admiro ese sentido del humor que tienen sobre ellos mismos—cosa que deberíamos aprender muchos de nosotros—, pero creo que este cuento no intenta ser una ironía sobre la comunidad.
En fin, el cuento esta genial así. Pero a mí se me ocurren algunas variaciones.

Variaciones:
1)El chancho progresivamente llega a ser un chancho de verdad. La familia pasa penurias, llegando incluso a escasear la comida. Papá va por las monedas, y descubre a un chancho de verdad. Barrilete resulta delicioso, pero el niño no lo come. El niño muere de hambre.
2)El chanco resulta ser hembra, y está embarazada, tan embarazada como monedas ha recibido. Tiene muchos chanchitos. Así, la comida para la familia queda asegurada.
3)Barrilete crece desmesuradamente. Es un chancho de verdad, pero sólo se alimenta de dinero. Es insaciable y provocará la ruina económica de la familia. Papá lo abandona dejándolo en un campo de ortigas.
4)El pibe ahorra, comiendo lo que sobra de la comida de papá y mamá. Esta conducta en un principio satisface a los padres. Papá descubre que  su nene no guarda las monedas en la alcancía. Lo obliga en adelante a hacerlo. Pero Barrilete se queja. El nene sabe que a Barrilete le gustan las porquerías y las sobras de las comidas, no las monedas. El nene decide comerse las monedas, por sugerencia de Barrilete. Barrilete progresivamente se convierte en niño, y el niño en un cerdo.
5)El pibe descubre que el chanchito no hace ruido. Contrariamente a lo que él supone, el chanchito está vacío. Nunca tendrá su Bart.
6)Se dilata el tiempo del cuento. El pibe  llega a ser demasiado grande para un Brat, y decide romper el chanchito, con placer. Con esa plata se compra un chanchito más grande, para ahorrar. Procederá de igual modo con este chancho, hasta que un día el chancho sea tan grande que no entre en la casa. En ese momento el chancho, hambriento, insatisfecho, se lo tragará. El nene, que ya es todo un adulto, vivirá feliz dentro de su chanco, rodeado de dinero, comiendo las sobras que Barrilete expulsa de su cuerpo antes de que salgan.
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Acabo de llegar. Finalmente me ganó la curiosidad. Vi Engordando a Gordot, en Liberarte, Corrientes al 1500. Como el cuento es muy breve, lo tuvieron que alargar como un chicle. Pero el chicle resultó muy rico, o al menos eso dice mi pibe, que en fin de cuentas él era el destinatario. No hay muchos cambios, la puesta está bien y el final es emotivo (y un tanto enigmático.) Más no se puede pedir.
Lo que realmente me disgustó fue leer las líneas de más arriba, esas de las variaciones. Me siguen pareciendo interesantes como propuestas, pero hasta por ahí nomás. Suele pasar: a la mañana se es optimista; pero a la tarde uno está de vuelta de todo.

                                                                                                              Mayo de 2012



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