El caso Bruckner y otros escritos sobre música
Estos son consejos para que aprendas a escuchar música con el cerebro, desterrando prejuicios, y en algunos casos, para que no prejuzgues a tus semejantes.
Casi toda la música clásica es una mierda
Héctor Yánover, librero, sostenía que casi todos los libros que se publican son una mierda. No decía más que obviedades, pero también sabía que es necesario recordar esa obviedad cada tanto. Las mayorías tienen un prejuicio de cuna y sacralizan los libros por esos adagios que aprenden de pequeños: “Leer es bueno”, “el saber esta en los libros”, etc. Paradójicamente la recurrencia a estos adagios paraliza o espanta al potencial lector.
De las otras artes se puede decir lo mismo. La música clásica es vieja, y lo que nos ha quedado con el paso de los años es, en general, lo mejor. No es una música para iniciados. Los auditorios antiguos eran bien vulgares. Las masas escuchaban con deleite a Mozart y veían en sus óperas un momento de distracción de la misma manera que el público de hoy ve una obra maestra en el cine (verbigracia, Titánic.) Y aunque siempre hubo música para pocos, y de la buena, la enorme mayoría de lo que hoy sale al mercado con el rótulo de “música contemporánea” (esa supuesta música clásica del futuro), deja mucho que desear. Es música para minorías, para iniciados. ¿En qué se inician? En matemáticas. La música siempre fue matemática, pero ahora parece que la matemática es música.
Como la música de la época de Mozart (el clasicismo) es la más vendible, un gran sello sacó a la venta una colección que se llama “Los contemporáneos de Mozart”, unos palurdos insoportables de tan comerciales que eran (son). Uno de los mejores es Salieri, que sin embargo tiene tan mala prensa como resultado de una muy buena película. De los otros no quiero acordarme. Lo que si me quedo bien claro es que casi todo lo que se produce, en cualquier rama del arte y en cualquier tiempo histórico, es una reverenda mierda.[1]
El caso Wagner
Se puede ser un grandísimo hijo de puta y tener un alma hermosa
Richard Wagner fue ese grandísimo hijo de puta que seducía a las mujeres e hijas de los amigos, faltaba invariablemente a toda cita y estaba tachado de moroso incobrable. Cuando un amigo le reclamaba un mango, Richard le escupía: “Te voy a dar dos consejos: primero que te consideres afortunado, no porque poseas fortuna, pues la has perdido toda, sino porque con tu dinero has aportado a la causa de la humanidad, a quien está destinada mi música. Y, segundo, no me vuelvas a llamar amigo”.
Sin embargo cuando escucho la música de Wagner no puedo dejar de sentir que ese tipo poseía un alma amplia y hermosa. Y hasta llego a justificarlo en sus actos. Yo le hubiese entregado hasta el orto por una ópera más.
El caso Bruckner
Los boludos pueden ser geniales
La primera vez que escuché el final de la octava sinfonía de Anton Bruckner le vi la cara a Dios. Ese ascetismo de notas, esos tuttis, esos silencios grandiosos, esos dominios del alma ajena (la mía) me llevaron a representarme su cara (la de Dios) como la de Schönberg: la cara de alguien torturado espiritualmente, lleno de ideas reflejadas en su rostro, seguro de sus actos, un tanto inabordable para el diálogo, sabio en su mirada, profundo en sus dudas existenciales, descreído de sí mismo.
Por aquellos años la tecnología (y el conocimiento) no eran tan accesibles, de modo que tuve que esperar para dar con la cara de mi ídolo. Compré la novena sinfonía, quizás la mejor. Venía con un retrato del monstruo y una biografía sucinta. ¡Qué decepción, hermanos míos! Anton resultó tener facha de boludo, cara de boludo, y lo que es peor, era un boludo.
Esto último merece ser explicado, porque si bien es cierto que las apariencias engañan, más cierto es que cuando las apariencias no engañan, nada especial esperamos de esos individuos. En otras palabras: de alguien que parece boludo y hace boludeses lo último que esperaríamos es que fuese un genio universal de la música.
Bruckner era obeso, de misa diaria. Su obsesión era tal que contaba las estrellas y no pudiendo contarlas a todas volvía a empezar. Tenía un edipo mal curado y su madre lo era todo para él. Su sueño era conocer a Wagner y servir a Dios con sus sinfonías.
Sus sinfonías presentaban en su época una característica única: no eran suyas. En efecto, todos los músicos que tenían acceso a la partitura corregían pasajes extensos y añadían arreglos. Bruckner los dejaba hacer. No tenía personalidad para censurarlos. Luego dirigía esas obras llenas de correcciones, casi ajenas.
