Por no tener familia
Heredo la familia de la humanidad
Al no tener posesiones
Yo he poseído todo
Al rechazar el amor de uno
Tengo todo el amor.
Al entregar mi vida a la revolución
Encontré la vida eterna
Huey Newton, Suicidio Revolucionario [i]
Es el
año 2000, gobierna Fernando de la Rúa. Las cámaras de Crónica TV van a Entre Ríos y entrevistan al Subcomandante Carlos, encapuchado, líder del Comando Sabino Navarro, un supuesto grupo guerrillero que se ha
lanzado a la lucha armada para tomar el poder. Para cualquiera que tenga dos
dedos de frente se trata de una payasada grande como la Sierra Maestra. Pero
así no lo entiende Federico Storani, Ministro del Interior, que toma el teléfono
y se pone a insultar al intendente de Concordia, Hernán Orduna. Según Clarín, que comenta los incidentes
meses después, la respuesta de Hernán no se hizo esperar: ¨¡Federico, déjate de
joder! Esta es una locura del Chelo Lima¨, en referencia al subcomandante
devenido trucho, un preciado puntero político de la zona que sólo estaba
haciendo una jodita con el aval de… bueno, de los medios, la oposición y los políticos
locales. La cosa terminó con un juicio
del Estado al Chelo Lima por incitación a la violencia (el hilo se corta por lo
más delgado) y, a su vez, un juicio del
Chelo Lima al Estado por algo así como falta de sentido común. Por supuesto, el
dramón terminó en la nada. Es, claro, una de las tantas camas que le tendió la
oposición y los medios a de la Rúa, y sin dudas, la más graciosa de todas. Pero
me hubiera gustado ver a Storani y a la corte en su conjunto interrogando al
Chelo Lima y del otro lado a 40 millones de argentinos muriéndonos de la risa. [ii]
Desde ya, no
es la única parodia de guerrilla. Algo parecido se puede decir de Jorge Masseti
y sus escasos soldados, casi un equipo de fútbol, armados hasta los dientes, que
no infligieron ninguna baja al enemigo, el cual no aparecía por ningún lado,
pero que fusilaron a dos de los propios antes de perderse eternamente en la
selva, en un episodio kafkiano que se parece demasiado a El desierto de los tártaros de Dino Buzzati.
.
.
Sin embargo,
hay una experiencia guerrillera que va más allá del ridículo, tal vez porque
fue muy real. Se trata del Templo del
Pueblo, de Jim Jones. Más de novecientas personas dieron la vida, con
pasión, por los ideales que sostuvo este extraño, original y desagradable personaje.
Jim Jones es una
persona que debería ser famosa y es prácticamente desconocida. Salvo en su
momento de gloria, su muerte, siempre lo omitieron en la tele, en la radio, en todas partes. Es
un tipo que conocen aquellos que están abocados a temas religiosos o de sectas.
Para los sociólogos y polítólogos o para quienes están interesados en el tema
de la guerrilla es un don nadie. Soy un buen lector de temas políticos y nunca,
en ningún libro, he encontrado una sola mención sobre el Templo del Pueblo, ni siquiera una nota al pié de página. Sabía sobre el
suicidio colectivo más famoso del siglo XX
que lo tuvo como protagonista, pero nunca jamás se me ocurrió vincular este
raro episodio con las guerrillas o la política. Tampoco sé de alguien que lo haya hecho.
Después de ver un documental sobre estos locos me interesé en el tema, leí
algunas cosas y llegué a la conclusión
de que se trata de un movimiento guerrillero hipertrofiado, una caricatura
de la lucha armada en nuestro continente y un caso ejemplar de hacia donde derivan indefectiblemente las revoluciones. Quizás no sea una guerrilla
convencional, quizás no haya sido un problema serio para el sistema, pero nos puede
enseñar mucho sobre las guerrillas más mediáticas y conocidas o sobre los sistemas totalitarios. Las siguientes líneas son para justificar mi
apreciación.
