domingo, 3 de mayo de 2015

Allan Kardec: (+1869)



Allan Kardec: (+1869)


Y usted se preguntará quién es el fulano que adorna el título de estas líneas. Ante todo es una singularidad, un fuera de serie. Y, por sobre todas las cosas, alguien que la gente culta no quiere recordar, en el improbable caso de que alguno de entre ellos lo llegue a junar.

Allan Kardec se formó como pedagogo junto al gran Pestalozzi, de quién sí guarda memoria el mundo de las letras. Kardec fue un políglota y un erudito. Pero es celebre—entre los incultos—por ser el sistematizador del espiritismo, ese vicio que no poca gente cultiva, y que consiste en comunicarse con los muertos.

Los primeros laburos que acometió nuestro querido amigo fueron los de pedagogo, gramático y traductor, consagrando sendos libros a estas materias. De modo que no parece haber tenido apuro ni arrojo en incursionar en el espiritismo, al punto que muchos estudiosos conjeturan que no intentó hablar con los muertos antes de cumplir los 50 años, cuando unos desconocidos le comentaron sobre una casa embrujada, donde los muebles se movían caprichosamente, según decían, al compás de un alma en pena, que se resistía a abandonar la residencia.

Kardec, ya con 52 años, fue a esa casa junto con un medium, uno de esos tipos que median entre el aquí y el más allá, valiéndose de una vela. La experiencia lo dejó tan impresionado que poco después él mismo ofició de medium, y menos de un año bastó para que publicara un libro sobre la materia: El libro de los espíritus.

El libro se vendió como el pan. De la noche a la mañana, Allan fue millonario. Le debía su prosperidad a los muertos, pues él siempre declaró haber asistido como medium a la redacción del mamotreto. En otras palabras: lo escribieron los muertos; él simplemente lo publicó.

 Todo marchaba bien. Pero la gente culta que lo había tratado durante décadas le empezó a negar el saludo o lo empezó a injuriar abiertamente. Kardec se defendió. Aseguraba que los espíritus son tan diferentes como los vivos; los hay chantas y honestos, mentirosos y sinceros,  cobardes y valientes, malvados y bondadosos. Si, también hay brutos y cultos. Con estos últimos bien podía seguir hablando, afirmaba. Y eso fue lo que hizo durante sus últimos años de vida.

Ahora bien, Kardec me resulta un tipo interesante porque no encaja en ninguna. Contra todos los pronósticos, es un positivista. Toda su prosa es cientificista  El espiritismo gana con él un objeto de estudio—los espíritus, claro—y un método—que consiste en detallados pasos para dar y comunicarse con los muertos. Sin embargo, si alguien hoy habla de positivismo, de seguro en la lista no entra Kardec. No porque no haya sido positivista, sino porque se considera poco serio su objeto de estudio. Lo mismo vale para cuando alguien comenta sobre la censura católica a ciertos libros del siglo XIX. Varias veces el Vaticano prohibió los libros sobre espiritismo de Kardec. Fueron censurados junto a El origen de las especies, de Darwin. Pero nadie osa recordar la afrenta que le realizaron a Kardec, bajo el supuesto de que la Iglesia sólo condenó un aspecto de la ciencia, el aspecto que más le conviene a la gente culta de hoy. Y hay un último olvido. En las religiones sincréticas de la América negra—como la Umbanda—hay una influencia directa del blanco y francés Kardec y de su doctrina. Ese sincretismo tiene tanto de negro y de indio como de blanco. Y este último punto es el que se suele olvidar con suma frecuencia. Más aún—estoy seguro— todo lo que Allan escribió ha pasado al olvido entre los doctos. Y ese es el principal motivo por el cual nadie lo cita ni lo menciona.

Allan Kardec murió en 1869, y acaso el verdadero escritor de estas líneas sea él.


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