Anton había empezado a componer pisando los 50 años. Y lo hizo obsesivamente. No solo componía sinfonía tras sinfonía sin respiro, también las corregía incansablemente (y se las corregían.) El caso más elocuente es el de su insólita sinfonía cero. A pesar de no haber sido estrenada y estar fuera de catálogo, se entretuvo revisándola hasta el final.
¿Bruckner tenía conciencia de su genio? Todo indica que sí. Hoy solo se publican sus sinfonías originales, porque tuvo la precaución de guardarlas. El problema es que hay en algunos casos dos o tres versiones de una misma sinfonía, consecuencia de su inseguridad que lo llevaba a corregir tanto.
Su primera obra la estrenó un director sin escrúpulos, que trató de demostrar que la obra era mala dirigiéndola lo peor que pudo. Bruckner decidió dirigir sus propias obras, y fue peor. No tenía personalidad. Si un clarinetista le decía su parecer sobre cierto pasaje terminaba por imponerse al director. El resultado era que cada instrumento hacía lo que le venía en gana. Setenta músicos: todos directores. Esto le jugó una mala pasada al genio. Si su música era difícil y encima estaba mal ejecutada, poco se podía esperar de ella. Máxime si tenernos en cuenta que a esto hay que agregarle las manipulaciones de terceros en las partituras.
El gordo fue a la casa de Wagner con su segunda sinfonía bajo el brazo. Además, deseaba conocer a su ídolo. Richard, enterado de la presencia de este don Nadie, lo hizo esperar varias horas bajo la nieve. Finalmente mandó al portero para que reciba las hojas. Días después nuestro ídolo (Bruckner) retornó. Un alcahuete le alcanzó una nota telegráfica que decía algo así: “Obra mala. No molestar”. Pero el gordo ya tenía bajo el sobaco su tercera sinfonía. El hijo de mil putas le abrió la puerta. (Podemos estar seguros que para conseguirlo Anton clavó las rodillas sobre la nieve largamente.) La entrevista fue breve. Estaba feliz. Parece que para Bruckner, dios había asumido la cara de Richard Wagner. Y más feliz estuvo cuando el turro, que leyendo partituras no era boludo ni garca, elogió la tercera sinfonía y movió influencias para que fuese estrenada.
El estreno fue un fracaso.[2]
Pero como si todos estos problemas fuesen pocos, sus sinfonías crearon otros problemas que aún no han podido resolverse.
Desde Beethoven, medio siglo atrás, no aparecía un sinfonista innovador, y toda novedad trae sus complicaciones. Jamás se habían hecho sinfonías tan largas y de estructuras tan lentas. Ya en su época se le criticaba la falta de solvencia para pasar de una melodía a otra, así como la falta de adornos en su música. (Afortunadamente todo esto era salvado por sus amigos que le corregían los pentagramas. Pero que tampoco podían hacer milagros.) Sin embargo lo que más le enervaba la puta sangre a esos auditorios eran los famosos silencios brucknerianos y su contrapartida: los tuttis, llenos de bronces y metales.
Aún su música es para pocos. Un musicólogo de la revista Audio Clásica contó la siguiente anécdota. En Gran Bretaña le habían hecho un homenaje radial al genio. Él había sido convocado para explicar su música. Como tenía ganas de divertirse y no de enseñar, dijo que todos esos metales en los tuttis de Bruckner remiten a las bocinas de las locomotoras. El músico había sido muy fanático de los ferrocarriles y gustaba de escuchar los diferentes tonos de las bocinas según los trenes se acercaban o se alejaban. Innumerables oyentes llamaron a la radio agradecidos: ahora podían escuchar a Bruckner; lo habían entendido. Pobre gente.
Pero si los tuttis tienen sus problemas, la cosa no es mejor con los silencios. Anton es el músico menos indicado para escuchar en un concierto. En esos poderosos silencios, tan introspectivos y de características metafísicas, es cuando a todos se les da por toser o estornudar o aclararse la voz o aplaudir suponiendo que la obra ha concluido o chistar para callar a los que aplauden. Es una verdadera pesadilla concurrir a un concierto así. Además, la mayoría suele estar en una crisis de aburrimiento y el aburrimiento invita a retirarse, y cuando se retiran hacen ruido. Afortunadamente tengo un excelente equipo de audio que me permite emocionarme sin que nadie me vea.
Y del silencio al tutti, Bruckner nos ofrece eso que alguno definió magníficamente como “angustia existencial”. Esos ostinatos in crescendos que laceran el alma (¡por Dios el movimiento cuarto de la octava, el primero de la novena o el primero de la séptima!)