Jim Jones
nació en Indiana, Estados Unidos. Muy pronto se interesó por la religión. La
gente lo empezó a seguir y fundó su propio templo. Practicaba la imposición de
manos y sanaba y curaba y lucraba. Con un gran carisma, de un día para el otro
se vio con un rebaño inusualmente amplio y heterogéneo. Es por eso que lo
primero que se dice de Jim Jones es que era un pastor.
Sin embargo,
no debería ser un secreto que Jones, de adolescente, se afilió al Partido
Comunista. Cierto que lo abandonó prontamente, pero nunca dejó de ser marxista.
No obstante, su marxismo estaba mezclado
con los escritos del líder de las Panteras Negras, Huey Newton, a quien
admiraba profundamente, las enseñanzas
de Gandhi, y claro, la Biblia. Con el correr de los años, ya asomando los 70, le sumó a ese coctel
explosivo la New age, el Hipismo, la libertad sexual, la apertura hacia las
drogas. Por eso mismo, su Templo del Pueblo puede ser visto como un sincretismo
religioso de una originalidad poco
frecuente
Sin el
concurso de la prensa, sin publicidad agresiva, a Jim literalmente le llovían
nuevos miembros. La característica más acusada del Templo era la de abrir las
puertas a todas las razas, lo cual a finales de los 50 era algo inusual y
revolucionario. Y fue más lejos. Junto con su esposa Madeleine adoptó seis hijos:
el único blanco era el biológico. Él mismo bautizó a su familia como la familia
Arco Iris. Por supuesto, esto le dio una publicidad gratuita, efectiva e
inmediata.
Muchísimos lo
admiraban. No se durmió en los laureles. Sus campañas de beneficencia causaron
asombro en California. Recorría los barrios pobres con juguetes y comida. Daba
lo que no tenía, pues Jim siempre fue un tipo que renegaba de las comodidades
y le encantaba dar el ejemplo.
El éxito de su
prédica no asustó tanto a los poderosos como el hecho cierto de que había
pertenecido al Partido Comunista y seguía reivindicando a Marx. El ejemplar
Jones y su séquito fueron barridos de todos los estados y de todas las ciudades
donde pusieron un pié. En 1977, luego de haber caminado por varios
kilómetros, en un espíritu nómade muy de la época que también le reportó
adeptos, se paró ante sus feligreses, cual Forrest Gump, y les dio una orden:
¨síganme a Guyana¨, y le siguieron. Pero el líder no dejó que todos lo
siguieran, hizo una selección. Eligió a los mejores para fundar una sociedad de
cero, una utopía socialista que se llamó Jonestown, en el interior de la selva
amazónica Guyanesa, no lejos de la frontera con Venezuela, donde no pudieran
ser molestados.
¿Pero por qué
el templo se mudó a la selva sudamericana? Hay dos facetas de Jim Jones para
señalar. En primer lugar venía desarrollando manías persecutorias, una paranoia
que le hacía creer que era perseguido y espiado constantemente (y mucho de eso
pudo ser así). En segundo lugar tenía propensión a lo que se llama profecía
autocumplida, por la cual su manía persecutoria se tornaba real: de la misma
manera que uno cree que el vecino lo odia y va y le pega y, efectivamente, el
vecino lo odia, aunque el paranoide sigue creyendo que el vecino lo odiaba
desde antes. En sus últimos tiempos en Estados Unidos cada vez levantaba más la
bandera comunista y cada vez que podía daba a entender que era ateo. En plena
guerra fría eso no podía ser bueno.
En Jonestown,
desde el mismo nombre que le impuso a la ciudad, dejó ver que él era el líder
indiscutido, el señor y el amo. Porque si había una tercera faceta en Jones era
su autoritarismo. Exigió obediencia ciega a sus adeptos, y al que no le
gustaba, se podía ir. La opción no era muy viable. Las carreteras no existían,
los indios acechaban, la selva virgen estaba por todas partes. Escapar era un
suicidio.
