Ciudad violenta de Jim Thompson, una gran novela.
Jim Thompson |
Un poco aturdido por la lecturas de Nietzsches, Beckettes y doctores varios, de esos que uno cierra el libro y dice “no entendí una verga”, me di a la tarea de leer algo liviano, obvio, predecible y, por supuesto, muy barato. No encontrando nada más barato que lo que no se compra, me dediqué a examinar mi biblioteca; “alguna pelotudés debo tener”, me dije. Para mi asombro no tenía nada. Le había pasado a mi viejo las cosas que sobraban en mi biblioteca, las que nunca pensaba leer en mi vida. Pero la vida es larga. Fui a la casa de mi viejo con la intención de manguearlo. Como él nunca le hizo asco a la literatura chatarra estaba en buenas condiciones para recomendarme. Me sugirió un Murakami. “¡No no!”, le dije. “Algo que no exija ningún esfuerzo, algo fácil”. Me aclaró que Murakami es fácil. Le dije que ya lo sabía, pero le aclaré que al japo había que leerlo solo, ya sea porque la lectura es atrapante o porque uno quiere cagarlo a trompadas, según el pasaje que uno este leyendo. Y yo quería leer algo mientras jugaba con mi pibe y censuraba a mi mujer por todas las cosas que hace; quería leer algo que no merezca la pena: leerlo y olvidarlo. Luego papá me recomendó 1280 almas, de Jim Thompson. Le aclaré que lo había leído de pibe, y que incluso para un pibe era bastante infantil. No obstante lo cual, un libro parecido a ese, le indiqué, sería lo ideal. Me trajo Ciudad Violenta, del mismo autor.
Y así fue que mientras mi pibe quería jugar a las escondidas (conmigo) y mi mujer gastaba la plata que tanto le cuesta conseguir (conmigo), yo fui conociendo a Bicho, ese perdedor que conmociona porque no es un mal tipo pero está gobernado por sus impulsos. Un tipo que sin embargo puede tener actitudes puritanas sólo para escapar de él mismo, y que no es fácil de hacer llorar. Mientras mi mujer incineraba la billetera en un shopping (¡ah, las fiestas!) fui tratando con ese comisario que como muchos personajes de la novela es decididamente complejo; y con esas mujeres, todas bellas pero diferentes. Y no me quiero olvidar de Olie ni del dueño del hotel, en el interior del cual transcurre casi toda la historia. Ah, y los hermanos (El pasaje en que los hermanos salvan a su jefe en la calle, y lo llevan a la casa de ellos, dandole protección pero continuando sometiéndose a él como jefe que es y a su vez el jefe los trata como unos simples empleados, aunque sean sus salvadores y esté en la casa de ellos, es maravilloso. Sobre todo porque Olie es capaz de cualquier cosa por un poco de alcohol, incluso por deshacerse de él.)
Jim Thompson es más conocido por ayudar a Stanley Kubrick en el guión de dos de sus primeras películas, las geniales Casta de malditos y La patrulla infernal, que por sus propias obras. Después de leer esta novela me surgen varios interrogantes. Por empezar, se me hace evidente que el mérito de ambos guiones cinematográficos es de Jim, no de Kubrick. Thompson escribió la novela en el 57', al mismo tiempo que colaboraba con el cineasta. En segundo lugar, Ciudad Violenta es de una complejidad argumentativa (en cuanto giros de la trama y sorpresas varias) que no entiendo como Kubrick no pensó en llevarla al cine, si es que la leyó. Por último, no entiendo como nadie se dio cuenta de llevar esta joya al cine, porque la obra da pié para eso. El final de la novela es muy sugerente, y tiene algo de Casablanca, aunque también un toque de misterio que no se resuelve (o que se resuelve según el criterio del lector.) Y ese final es precisamente lo que nos obliga a leerla de nuevo. (“¿Piedra libre?”… hijo, no estoy jugando a las escondidas, me escondo para poder leer…)
Era todo lo contrario a lo que buscaba, pero funcionó. Divertida, pero a la vez profunda, llena de vericuetos sin resolver, porque uno de los mayores méritos de Thompson es no explicar todo, y eso exige una importante cuota de atención por parte del lector. Todavía me pregunto cómo dentro de la producción del autor esta novela es de las menos conocidas. Ahora voy a volver a leer Ciudad violenta, y que nadie me rompa las bolas. (Qué… un regalito… a ver… un libro de Murakami… ¿Sos boluda o te hacés?... ¿Cómo?... ¿Yo te lo pedí?... Perdón, amor.)
Enero de 2013
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