No obstante lo dicho, es evidente que gran parte de la obra de Bruckner es un tanto ingenua, infantil, irresoluta, como él mismo, o al menos como una parte de él mismo.
Nunca tuvo novia y murió virgen. Está documentado en las cartas a su madre. A medida que se ponía viejo pedía la mano de señoritas, preferentemente campesinas, más jóvenes que Heidi. Su amor a Dios era inocente. Tanto se había consagrado al Señor que prometió tener sexo sólo después del matrimonio. Pero nunca se casó. No recuerdo quien explicó los tuttis como el lugar donde Anton canalizaba su libido. Puede que tenga razón. ¿Y entonces qué decir de los silencios?
El caso Haendel
Una linda melodía no es música
Haendel era hermano de Jack London. No porque los hubiera parido la misma madre, sino porque estaban hechos de la misma madera. Ambos eran grandes plagiadores.
Cierta vez le preguntaron al alemán por esa costumbre de tomar prestadas melodías ajenas. Haendel respondió: Una melodía no es música. Esos bobos no saben elaborar nada decente con ellas. La melodía es el primer escalón de una obra, nada más que eso.
Recordemos las melodías de Paganini. Variaciones y rapsodias sobre uno de sus temas (o sea, sobre una de sus melodías) compusieron nada menos que Brahms, Rachmaninoff y Lutoslawsky entre otros. Esas melodías son hermosas. El tano era un melómano al pié de la letra, pero nunca se consagró como músico con mayúsculas. Esas melodías tuvieron que visitar la cabeza de Brahms y de los otros para elevarse al nivel de arte.
Como un ejemplo para ratificar lo que Haendel dijo, pero en sentido inverso, bástame recordar la famosa melodía de ♫ Porque es un buen compañero♫ que plagia a Beethoven en La batalla de Wellington, perdiendo todos sus méritos. O la melodía del Himno a la Alegría tocada por Los Violadores.
El caso Paganini
Ser un virtuoso tiene más que ver con el deporte que con la música
La expresión más popular del virtuosismo es la velocidad del ejecutante. Alguien alguna vez dijo que era más difícil técnicamente en la guitarra tocar arpegios ligados que escalas a mil, pero también es cierto que resulta extremadamente más difícil tocar esos mismos arpegios a altas velocidades.
Aunque siempre conviene ser un virtuoso, es innegable que el virtuosismo en sí es algo que guarda mayor afinidad con el deporte o con el circo que con la música, como si fuesen corredores de los 100 metros llanos. Como Niccolo Paganini, que terminó ganándose la vida ejecutando el violín en el circo.
El caso Malmsteen
Uno debe acomodar el oído antes de juzgar a un virtuoso
Al guitarrista sueco Yngwie Malmsteen y a muchos otros epígonos suyos que tocan a altísimas velocidades se los ha calificado en sus comienzos despectivamente como “licuadoras”. Como suele pasar, estos llevaron la ofensa como estandarte y hoy es como se designan a sí mismos: Shredders, en inglés.
Y es que hay que acomodar el oído antes de juzgar a un virtuoso .A esos ansiosos, la novedad de Yngwie y compañía les sonaba a una licuadora, en virtud de la velocidad con que ejecutaban las escalas.
Hoy nadie que pretenda dominar el instrumento de las seis cuerdas puede pasar por alto las innovaciones técnicas del sueco.
Muchas de las obras de Liszt o Bach fueron interpretadas en su época como alardes del virtuoso. Sin dudas lo eran, al punto que en la época de Bach eran muy populares los duelos para dirimir quién era más virtuoso. Pero pasaba desapercibida para sus contemporáneos la dimensión artística de esas obras.
El caso Charly
Tocar un instrumento es como hablar un idioma
Y sí, tocar un instrumento es como hablar un idioma. Tengo un amigo que habla cuatro idiomas. En cada uno de ellos sólo emplea cien palabras. Es un Tarzan políglota.
Pero el empleo de pocas palabras también fuerza al hablante a ejercitarse en el poder de síntesis. Lo vemos en esos maestros espirituales de oriente que muchos suponen sabios porque emplean pocas palabras. Esa gente, por falta de recursos en nuestro idioma tiende a explicar todo por medio del ejemplo. Para decir “la vida es breve” quizás no encuentren dentro de su léxico la palabra “breve”, y tengan que decir “la vida nuestra es como la vida de las mariposas. Volamos hacia la muerte, que nos espera cerca”. Siempre habrá gilbertos dispuestos a aplaudir estas naderías.