La utopía
sudamericana de Jones prosperó. Menos de medio año después de la fundación de
la colonia la noticia llegó a Norteamérica y cientos de personas se lanzaron a
la colonia. Llegaban en pequeños aviones, luego de varias escalas, a la improvisada
pista de Jonestown, que era la única puerta para llegar (y para salir). La
población se disparó hasta rozar los mil habitantes, la popularidad del Templo
del Pueblo se agigantó y la paranoia del líder llegó a la estratósfera. Jones
prohibió el ingreso de más fieles a la colonia, cualquiera de ellos podía no
ser apto para su sociedad, cualquiera podía ser un espía. A partir de ese
momento nadie supo nada de lo que acontecía dentro de la selva.
Una vez en
Sudamérica su discurso cambió. Amplificó su retórica anticapitalista,
condenando el ¨inhumano sistema¨ que dominaba a su país. Gradualmente los
enemigos fueron más numerosos, el mundo empezó a satanizarse y la amenaza
estaba hasta en las sombras. Condenó toda crítica, por frívola que fuera, el
individuo dio paso a la masa y él hablaba en nombre de todos. (Si la gente del
mundo te persigue sos víctima y si sos víctima es porque sos bueno y si sos
bueno tenés razón. Dos más dos es cuatro. Esa era la lógica de Jim.)
Un día Jones
reunió a sus fieles. Les dio una orden. ¨A partir de ahora los matrimonios
quedan disueltos¨. Todos los casados le hicieron caso con un profundo ¨si¨. A
renglón seguido bramó en favor del amor libre. Para persuadir a todos, pidió a
las mujeres con las que se había acostado que levantaran la mano. La
levantaron casi todas, incluida su mujer, incluido algún hombre, porque el
líder era bisexual. Y remató diciendo
que si él hacía algo lo podían hacer todos. A partir de ese día la colonia
Jonestown fue una orgía. (Aunque dejó bien en claro que el único que podía
practicar la homosexualidad era él… y el afortunado elegido).
A decir
verdad, la orgía fue incentivada para que la población olvide los sufrimientos,
especialmente la falta de comida. Con la población que pasó de unos cincuenta a
casi mil y las condiciones climáticas
que no acompañaron, la tan ansiada utopía se estaba pareciendo a una hambruna ucraniana
muy poco estimulante. A favor de Jones hay que decir que las raciones de comida
eran iguales para todos, salvo para Jones, su mujer y su séquito más directo,
compuesto por unas veinte personas, en su mayoría profesionales. Entre estos
había un médico y una enfermera, preferidos del líder. Eran los únicos que
regularmente abandonaban Jonestown, preferentemente para conseguirle las
drogas a Jim, que era un adicto a varias cosas ya desde mucho antes de
abandonar su país. Los placeres de las drogas eran sólo para él y su grupo.
Todo parecía marchar
para la colonia. El hambre se hacía sentir, pero ya vendría otra cosecha y sexo
no faltaba.
Sin embargo,
con la apertura sexual se empezó a notar que el líder era claramente misógino.
En muchos de sus discursos condenaba a las mujeres como si constituyeran un
estorbo o un error de la naturaleza. Esto empezó a ser especialmente evidente
cuando, producto de la misma orgía que había impuesto, se trastornaba de celos
al ver a alguna de sus favoritas en manos de otros. No obstante lo cual, él decía estar orgulloso
(y probablemente lo estaba) de ver como en su guarida del mundo se estaba
produciendo un Hombre nuevo, libre de
las ataduras del sistema capitalista, que ofrecía su mujer y se sacaba el pan
de la boca para que la comida alcance para todos.
Una noche Jim
citó a algunos fieles, todos varones. Les sirvió vino: todo un lujo. Les dijo
que estaba envenenado y les ordenó que bebieran. Lo hicieron. Luego les aseguró
que era un chiste y los despachó sanos para que pudieran dormir con los otros.
