miércoles, 8 de febrero de 2017

Una traumática novela de Pearl Buck

Arthur C. Clarke, tiene un cuento sobresaliente. Se trata de El hombre. Unos astronautas llegan a otro planeta. Pero resulta que ese otro planeta es exactamente igual al nuestro. Peor aún, nadie en ese planeta está interesado en los viajeros, y los mismos viajeros no están muy interesados en ver más de lo mismo. La historia está rematada con algunas apreciaciones filosóficas que empañan el inicio, pero su esencia aún me trabaja la cabeza.  Lo que perturba es no poder dar con lo diferente.

El ángel luchador, de Pearl Buck, es, en gran medida,  una biografía de su padre, un misionero cristiano estadounidense en China, algo así como otro mundo. Buck vivió cuarenta años en ese país y sabía hablar perfectamente mandarín. Es fama que la escritora trata con amabilidad al pueblo chino. Bueno,  esta novela no parece ser el mejor ejemplo en ese sentido. La voy a dejar hablar a ella. En el capítulo VII, leemos:

Los chinos siempre han sido desconfiados con los extranjeros, no solamente con los extranjeros de otros países, sino también con sus mismos compatriotas de otras regiones y provincias. Esta es, quizás, la razón por la cual cada pueblo o ciudad se ha mantenido por siglos enteros como una localidad separada. No han tenido prácticamente gobierno desde arriba ni desde afuera, y el espíritu de clan es muy fuerte. En algunos lugares era costumbre matar a todo extranjero que llegaba injustificadamente, enterrándolo vivo.

Sobre la labor de un misionero en China, como su padre, nos cuanta en el capítulo IX:

Vive entre algunos de sus iguales, los misioneros, y una gran cantidad de los que considera sus inferiores, los indígenas. Su comité regulador está a miles de millas de allí. No hay nadie que controle cuantas horas trabaja y si es perezoso o no. Y el clima, el mezquino pero seguro salario, la cantidad de sirvientes mal pagados, todo facilita la pereza. Y si un compañero es reacio y habla mal de él, y si los chinos conversos están desamparados porque no saben a quién quejarse… No hay nadie para ellos que esté arriba del misionero. Está cerca de dios y asume la autoridad suprema, porque tiene el derecho de conceder o retirar fondos, lo cual significa la vida.

Y a favor del padre de Buck, debemos decir que se rompía el alma laburando, aunque sabemos que podría haberse dedicado a hacer nada.
Ahora, imaginaos una novela que habla permanentemente de cosas que giran en torno de un misionero extranjero en China. Cuando, por ejemplo, nos cuenta que Andrews, el protagonista, ¨fue recibido con amabilidad en una casa donde no lo conocían¨, no está hablando de la nobleza del pueblo Chino, ¡sino de una increíble excepción!  
Por otra parte, el choque cultural está presente en los capítulos V y VI, muy en la dirección de El evangelio según Marcos, de Borges.  En el primero de ellos se narra que Andrews ha perdido una hija y renglones después, en un sermón, Andrews comenta que dios ha ofrecido a su propio hijo, muerto en la cruz, para pagar nuestros pecados, matizando todo eso con alocuciones sobre la virgen María. Las conclusiones a las que puede arribar un chino de aquellos años ante semejante historia, contada por quien acaba de perder una hija, son traumáticas. Pero juzgaríamos mal si no atendemos a otra cosa que nos cuenta Buck en otra parte:   ¨la mujer es tradicionalmente despreciada en China¨ Por lo tanto, para entender bien lo que los aldeanos entendieron de aquel sermón hay que ir más allá… La autora incluye el relato de una anciana que le dice su pena más grande, no haber podido tener un hijo… dios sólo le ha dado nenas que no podrán cuidarla en su vejez.
La historia se vuelve tremendamente atractiva al desarrollar la guerra de los Bóxers, cuando se desató la ira contra los extranjeros y los cristianos fueron masacrados. La autora transmite elocuentemente la desgracia de no tener cara de chino, la necesidad de ocultarse, de deshacerse de la Biblia, por momentos de deshacerse de la vida.  
¿Qué fue del ministerio de Andrews? Bautizó muy pocos. Lamentablemente la mayoría de ellos estaban con él por un sueldito, o porque querían que les enseñara inglés para obtener un buen empleo o porque eran musulmanes sin mezquita y el cristianismo era más afín a Alá que el Confucionismo o el budismo. Él sentía que los chinos no lo entendían, y sentía correctamente. Todo esto lo descubrió muy tarde. Toda una vida esforzándose al pedo. 

El ángel luchador no tiene como escenario la Tierra: China es (era) otro planeta. Tenemos más posibilidades de entender rectamente los diálogos de Platón que las novelas de Pearl Buck, que en fin de cuentas somos occidentales. La premio Nobel nos habla a nosotros, no escribe para que la lean los chinos. Quizás lo más interesante es comprobar que ella misma es un poco china y escribe con naturalidad sobre cosas que para nosotros son muy poco  naturales. Por eso es necesario leerla con cautela, atendiendo siempre a esos dos párrafos que yo transcribo más arriba y al rol femenino en esa sociedad. Si uno no entiende eso, no va a entender la novela, porque  esos pasajes están implícitos en casi cualquier recoveco de esta historia, que no solo nos demuestra que lo diferente existe en la misma Tierra, sino también que leer lo diferente es complicado.

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