martes, 14 de julio de 2015

Un símbolo a la mujer



Están trasladando la estatua de Colón, que hasta hoy se emplazaba junto a la Casa Rosada. Esto genera un sinfín de comentarios: que era un genocida; que no era un genocida; que fue una donación de Italia y hay que respetar los regalos; que Cristina muda el monumento porque Chávez se lo pidió; que Cristina muda el monumento porque Chávez se murió; que remplazar el monumento de Colón por el monumento de Juana Azurduy sólo es un recurso para agarrar el diccionario y averiguar quién fue Juana; que Juana no era ninguna santa; que es un recurso de género—ni una estatua menos—; que hay que respetar al artista que la consagró; que es una estatua que se mueve…

Siempre lo mismo. Muy poca gente entiende el lenguaje de los símbolos. En Once está el cadáver de Rivadavia, junto a la Avenida  homónima, la más larga de la ciudad, donde un mausoleo le rinde tributo con estatuas estoicas. Tengo para mí que Rivadavia era un tipo extraño y un tanto desagradable, que a mucha gente le puede caer mal en su dieta histórica. Sin embargo no es un homenaje a la persona sino a lo que representa y al cargo que ocupó. Fue el primer presidente del país y eso es lo importante, no la persona. 

Cuando Mitre unifica el país bajo la gravedad de Buenos Aires, repatría los restos de Rivadavia. También es un acto simbólico: Rivadavia fue el primer porteño que intentó gobernar sobre el resto de la patria, pero también fue— y es— símbolo de unión nacional. Lo que él representa es más perdurable que su propia vida.

Cristina, a quien admiro, quiere simbolizarse a sí misma y a su cargo con Juana. Hace lo mismo que Mitre, hace lo mismo que hicieron con el cadáver de Rivadavia y con su estatua. Sólo que acá no hay cadáver. Sólo por ahora.
           

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