(Con el tema de la orgía, Jones también se había ahorrado el pensar nuevas
residencias para sus adoradores: todos dormían en una especie de gran cucha,
revueltos). En realidad, lo que Jones había querido probar con este acto, de
extraña eucaristía, era ver hasta qué punto sus seguidores estaban dispuestos a
seguirlo y asegurarse que le eran más fieles a él que a sus propias esposas. Además,
Jim les había dado una razón para vivir, y tal vez empezaba a vislumbrar que
podía darles una razón para morir.
El gran
anuncio que hizo unos días después corría en ese sentido. Declaró a los cuatro
vientos dos cosas, una más osada que la otra. Dijo que era ateo y que siempre
lo había sido. A continuación afirmó: ¨Soy dios¨. Muchos aplaudieron, incluso con las lágrimas
entre los dedos. A partir de ese glorioso momento se cantó la internacional a
coro y con el puño en alto antes de cada cena, si había. (No es ningún chiste,
están las imágenes).[iii]
Una buena
tarde congregó a su pueblo porque les tenía que dar algo. El médico y la
enfermera, junto con algunos otros de su séquito más íntimo, retornaban luego de un gran viaje. Habían
conseguido lo que buscaban: armas, muchas armas. Fueron repartidos doscientos
fusiles a ciertos habitantes de confianza hasta que sólo quedaron algunas
ametralladoras, que quedaron en el grupo más íntimo.
Armar a su
gente tenía un motivo. A Jim Jones le
llegaban noticias preocupantes. Unos meses atrás, cinco personas se
fugaron y lograron, contra todo
pronóstico, llegar a los Estados Unidos,
diciendo las peores cosas de la colonia y especialmente de su líder. Gran parte
de la población se indignó y pronto el caso pasó de los diarios a la tele y al
congreso. Los yanquis presionaron a Guyana. En ese momento Jim citó a sus
seguidores y les pidió que delaten a todo traidor y a todo aquel que intentara
abandonar Jonestown. Varios fueron denunciados. Los mataron a golpes o los
torturaron. El líder tenía razón: se necesitaban armas, el enemigo estaba por
todos lados.
El gobierno de
Guyana había dejado hacer al Templo del pueblo por cuestiones geográficas. En
efecto, la colonia se alzaba sobre un territorio del país que era, y es,
reclamado por Venezuela. Los guyaneses entendieron que los venezolanos se
podrían animar a invadir esas tierras, máxime si estaban deshabitadas. Pero
calcularon que si unos ciudadanos norteamericanos fundaban una colonia, los
vecinos no se iban a meter con ellos. En otras palabras: consideraban a su
propio pueblo de segunda, pero no a los gringos. Paradójicamente, cuando los
hechos se sucedieron y el escándalo diplomático tocó al estado de Guyana, los
guyaneses no quisieron saber nada con molestar a los yanquis que adornaban con
armas su propia selva. Leo Ryan, un congresista estadounidense, fue el que se
animó. Se animó tanto que se subió a un avión y aterrizó en Jonestown con
cámaras de televisión y todo. Quería ver con sus propios ojos y mostrarle a su
país lo que allí estaba pasando. Sin embargo, para Jim ¨Paranoia¨ Jones, que le
traigan un espía y cámaras para escrachar todo era como prenderlo fuego vivo.
¿Acaso no bastaba con que la gente fuera de la colonia se imaginase lo que
pasaba adentro?
Cautamente, Leo
Ryan fue recibido con abrazos y manjares. Cuando eructó, hizo un balance muy
positivo de todo lo que había visto. Se sentía, dijo, como en su casa, y
declaró que se trataba de un pueblo feliz que sólo quería la paz. Eran palabras
diplomáticas, pero sinceras en algún punto.[iv]
Camino al
avión se le sumaron quince desertores del Templo, quince traidores, a los ojos
del líder y para la mayoría de Jonestown. Probablemente pensaron que nadie se
iba a meter con un político norteamericano y que no había mejor arma para
defenderse que una cámara de televisión. Jim mandó varias ametralladoras a perseguir a
los desertores y, de ser posible, meterle bala también a Ryan y a su comitiva.
