Me gustan las multitudes. Son mi droga. Me sumerjo en Dionisos, pierdo mi identidad, me identifico con los otros. Fui hincha de Boca, de River, de Racing, del Rojo, de Quilmes, de Budweiser, del bombo y de la cacerola. Recupero mi identidad cuando me saco la gente de encima. Nunca me casé con nadie. O tal vez me casé con todos.
Tengo vergüenza de haber estado en alguna manifestación, como en una de gerontes del partido Comunista que no bajaban de los 70 años. Pero vergüenza y miedo solamente en la de Blumberg, en la que caí de casualidad. (¡Oh, sí; yo hacía cualquier cosa por ella!). No me asustó el ruido sino el silencio, las velas, el perfume, el odio y la ceguera. Y no me arrepiento de haber estado en las mejores.
Las mejores son las que resultan un muestreo de toda la sociedad o donde se dirimen cosas importantes, como en el traslado del cadáver de Perón a San Vicente o el traslado del cadáver de Fernando de la Rúa en helicóptero. Son esas en que uno siente que está pasando algo, no esas que vemos cuán unidos estamos. Recuerdo una de apoyo a la democracia en mi tierna infancia. Estábamos todos para lo mismo, pero todo el mundo a las trompadas. Dicho rápidamente: sin hinchada visitante no hay partido.
Ayer fue una reedición de lo que pasó el 9 de diciembre, cuando se despidió Cristina. Es verdad que la movida de este 24 de marzo excedió al ámbito K, pero en lo esencial fue más de lo mismo. No hubo negrada, no hubo chori ni coca. Éramos todos de clase media. (Y la misma memoria pareció ser cosa de clase media). La composición social de los manifestantes se asemejaba peligrosamente a las marchas gorilas de la época K. Probablemente la única diferencia sea que no había mucho chetaje y que las formas de manifestar eran más copadas que las formas de la derecha. Acá se pisaba el pasto y volaban los papelitos. Pero… ¿dónde estaban los negros?
En la plaza había mucho corazón, muchos ideales, mucho ¨donde dejo el auto¨, pero nada de la Argentina profunda. La ecuación es sencilla. Sin gobierno no hay plata, sin plata no hay aparato, sin aparato no hay bondis, sin bondis no hay negros, sin negros no hay chori.
Yo extraño esas manifestaciones donde los camioneros y los de la UOCRA se trenzaban a las trompadas mientras los estudiantes y la clase media no dejaban de bailar. Aquello era un guiso carrero del mejor, un carnaval para todos y todas. Si el kirchnerismo piensa en volver tiene que saber que sin negrada no hay retorno posible. (Claro, Macri nunca tuvo negrada y llegó igual. Pero las armas de la derecha son otras. O sino recuerden al FREPASO, que intentó ser políticamente correcto prescindiendo del aparato). Traigan negros. Sin chori y sin coca no hay futuro.
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