martes, 2 de junio de 2015

Cuando los anillos desaparecen



Cuando los anillos desaparecen


            Desde que Bertolt Brecht escribió su obra sobre Galileo, parece imposible decir algo diferente sobre el genio—y me estoy refiriendo a Galileo—. Bertolt hizo la obra para hablar de sí mismo, de los nazis y poco más que eso. Sin embargo, hoy esa pieza teatral —docentes mediante— se pone como ejemplo de la persecución que sufrieron los científicos e intelectuales en el siglo XVIII.

            Es famosa hasta la demencia la anécdota. Galileo invita a unos clérigos a mirar por su telescopio. Les muestra las lunas de Júpiter, que conforman un pequeño sistema celeste. Estos, indignados—según señala el mito—se refugiaron en su ignorancia, diciendo que el telescopio estaba sucio o funcionaba defectuosamente. En otras palabras, como reza el dicho, no hay peores ciegos que los que no quieren ver.

            Pero se suele recordar sólo lo que conviene. La verdad—completa— suele ser más interesante. Unos días después de ser humillado por poseer un telescopio sucio citó a los mismos ordenados. Les mostró que Saturno es un planeta  triple, como si fuesen tres cuerpos celestes apareados. Los de la iglesia empezaron a creer en Galileo. Volvieron a las pocas semanas. Galileo apuntó hacia Saturno, pero Saturno estaba diferente, sólo había un planeta, los otros dos que lo acompañaban habían desaparecido. Los clérigos se mofaron y burlaron del genio.  El capo no se dio por vencido y volvió a llamarlos pasado un tiempo prudencial. Los hizo ver a través del telescopio y allí estaban de nuevo los compañeros de Saturno. Se deshizo en argumentos, pero no fue creído. Ya no creían en sus excusas.

            No obstante lo cual, la gente instruida del siglo XVIII,  empezó a creer en Galileo como si fuese un dogma de fe. Entre ellos, Rubens, que pintó esta tela. Se trata de Saturno, dios del tiempo, comiéndose a su hijo. Como remate, el artista dibuja lo que parecen tres estrellas juntitas: es aquella idea de planeta triple.

            Los progresos de la astronomía hicieron posible determinar que esos planetas que enmarcaban a Saturno eran los anillos. Cuando el planeta se presenta de perfil al observado, los anillos, que tienen un grosor despreciable, desaparecen.

            Hoy, acaso los astrónomos más audaces del mundo sean los jesuitas. Ellos andan buscando otros planetas, otra vida en otros planetas, otras inteligencias en otras vidas. La iglesia, o al menos un sector de ella, ha cambiado.

            ¡Basta de obras de teatro que hablan de lugares comunes! ¡Basta de obras de teatro que ya no sorprenden! ¡Basta de obras pedagógicas pedorras! ¡Basta de obras creadas a partir de improvisaciones insoportables! Es necesario que se retorne a las obras de tesis, pero de otra manera. Por qué no escribir una obra de teatro que revierta esos lugares comunes de una iglesia troglodita y oscurantista. Yo propongo este argumento de los anillos. Tengo mucha vagancia para escribir una obra en estos momentos. Cedo la idea. Sólo los ciegos no verán su mérito.

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