Tenía razón Dolina
Muchas
cosas tenia que decir. Me hubiera gustado hablar del Oblast Autónomo Hebreo de
Rusia, de la culpa como sistema mórbido, del Louvre, de la profesión docente,
de la necesidad de simular ser un mediocre para sobrevivir, de las ventajas de
mirar a los ojos, de la angustia de los domingos a la noche, de la genial
película “Las invasiones bárbaras”, de mi prima, de una teoría profunda.
Pero la verdad es que discriminando sobre qué escribir recordé lo que una vez
le preguntaron a Alejandro Dolina: “¿Qué te gusta más, el mar o la sierra?” Él
respondió: “Qué se yo. No entiendo por qué siempre está esa necesidad de decir
algo.” Yo en lugar de Alejandro hubiera respondido que entre el mar y la sierra
me quedo con un abrazo.
Entonces, luego de rumiar estas
cuestiones tan sesudas que pensaba escribir, me detuve en Dolina. Si buscás
un abrazo y propendés a lo racional solo te queda un camino: no razones. Yo me
digo: “A quien pretendés ilustrar, José, si a las personas que más querés las
podés escuchar y les podés buchonear todas esas cosas del Oblast, de la culpa,
del arte, de los mediocres, de las miradas, de la angustia, del cine, de la
familia, del intelecto, sin necesidad de escribir. Hay veces en que no hay que
decir muchas cosas. ¿A dónde querés ir José; a la playa o a la sierra? Yo
quiero ir a tomar unos mates con mi
prima bajo un cedro mohoso de alguna plaza de Villa Ballester. Y que algún
letrado aburrido se encargue de escribir alguna nadería sobre todas aquellas
competencias intelectuales, que en fin de cuentas, no me hacen viajar tanto”
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