Soy cholulo en un solo caso: con los políticos. No lo puedo evitar. Si cruzo una vedette en la calle, un futbolista, un actor, una estrella, sigo de largo. Es más; odio a quienes se detienen ante ellos. Me parecen unos mediocres. Pero… ahhh, los políticos, los de enserio, los grosos… Pierdo la cordura. No pido un autógrafo, no. Pido que me miren. Con eso estoy contento. Siento que construyen la historia. Y ya no estoy en condiciones de pensar si para bien o para mal. Me derrito.
Le he dado la mano a dos presidentes; uno en ejercicio y otro después de su mandato. Pero, si bien disfruté ambos encuentros, voy a relatar el cruce que tuve con Menem. Mis amigos saben que siempre cuento la anécdota porque es como una droga para mí.
La intención no es un puro cholulaje. Me atrevería a decir que es un testimonio de la personalidad de un presidente de nuestro país que quedó retratado muy bien a partir de su encuentro conmigo. (Y perdonen la modestia.)
Corría el año 1993. Yo hacía la colimba en el Regimiento de infantería 1, Patricios, en el barrio de Palermo. Era Tambor de Tacuarí en la banda militar. Nuestro objetivo era cubrir al jefe del estado mayor del ejército, que en ese entonces era Martin Balza. A Balza lo veíamos siempre. A Menem lo veíamos cada vez que estaba con Balza, lo cual era bastante seguido. Yo temblaba cada vez que venía el presidente; era la investidura, qué se yo. Me meaba encima. Claro, él pasaba y yo y mis compañeros éramos como postes, éramos la nada misma. Yo soñaba con que me mirara, me hablara, me penetrara, y en el mejor de los casos, que me alabara.
Un día se me dio. En aeroparque bajaban del avión Menem y Balza. Por ser uno de los soldados más altos estaba en primera fila. Nos dieron una orden: cuando los salude el presidente le dan la mano y le dicen ¨buen día señor presidente¨. Con Balza ya sabíamos: ¨buen día, mi general¨. Teóricamente era fácil.
La puerta del avión se abrió. Saludaron a los oficiales, luego a los suboficiales. Después veníamos nosotros. Yo me cagaba encima. Me sorprendió que caminaran muy distendidos, casi divertidos. Aunque temblaba, el trámite fue sencillo; dije lo que debía decir y di la mano como correspondía. Él miró mis ojos fugazmente y yo miré los suyos, que eran muy hermosos. Pensé que ya había pasado lo peor y que solo restaba recordar no lavarme la mano derecha nunca más.
Al lado mío había un soldado a quien habíamos apodado Fisu. Balza se paró ante él. Muy jocoso le dijo: ¨¿qué tiene ahí en el brazo?¨. Fisu en el brazo, asomando bajo la camisa corta, tenía tatuado al gato silvestre (no el periodista, sino el dibujo animado). Mi compañero, como casi todos los que estábamos con el tambor a cuesta, militaba en una banda de rock y se había tatuado al gato con una guitarra. Hoy en día es casi una vulgaridad tatuarse, pero en 1993 los tatuajes eran cosa rara, y más en un soldado. Si entrabas en la colimba era porque no tenías tatuajes. Así que no era difícil inferir que Fisu se había hecho el tatuaje estando bajo bandera. Imagino que mi compañero tembló, pero su voz fue firme: ¨Es un gato con su guitarra, mi general¨. Menem, atrevido, le levantó la manga de la camisa y exclamó: ¨ ¡El gato Silvestre!¨y agregó con énfasis, ¨Me encanta el gato Silvestre¨. Entonces pasó lo inesperado. Carlitos volvió sobre sus pasos y me encaró. Con dulzura me dijo: ¨ ¿A usted le gustan los tatuajes?¨. Queridos hermanos, juro que para mí el mundo se había detenido. Saqué fuerzas de donde pude y contesté sin pensarlo: ¨Si, señor presidente¨. Menem me ordenó: ¨Bueno, hágase un tatuaje del gato Silvestre¨.
En ese momento no estaba en condiciones de pensar. Pero ya sólo conmigo mismo pude evaluar la anécdota.
Balza medía como dos metros. Charly era petiso. Naturalmente el general lo obligaba a caminar detrás suyo, aunque sea medio paso. Pero eso no fue lo que más le molestó a Menem. Lo que le molestó fue que Balza tomara la iniciativa al censurar un soldado, aunque sea jocosamente. Fue por eso que Menem me habló. Lo hizo retroceder al general con sus dos metros y minimizó el tema del tatuaje con un chiste. Su mensaje era claro: ¨Yo mando, yo tomo la iniciativa¨. Y me usó a mí para ilustrar al general.
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