lunes, 13 de mayo de 2019

Un mundo lleno de robots


Juan era taxista. Cuando alguien subía a su taxi hablaba hasta por los codos, vertía al oído del pasajero sus opiniones sobre política, deportes o sobre lo que le viniera en gana hablar. Con regularidad los pasajeros le tiraban propina. Eso era así independientemente de que estuvieran de acuerdo o no con las opiniones de Juan.  Incluso si odiaban que Juan hablara le tiraban unos mangos.
Hoy Juan trabaja en Uber. Habla lo justo y necesario. La propina ya no es efectivo,  es que le escrachen las estrellitas. Si no mide bien en estrellas los usuarios recurrirán a otro Uber. Es por eso que Juan ya no comparte sus opiniones con los pasajeros. Es muy arriesgado para Juan expresarse.
La lógica que llegó a los uber es la lógica de los Glovo, de los McDonald’s, de los centros comerciales, de los aeropuertos... Es el famoso speech.
Hace 20 años decía Lilita Carrió que para saber hacia dónde corre el electorado  no miraba las encuestas sino que contrataba un regimiento de ¨operadores¨ para que paseen en taxi. Luego, a partir de lo que decían los tacheros, llegaba a conclusiones bastante fiables sobre las intenciones de voto. Pero esa táctica ya fue. Por otros motivos las cambiaron también los espías. La lógica de la contratación de personal de los tres empleos tácticos (mozos, prostitutas y tacheros) para sacar información de sus clientes ya es historia. Todos los trabajos se están profesionalizando en el speech.
Y eso incluye a los mendigos profesionales. En el año 2002, por cuestiones inenarrables, fui a visitar un contacto que me dijo: ¨Vos vení, sentate, escuchá la clase y después hablamos¨. Algo andaba mal, Mario no era docente.  Fui a una oficina del centro que sólo tenía tres posters, un escritorio y muchas sillas. Dos posters eran de típicos íconos del sueño familiar yanqui con la casa llena de productos y la gente sonriendo. El otro era la virgen. En síntesis: era como un templo.  Mario llegó y se sentó sobre la mesa. Eso también estaba calculado. Preguntó si todos habían llegado por el aviso. El aviso ofrecía, además de empleo seguro, una clase de preparación para los postulantes. (Y todos sabemos que una clase implica seriedad). Mario arengó sobre la dignidad del trabajo y su indefectible impacto en el bolsillo y en la felicidad de las familias. Luego, ante mi asombro, repartió  virgencitas. Dio a conocer las líneas de colectivos y ferrocarriles que ya estaban agenciadas. Explicó que en la vereda no se trabaja. Advirtió que las virgencitas se les entrega a absolutamente todos los pasajeros y luego se retiran religiosamente. Si algún pasajero se queda con la virgen no se le reclama nada. Pero lo peor estaba por llegar. Sin pestañar, Mario explicó que iba a hablar por separado con cada uno de los postulantes. (Todos sabemos que hablar personalmente implica seriedad). Se retiraron y los hizo pasar de a uno. Los iba sondeando, con cancha. Finalmente les estregaba un speech. Si daba el perfil, el speech era que el postulante tenía SIDA y un hijo. Su hijo afortunadamente no tenía, pero el estado no le daba trabajo, aunque sí los medicamentos. Este speech puede tener todo lo malvado que usted quiera. Pero debe saber que hay gente inteligente (y mala) que se sentó a pensar cada una de las palabras que se dice, cada recoveco del discurso, cada pausa. Lo mismo para las formas de repartir y retirar las virgencitas. Seguramente habrá escuchado este discurso y otros repetidos en todas las líneas de trenes. No es casualidad.
La formalidad en el trato con el cliente está tornando artificiales todas las relaciones humanas fuera del ámbito doméstico. Enchastra las relaciones  y las hace insoportablemente predecibles. Es un mundo donde el consumidor siempre tiene razón. Por eso me sigue gustando levantarme cada mañana e ir a la panadería de Martita, que sabe que a mi pibe le gustan las facturas con crema pastelera,  a la verdulería de Romualdo, que sabe que el domingo nos cogieron 4 a 0, a la veterinaria de Jazmín, que sabe que descuido a Delta mi perrita, al kiosco de Rubén que sabe que yo sé que él es un miserable. Personas. Solamente eso, personas. Eso es lo que quiero.
El consumidor es supuestamente  libre elector y racional. Y quien está detrás del mostrador sólo sugiere ¨ ¿quiere agregarle papitas?¨ para rematar ¨que lo disfrute¨. Son exactamente los speech que dicen los robots en los McDonald’s de Estados Unidos. Eso sí: prontamente podrán reemplazar a los pibes Mac por robots, a los Uber por robots y a los espías por robots. Pero no van a poder con los mendigos. Ese va a ser un problema.




No hay comentarios:

Publicar un comentario