martes, 19 de mayo de 2015

El pensador y la silla



El pensador y la silla

           
Es verdad: los medios masivos de comunicación tienen que ser políticamente correctos, diplomáticos, mesurados. Tienen que evitar que alguien se ofenda. Bajo la excusa de la noticia objetiva, se leen notas que hablan de un padre que tiene un hijo con ¨capacidades diferentes¨ que juega al fútbol, pero nunca nos enteramos si su problema es mental o si le falta una gamba; o pasamos media vida escuchando que el burrito Ortega tiene “problemas”, pero nadie dice que es alcohólico. Por supuesto, en este último caso, se debe evitar que se ofendan los intereses creados, como es de rigor.

Tal vez la columna de opinión sea un poco más generosa en este aspecto y el que firma un artículo pueda arriesgar al menos un poquito. Pero sólo un poquito, porque si arriesga mucho la multa la paga el medio y a él le aplican una patada en el cerebro.

 Hoy he leído sobre las declaraciones de Stephen Hawking. Dice el genio que la inteligencia artificial podrá supurar y dominar  a la humana en sólo cien años. Esto, que ya fue materia de incontables novelas y películas de ciencia ficción, tiene ahora amplio eco por venir de quien viene. Sin embargo, nadie ha pensado seriamente en el ser humano Stephen Hawking

Hawkins tiene algo de Borges: la minusvalía  le da handicap intelectual. El no poder moverse por sus propios medios lo obliga a dedicarse a pensar eternamente, casi como si solo fuera un cerebro sobre una silla de ruedas. O al menos esa es la idea que transmite su imagen, tan admirable como poco envidiable.

Pero qué es lo que piensan los que piensan en los pensamientos de Hawkins. El pensamiento más sencillo es el que postula que, como se trata de un genio, detrás de sus palabras hay estudio, cavilaciones, cálculos, conclusiones, etc. Este pensamiento sería el de la mayoría de los periodistas. Habría una lógica implacable que llevó al genio a postular semejante cosa.

Pero tengo para mí que esto no es tan sencillo. El pensador vive desde hace más de dos décadas sobre una silla de ruedas, que no es una silla cualquiera. Con sólo la punta de un dedo la misma puede maniobrar con mayor versatilidad que un gato. Nunca choca con nada, porque posee todo un dispositivo infrarrojo para evitar colisiones. Más aún, dispone de un sistema computarizado que le permite a Stephen hablar e incluso le corrige los errores gramaticales a la velocidad de la luz. Más: cuenta con una red de alarmas que se disparan en caso de detectar cualquier anormalidad en su sistema digestivo o endocrinológico, (si quiere ir al baño la silla ya lo sabe). Y tiene un sistema que lee sus ojos para interpretar sus estados de ánimo. Esto es, sin dudas, inteligencia artificial; si, la silla más inteligente del mundo.

Ortega— no el borracho sino el otro—, decía que somos nosotros y nuestras circunstancias, lo que perfectamente puede ser aplicado al dueño de la silla. Mucho tendrá que ver ella en las declaraciones del maestro.

A veces soy optimista y creo que los periodistas  no anotan estas cosas por cuestiones diplomáticas propias del oficio. Pero la mayoría de las veces creo que ni se dan cuenta, bajo el prejuicio de que los genios viven dentro de una burbuja, (de cuatro patas diría yo).

Los dichos del superdotado Stephen me hacen ruido. Él sabe muy bien porqué dice lo que dice.



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