sábado, 21 de julio de 2012

Prokófiev y Stalin

                                         Prokófiev y Stalin
Sergei Prokófiev nació en Ucrania, pero en uno de esos pueblos del este de Ucrania donde todos hablan ruso, se visten como rusos y se sienten como rusos. Su mamá era pianista y según parece  una muy buena profesora, porque Sergei aprendió a tocar correctamente y a temprana edad.
Su madre habrá sido el primer amor de Sergei, platónico e inalcanzable, como es de rigor. Y a mí me gustaría saber algo más de esta primera relación del músico, porque , veremos, nos podría ayudar a resolver algunos enigmas de su vida.
            Con el inicio de la primera guerra mundial compone su genial suite escita y abandona Rusia. Se codea con la intelectualidad del oeste de Europa y salta hasta Nueva York. Allí conoce a  una española, Lina. Lina está fuerte y tiene una hermosa voz. Lina conquista el corazón de Sergei mientras que Sergei conquista la Gran manzana. Se enamoran. Vuelven al viejo continente. Ella queda embarazada. Se casan.
Lina no progresa en sus estudios. Tiene una linda voz, pero no le pone voluntad, no le pone onda. Prokófiev ya es una estrella y le consigue los mejores profesores de canto. Lina solo quiere dedicarse al hijo de ambos, darle los pechos, no un do de pecho.
En 1936, cuando ya asomaba la segunda guerra, a Sergei se le ocurre una de las más desopilantes ideas que jamás a ser humano alguno se le haya ocurrido: volver a Rusia. Stalin lo recibe con los brazos abiertos. Nuestro protagonista se dedica a componer y lo hace en un estilo que no se ajusta a las convenciones del realismo socialista. Sergei es muy famoso como para apretarlo más que con palabras. Entretanto, le envía una obra a su amigo Meyerhold, para que la vaya ensayando. Stalin acusa a Meyerhold de desviasionismo político, lo manda a torturar y finalmente lo fusila.  Sergei siente que le están tocando el culo.
Estamos en 1941 y las tropas alemanas avanzan deprisa. Su mujer se queda en Moscú, que es lo mismo que decir en el frente de batalla. Prokófiev se pierde en la inmensidad de Siberia, junto a su amante, de quien se ha enamorado. Lina conoce esa relación por terceros, y cae en un pozo depresivo.
La segunda guerra termina bien para Stalin. En 1948, el hombre de acero  decide hacer una purga de intelectuales. Prokófierv es muy famoso. Pero Lina no tiene esa suerte. La agarran de las bolas y la deportan a un gulag (campo de trabajos forzados para creación de  Hombres Nuevos.) Sergei se casa con Mira, que es el nombre de su amante, sin necesidad de divorciarse de Lina, dado que se habían casado en el extranjero y porque ahora, técnicamente, ella estaba muerta. Al mismo tiempo, hace de su música algo más digerible, como para la popular, como para el carnaval, como su novena sonata para piano.
En ese momento ocurre una de las casualidades más increíbles y más vinculantes en la historia: el 5 de marzo de 1953 mueren Prokófiev y Stalin.
Pero, claro, esta coincidencia no sería tal sin la participación de Lina Llubera. La viuda de Prokófiev quedó en un régimen de semilibertad  y finalmente fue liberada y reivindicada como cantante, (aunque sabemos que no cantaba del todo bien.) Mira Mendelson, la otra viuda de Prokófiev, vivió hasta 1968, y aunque fue una intelectual de fuste y colaboradora de su marido en varios libretos de óperas, nunca fue ni deportada ni reivindicada.
Yo me la imagino a Lina ese día. La habrán sacudido para que entendiera semejante alegría. Se habían ido sus dos verdugos en un abrir y cerrar de ojos, para siempre, se habían ido para trabajar en los libros de historia. Y habrá sido entonces que se paró y cantó, con todas las energías que el gulag le había pulido, poniendo un diamante en los aires de los crepúsculos infinitos que reinan en Rusia cuando se aproxima la primavera.
Sin embargo, me queda sin resolver el tema de Prokófiev y Stalin. ¿Quién murió antes? ¿Sergei se habrá enterado de la muerte de su… protector? Si se enteró, y se daba cuenta de que él mismo se estaba muriendo, habrá sentido seguramente que  José, desde el infierno, lo atraía como un imán, y que él no era más que una simple brújula que tenía que obedecer. En fin de cuentas, a nadie se le ocurriría decir que el dictador murió el mismo día que el músico. Salvo a dos nobles excepciones:  Lina, desde el cielo, y yo, desde esta hoja.
                                                                                                         Julio 2012

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