Juan era
taxista. Cuando alguien subía a su taxi hablaba hasta por los codos, vertía al oído
del pasajero sus opiniones sobre política, deportes o sobre lo que le viniera
en gana hablar. Con regularidad los pasajeros le tiraban propina. Eso era así
independientemente de que estuvieran de acuerdo o no con las opiniones de
Juan. Incluso si odiaban que Juan
hablara le tiraban unos mangos.
Hoy Juan
trabaja en Uber. Habla lo justo y necesario. La propina ya no es efectivo, es que le escrachen las estrellitas. Si no
mide bien en estrellas los usuarios recurrirán a otro Uber. Es por eso que Juan
ya no comparte sus opiniones con los pasajeros. Es muy arriesgado para Juan
expresarse.
La lógica que
llegó a los uber es la lógica de los Glovo,
de los McDonald’s, de los centros
comerciales, de los aeropuertos... Es el famoso speech.
Hace 20 años decía
Lilita Carrió que para saber hacia dónde corre el electorado no miraba las encuestas sino que contrataba
un regimiento de ¨operadores¨ para que paseen en taxi. Luego, a partir de lo
que decían los tacheros, llegaba a conclusiones bastante fiables sobre las
intenciones de voto. Pero esa táctica ya fue. Por otros motivos las cambiaron también
los espías. La lógica de la contratación de personal de los tres empleos
tácticos (mozos, prostitutas y tacheros) para sacar información de sus clientes
ya es historia. Todos los trabajos se están profesionalizando en el speech.
Y eso incluye
a los mendigos profesionales. En el
año 2002, por cuestiones inenarrables, fui a visitar un contacto que me dijo:
¨Vos vení, sentate, escuchá la clase y después hablamos¨. Algo andaba mal, Mario
no era docente. Fui a una oficina del
centro que sólo tenía tres posters, un escritorio y muchas sillas. Dos posters
eran de típicos íconos del sueño familiar yanqui con la casa llena de productos
y la gente sonriendo. El otro era la virgen. En síntesis: era como un templo. Mario llegó y se sentó sobre la mesa. Eso
también estaba calculado. Preguntó si todos habían llegado por el aviso. El
aviso ofrecía, además de empleo seguro, una clase de preparación para los
postulantes. (Y todos sabemos que una clase implica seriedad). Mario arengó
sobre la dignidad del trabajo y su indefectible impacto en el bolsillo y en la
felicidad de las familias. Luego, ante mi asombro, repartió virgencitas.
Dio a conocer las líneas de colectivos y ferrocarriles que ya estaban agenciadas.
Explicó que en la vereda no se trabaja. Advirtió que las virgencitas se les
entrega a absolutamente todos los pasajeros y luego se retiran religiosamente.
Si algún pasajero se queda con la virgen no se le reclama nada. Pero lo peor
estaba por llegar. Sin pestañar, Mario explicó que iba a hablar por separado
con cada uno de los postulantes. (Todos sabemos que hablar personalmente
implica seriedad). Se retiraron y los hizo pasar de a uno. Los iba sondeando,
con cancha. Finalmente les estregaba un speech. Si daba el perfil, el speech
era que el postulante tenía SIDA y un hijo. Su hijo afortunadamente no tenía,
pero el estado no le daba trabajo, aunque sí los medicamentos. Este speech puede
tener todo lo malvado que usted quiera. Pero debe saber que hay gente inteligente (y mala) que se sentó a pensar
cada una de las palabras que se dice, cada recoveco del discurso, cada pausa. Lo
mismo para las formas de repartir y retirar las virgencitas. Seguramente habrá
escuchado este discurso y otros repetidos en todas las líneas de trenes. No es
casualidad.
La formalidad
en el trato con el cliente está tornando artificiales todas las relaciones
humanas fuera del ámbito doméstico. Enchastra las relaciones y las hace insoportablemente predecibles. Es un
mundo donde el consumidor siempre tiene razón. Por eso me sigue gustando
levantarme cada mañana e ir a la panadería de Martita, que sabe que a mi pibe
le gustan las facturas con crema pastelera, a la verdulería de Romualdo, que sabe que el
domingo nos cogieron 4 a 0, a la veterinaria de Jazmín, que sabe que descuido a
Delta mi perrita, al kiosco de Rubén que sabe que yo sé que él es un miserable.
Personas. Solamente eso, personas. Eso es lo que quiero.
El consumidor
es supuestamente libre elector y
racional. Y quien está detrás del mostrador sólo sugiere ¨ ¿quiere agregarle
papitas?¨ para rematar ¨que lo disfrute¨. Son exactamente los speech que dicen
los robots en los McDonald’s de
Estados Unidos. Eso sí: prontamente podrán reemplazar a los pibes Mac por
robots, a los Uber por robots y a los espías por robots. Pero no van a poder
con los mendigos. Ese va a ser un problema.
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