jueves, 12 de junio de 2014

Tenía razón Dolina



Tenía razón Dolina

Muchas cosas tenia que decir. Me hubiera gustado hablar del Oblast Autónomo Hebreo de Rusia, de la culpa como sistema mórbido, del Louvre, de la profesión docente, de la necesidad de simular ser un mediocre para sobrevivir, de las ventajas de mirar a los ojos, de la angustia de los domingos a la noche, de la genial película “Las invasiones bárbaras”, de mi prima, de una teoría profunda. Pero la verdad es que discriminando sobre qué escribir recordé lo que una vez le preguntaron a Alejandro Dolina: “¿Qué te gusta más, el mar o la sierra?” Él respondió: “Qué se yo. No entiendo por qué siempre está esa necesidad de decir algo.” Yo en lugar de Alejandro hubiera respondido que entre el mar y la sierra me quedo con un abrazo.
            Entonces, luego de rumiar estas cuestiones tan sesudas que pensaba escribir, me detuve en Dolina. Si buscás un abrazo y propendés a lo racional solo te queda un camino: no razones. Yo me digo: “A quien pretendés ilustrar, José, si a las personas que más querés las podés escuchar y les podés buchonear todas esas cosas del Oblast, de la culpa, del arte, de los mediocres, de las miradas, de la angustia, del cine, de la familia, del intelecto, sin necesidad de escribir. Hay veces en que no hay que decir muchas cosas. ¿A dónde querés ir José; a la playa o a la sierra? Yo quiero ir a tomar unos  mates con mi prima bajo un cedro mohoso de alguna plaza de Villa Ballester. Y que algún letrado aburrido se encargue de escribir alguna nadería sobre todas aquellas competencias intelectuales, que en fin de cuentas, no me hacen viajar tanto”

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