Charly es un Tarzán que habla muchos idiomas, en especial el chino mandarín. Lo hace muy bien, no lo voy a negar. Pero…
El caso Nietszche
La obra de Nietzsche es una mierda
A ver si se dejan de Joder con publicar las obras de Nietzsche o las de Adorno. Obvio; hablo de las obras que realizaron para destruirnos los oidos. Nunca va a faltar un incauto como yo o como mi amigo Maesse que gaste unos pesos en descubrir que esos tipos eran filósofos, no músicos.
La música es más importante que los músicos
Hay quienes quieren las obras de Mozart tocadas al clave, como en el original. Hay quienes critican las ejecuciones de las obras de Bach para violin, porque entienden que acercan su música a la de Brahms, haciéndola sonar muy romántica. Son los llamados puristas. Son los censores del pentagrama. Son aquellos que aman más a los músicos que a la música.
La música es más importante que los músicos
Hay quienes quieren las obras de Mozart tocadas al clave, como en el original. Hay quienes critican las ejecuciones de las obras de Bach para violin, porque entienden que acercan su música a la de Brahms, haciéndola sonar muy romántica. Son los llamados puristas. Son los censores del pentagrama. Son aquellos que aman más a los músicos que a la música.
Enero de 2012
Nota: He escuchado muchas versiones de la obra de Bruckner. La mejor es la de Szell, porque no intenta adicionarle romanticismo o severidad a la obra. La ejecuta casi sin interpretarla; escueta y filosa como debe ser. Lamentablemente esta versión de la obra no esta en el Youtube. Pero les paso la de estos tipos casi desconocidos, pero muy buenos. Mi hermano Anton, desde el cielo, te lo va a agradecer.
http://www.youtube.com/watch?v=tEa6OUQ98OY&feature=BFa&list=PL076B0F06CEEA29C9&lf=plcp
http://www.youtube.com/watch?v=hkww_vPpewk&feature=related
ARTICULOS RELACIONADOS
http://www.baojose.blogspot.com/2011/11/sobre-eso-que-llaman-rock-nacional.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/11/opera-para-todos.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/11/la-sorpresa-de-haydn.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/10/bombas-en-el-paraiso.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/10/el-registro-del-alma-segun-el-jazz.html
Nota: He escuchado muchas versiones de la obra de Bruckner. La mejor es la de Szell, porque no intenta adicionarle romanticismo o severidad a la obra. La ejecuta casi sin interpretarla; escueta y filosa como debe ser. Lamentablemente esta versión de la obra no esta en el Youtube. Pero les paso la de estos tipos casi desconocidos, pero muy buenos. Mi hermano Anton, desde el cielo, te lo va a agradecer.
http://www.youtube.com/watch?v=tEa6OUQ98OY&feature=BFa&list=PL076B0F06CEEA29C9&lf=plcp
http://www.youtube.com/watch?v=hkww_vPpewk&feature=related
ARTICULOS RELACIONADOS
http://www.baojose.blogspot.com/2011/11/sobre-eso-que-llaman-rock-nacional.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/11/opera-para-todos.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/11/la-sorpresa-de-haydn.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/10/bombas-en-el-paraiso.html
http://www.baojose.blogspot.com/2011/10/el-registro-del-alma-segun-el-jazz.html
[1] Una cosa es saber discernir la buena de la mala música. Y otra muy distinta es que a uno le guste siempre lo bueno. Yo he comido mucha mierda y la verdad es que la encuentro bastante sabrosa.
[2][2] Durante uno de estos estrenos fracasados se le acercó un joven para felicitarlo: Gustav Mahler, que probablemente allí mismo en ese estreno aprendió una lección. A él los músicos de la orquesta lo iban a respetar. Quizás nunca hubo dictador director más severo que Mahler.
eheheh... sobre el caso Wagner: emmm, bueno sòlo que dicen que el diablo era el angel màs hermoso de Dios. Eso..
ResponderEliminarMejor entregale el alma amigo, digo. O esperà, mejor, a ver què pide 1ro.
ahahah, otra cosita q aprendí-a fuerza de prueba y error- en estos treinta- y pico- es que no es sano amar un músico. No! ni nada aproximado a ellos.
ResponderEliminarLo vi al diablo. Tenia cuernitos. Era musico.
Eliminary es amigo de jimi hendrix y page, dicen.
ResponderEliminarun estudio de la universidad de michigan dice que el 70% de los hombres que tienen blog lo configuran de color negro.
ResponderEliminarestadísticas vió...