Están trasladando la estatua de Colón,
que hasta hoy se emplazaba junto a la Casa Rosada. Esto genera un sinfín de
comentarios: que era un genocida; que no era un genocida; que fue una donación
de Italia y hay que respetar los regalos; que Cristina muda el monumento porque Chávez
se lo pidió; que Cristina muda el monumento porque Chávez se murió; que
remplazar el monumento de Colón por el monumento de Juana Azurduy sólo es un
recurso para agarrar el diccionario y averiguar quién fue Juana;
que Juana no era ninguna santa; que es un recurso de género—ni una estatua menos—; que hay que respetar al artista que la consagró;
que es una estatua que se mueve…
Siempre lo mismo. Muy poca gente
entiende el lenguaje de los símbolos. En Once está el
cadáver de Rivadavia, junto a la
Avenida homónima, la más
larga de la ciudad, donde un mausoleo le rinde tributo con estatuas estoicas.
Tengo para mí que Rivadavia era un tipo extraño y un tanto desagradable, que a
mucha gente le puede caer mal en su dieta histórica. Sin embargo no es un
homenaje a la persona sino a lo que representa y al cargo que ocupó. Fue el
primer presidente del país y eso es lo importante, no la
persona.
Cuando Mitre unifica el país bajo la
gravedad de Buenos Aires, repatría los restos de Rivadavia. También es un acto
simbólico: Rivadavia fue el primer porteño que intentó gobernar sobre el resto
de la patria, pero también fue— y es— símbolo de unión nacional. Lo que él representa es más perdurable que su propia vida.
Cristina, a quien admiro, quiere simbolizarse a sí
misma y a su cargo con Juana. Hace lo mismo que Mitre, hace lo mismo que
hicieron con el cadáver de Rivadavia y con su estatua. Sólo que acá no hay cadáver.
Sólo por ahora.
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