La operación fue un éxito. Las cámaras captaron la famosa escena en la cual el
propio camarista cae muerto y la máquina sigue filmando el baño de sangre, que
incluyó la muerte del congresista.
En Jonestown
aplaudieron a los héroes. Jim los abrazó como antes había abrazado a Ryan. Esa
noche fue una fiesta, una orgía.
Pero habían
matado un congresista de los Estados Unidos de América. La réplica, sin dudas,
iba a ser terrible. Jones ya sabía, desde mucho antes, que algún día vendrían
por su pueblo. Esta vez la profecía autocumplida iba a ser para todos. Los
enemigos exteriores acechaban. ¿Pero a dónde ir? Ya habían huido de ciudad en
ciudad, luego habían salido del Imperio para recalar en el lugar más apartado
del mundo ¿Acaso podían partir hacia otro mundo? ¿Cuál?
Jim se
mostraba más nervioso que de costumbre, casi excitado, como si las drogas lo
trabajaran por dentro más de lo habitual. Pero el discurso que bajó antes de la
orgía era también novedoso. Hacía incapié en una transformación del espíritu
que, garantizaba, se daba después de la llamada muerte, donde el comunismo
primitivo reinaba eternamente, y sugería que él los llevaría ¨de la mano¨ a ese
paraíso. Jones les había dado una razón para vivir. Pero desde hacía tiempo les
venía tejiendo una razón para morir. Esa razón era una mezcla de predica ovni
con sofrología, muy al estilo de la secta suicida Puerta del Cielo y de nuestro queridísimo Favio Zerpa.[v]
Líder coronó
ese discurso anunciando que su médico y su enfermera habían vuelto de un viaje
trayendo una sorpresa. Agregó que un ejército regular marchaba para matarlos a
todos, incluidos niños y mujeres. Apuró que era mejor partir al otro mundo antes que perecer en este a manos
de los enemigos. Sin embargo, lo más osado de su prédica fue el siguiente
argumento: el mundo necesitaba cargar con la culpa por todas las muertes del
Templo del Pueblo. Se debía saber que ese acto suicida masivo y heroico como ninguno
otro antes en la historia, era obra del Templo. Los enemigos cargarían con la
culpa. Había que darles una lección; dejar una huella indeleble en las
conciencias. Jim Jones le dio un nombre a esta, su última doctrina: ¨suicidio
revolucionario¨, tomado del título de un libro de su admirado Huey Newton. Tranquilo,
repartió la sorpresa, unas jeringas con cianuro. Cerró su perorata con estas
palabras, que resumen su credo: ¨Tomad la poción como solían tomarla en la
antigua Grecia, y marchaos tranquilos, porque esto no es un suicidio, es un
acto revolucionario¨. Las madres les dieron el cianuro a sus hijos y luego los
siguieron. Son 909 los revolucionarios que
murieron ese día. [vi]
Lamentablemente se evalúan los suicidios colectivos básicamente de dos maneras: los buenos y los malos. Los buenos son los del tipo de Masada, con condimentos nacionalistas; malos son los del tipo del Bunker de Hitler, que no se suponen nacionalistas. (Y tal vez habría que agregar un tercer caso, los estúpidos, del tipo de La puerta del Cielo).
Nuestro caso
es inscripto, sin dudas, dentro de los malos. Sin embargo, hay que hacer una
salvedad. ¿Qué es un suicidio colectivo? De alguna manera, los gandhis y otros
cientos que se mueren producto de una huelga de hambre, ¿Son suicidas? Los
infinitos miembros de las guerrilla que sueñan con convertirse en mártires,
¿son suicidas? Los que van contentos a dar la vida por la patria y lo logran,
¿qué son?
Por supuesto,
los del Templo estaban completamente estupidizados. Los pedos de Jim tenían el
olor más agradable. Por eso, cuando empezó a hacer cagada, nadie se dio cuenta,
les faltaba el olfato para saber discernir entre el bien y el mal. Era
infalible, era dios. Creer o reventar. En favor del pueblo podemos decir que la
experiencia fue breve; les faltó el tiempo necesario para comenzar a odiarlo, a
olfatearlo con justicia.
