Cuando
los anillos desaparecen
Desde
que Bertolt Brecht escribió su obra sobre Galileo, parece imposible decir algo
diferente sobre el genio—y me estoy refiriendo a Galileo—. Bertolt hizo la obra
para hablar de sí mismo, de los nazis y poco más que eso. Sin embargo, hoy esa
pieza teatral —docentes mediante— se pone como ejemplo de la persecución que sufrieron
los científicos e intelectuales en el siglo XVIII.
Es
famosa hasta la demencia la anécdota. Galileo invita a unos clérigos a mirar
por su telescopio. Les muestra las lunas de Júpiter, que conforman un pequeño
sistema celeste. Estos, indignados—según señala el mito—se refugiaron en su
ignorancia, diciendo que el telescopio estaba sucio o funcionaba
defectuosamente. En otras palabras, como reza el dicho, no hay peores ciegos
que los que no quieren ver.
Pero
se suele recordar sólo lo que conviene. La verdad—completa— suele ser más
interesante. Unos días después de ser humillado por poseer un telescopio sucio
citó a los mismos ordenados. Les mostró que Saturno es un planeta triple, como si fuesen tres cuerpos celestes
apareados. Los de la iglesia empezaron a creer en Galileo. Volvieron a las
pocas semanas. Galileo apuntó hacia Saturno, pero Saturno estaba diferente, sólo
había un planeta, los otros dos que lo acompañaban habían desaparecido. Los clérigos
se mofaron y burlaron del genio. El capo
no se dio por vencido y volvió a llamarlos pasado un tiempo prudencial. Los
hizo ver a través del telescopio y allí estaban de nuevo los compañeros de
Saturno. Se deshizo en argumentos, pero no fue creído. Ya no creían en sus
excusas.
No
obstante lo cual, la gente instruida del siglo XVIII, empezó a creer en Galileo como si fuese un
dogma de fe. Entre ellos, Rubens, que pintó esta tela. Se trata de Saturno, dios
del tiempo, comiéndose a su hijo. Como remate, el artista dibuja lo que
parecen tres estrellas juntitas: es aquella idea de planeta triple.
Los
progresos de la astronomía hicieron posible determinar que esos planetas que enmarcaban
a Saturno eran los anillos. Cuando el planeta se presenta de perfil al observado,
los anillos, que tienen un grosor despreciable, desaparecen.
Hoy,
acaso los astrónomos más audaces del mundo sean los jesuitas. Ellos andan
buscando otros planetas, otra vida en otros planetas, otras inteligencias en
otras vidas. La iglesia, o al menos un sector de ella, ha cambiado.
¡Basta
de obras de teatro que hablan de lugares comunes! ¡Basta de obras de teatro que
ya no sorprenden! ¡Basta de obras pedagógicas pedorras! ¡Basta de
obras creadas a partir de improvisaciones insoportables! Es necesario que se retorne a las obras de
tesis, pero de otra manera. Por qué no escribir una obra de teatro que revierta
esos lugares comunes de una iglesia troglodita y oscurantista. Yo propongo este
argumento de los anillos. Tengo mucha vagancia para escribir una obra en estos
momentos. Cedo la idea. Sólo los ciegos no verán su mérito.
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