Cosas de gente grande
Día
del padre. Mi hijo Rodrigo viene a visitarme. Lo trae su madre. No soy de los que
ordenan un obsequio con antelación, por ejemplo, pidiendo un deseo la noche de
año nuevo, calculando que los otros entenderán el guiño. –- No es por cultivar
el bajo perfil: es que los míos no entienden los guiños —. Entonces mi pibe llega. No trae paquete y a
primera vista, el regalo es él mismo. Realmente no espero ningún regalo porque
hace siete años que me viene regalando el aire. Pero cuando estamos solos mete
la mano en un bolsillo y saca un billete. “Feliz día del padre”, remata.
Si,
un billete es un obsequio sin regalo. Es un poco como dar nada. La astucia de la madre es total. Tampoco fueron varios
billetes, porque eso hubiera tenido otro significado. Por supuesto, era uno de
cien, porque uno de dos también hubiera sonado de otra manera. No dar obsequio
alguno hubiera sido bastante acertado, pero tiene el inconveniente de tener que
explicarle a Rodrigo ciertas cosas de gente grande, y en fin de cuentas él me
quería regalar algo. Sin embargo…
Siempre
Rodrigo me trajo pinturas, batmanes, bolitas, globos… Lo escudriño: “¿Por
que mamá te dió cien pesos?” Me fusila:
“Porque mamá dice que tenés mucha sed y podés tomarte el billete” (sic)
Con
la plata le compré un juguete a Rodrigo. Él no se dio cuenta porque esas son cosas
de gente grande.
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