El suicidio
revolucionario, por nefasto y horrible que nos parezca, fue una novedad, algo
único: la voluntad de un pueblo de trascender con su voluntad los límites de lo
posible.
Los pueblos se
equivocan. Los miembros del templo son un excelente ejemplo en este sentido.
Estaban absolutamente convencidos de hacer lo correcto, arrastrando a sus
propios hijos. Desde esta perspectiva, más que matarlos, Jim los llevó a la
muerte: fue la forma más palmaria de demostrar hasta qué punto se había podido
conseguir un Hombre nuevo.
Las
revoluciones tienen un solo problema: cuando triunfan. No importa si es en
Francia, en Rusia, en Vietnam, en Camboya, en Cuba, en Corea del Norte o en la selva de Guyana. No importa la
ideología. Si es radical o se radicaliza, pobre de ese pueblo. Los ideales más
nobles caen como una fruta madura y su empiezan a pudrir. Hieden, se vuelven
intragables. Pero puede pasar que no triunfen. En ese caso alimentan los sueños
ingenuos de que hay otro mundo posible, al cual se pudo haber accedido por las
armas, y se aplaude a los mártires que otrora lo intentaron. Eso también es
creer o reventar.
El Templo del
Pueblo es un hecho político y Jim Jones fue el comunista más radical, el más arquetípico
y desconocido entre todos. Mientras caminó las calles de su país fue admirado
por los progresistas. Dejaba de comer para que coman los otros, brindaba
con todas las razas, era aperturista del
sexo y de la droga. Ya en la selva, con las manos libres para hacer lo que
quisiera, formó una nomenklatura de vagos a su lado, tendió una orgía en la
cual él era el principal beneficiario, se ortibó la droga y se quedó con los
manjares y las mujeres, a quienes moralmente despreciaba. Y al que no le
gustaba se lo pasaba por las armas (o por el choto).
El Templo del
Pueblo tuvo un ideal y un desenlace revolucionario exitoso ¿Fueron los ideales de la muerte o la muerte de los
ideales? Yo no lo dudo: fueron la muerte
de los ideales, como en el fondo de cualquier revolución. Solo resta saber una cosa: si hay vida después
de la muerte.
Fuentes:
By having
no family. I inherit the family of humanity. By having no possessions. I have
possesed all. By rejecting to love of one. By surrendering my life to the
revolution. I found eternal life
[ii] El Comando toma su nombre de José Sabino Navarro, uno
de los montoneros originales. En Soldados
de Perón, de Richard Gillespie, nota 4 del capítulo 5, se señala a la
Columna Sabino Navarro, bautizada así luego de la muerte de Sabino, que si tuvo existencia real, más o menos dentro de
Montoneros, como los probables autores materiales del asesinato de Rucci.
[iii]
Según la tesis de Catherine Barrett
Abbott, Jones llegó a admitir que él se infiltró en algunas iglesias de más
joven, particularmente la metodista, y
luego entre los creyentes en él mismo como un cristiano, para poder difundir su
mensaje marxista desde una posición de privilegio. Si esto es así, James tenía
buenos motivos para temer infiltraciones en su Templo.
[iv] Pudo ser una jugada geopolítica de los yanquis. Hay
que recordar que el estado de Utah, era parte de México cuando unos cristianos
polígamos, los mormones, se instalaron allí.
[v] Favio tiene un libro que se llama Morir es volver a casa (La muerte no
existe), y muchos sobre contactos de tercer y cuarto tipo. Me tomé el trabajo de hojearlo, y
resultó un trabajo muy arduo.
[vi] Extrañamente, fueron los cuatro sobrevivientes,
traidores, los que contaron estos hechos. Más extrañamente, el documento más
preciado de ese solemne momento son las grabaciones que de su discurso hizo el
mismo Jones, donde se puede escuchar la aprobación de su feligresía, marchando
decidida al otro mundo, como para que no se dude
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