Catón era
romano. Catón tenía sus esclavos y esclavas. Cuando Catón tenía apetito sexual
entraba en el cuerpo de un pibe o piba de ocho, diez o doce años. Todos los
vecinos sabían lo que hacía Catón. No se indignaban. Ellos hacían lo mismo.
Cuando Catón se cansaba de sus esclavos pedía uno prestado a un vecino. Era
como pedir una herramienta; como pedir un caramelo.
Historias como
esta pueden hallarse a millones en los varios tomos de Historia de la vida privada, obra colegiada que dirigen Georges
Duby y Phillip Aries y donde participan luminarias como el gran Paul Veyne.
Siempre, por
defecto, porque no encontré nada parecido, me remití a este texto para explicar
que hay progreso moral, que hoy la gente no va a disfrutar en familia de la
combustión pública de una mujer que fue acusada de brujería. Sin embargo, como
se trata de un libro de historia social, no dice explícitamente aquello que yo
repetía una y otra vez por todos los rincones cada vez que me topaba con un
discípulo de Ernesto Sábato, quien solía repetir hasta el aburrimiento que no
hay progreso moral.
Acabo de ver
un duelo maravilloso: una conferencia que dieron el super-líquido Zygmunt
Bauman y el filósofo español Javier Gomá, en 2015. Bauman, pesimista. Gomá,
optimista. Querido lector, no puedo explicar la satisfacción que me dio
escuchar al español decir que hay progreso moral. Fue la felicidad de saber que
uno no está solo en esta vida. Su argumento es que la indignación generalizada ante
ciertos hechos que vemos hoy en día denota que hoy en muchos lugares del mundo
la moral está cambiando. Y agrega que vivimos en el mejor de los tiempos de la
historia de la humanidad, ya por el progreso moral, ya por los avances técnicos.
No niega que haya problemas. Lo que dice es que hoy vemos problemas donde antes
se veía normalidad. Da el siguiente ejemplo: ayer nomás, violar una mujer (o un niño como Catón) era
algo hasta celebrado por los vecinos, por las vecinas y por los vecines. Y si
no me creen (y si no nos creen) lean Historia
de la vida privada, que dejo más abajo.
No obstante lo
cual, siempre le di un corolario al tema de que la indignación generalizada
demuestra un progreso moral. Creo que es necesario, absolutamente necesario,
que la gente esté indignada y que eso se logra inculcando en las mayorías que
las cosas están mal, que las cosas pueden ir peor, que vivimos en el más bajo
de los mundos posibles y que si prendés un fósforo estás contribuyendo al
calentamiento global. No es que sea exagerado. Es que es una forma
excelente de lograr que la sociedad alcance la meta moral. No se trata de decir
la verdad. Se trata de metas. La verdad sólo se comparte en un blog que leen cuatro personas. Las metas se gritan en el mercado. Son
cosas que los periodistas hacen muy bien, aunque no siempre saben lo que están
haciendo.
En fin, hay
progreso moral. (Como la palabra ¨progreso¨ me quema, debería decir que hay ¨cambio
moral positivo¨). No es una línea recta,
hubo retrocesos como la Segunda Guerra, y bien pudiera ser que volvamos a
celebrar que en la familia tengamos un buen torturador, como en otros tiempos,
y que además seamos envidiados por nuestros vecinos por tan alto mérito. La
actual altura moral tiene muchas causas. Por amor a la brevedad pongamos una:
la tecnología. Hoy tal vez no sea necesario torturar a alguien para sacarle
información. La tecnología lo hizo posible. Hijos de puta siempre habrá.
Pero ahora tienen que asumir otras formas. ¿Hijos de puta de cuello blanco?
Quizás. Pero en todo caso mejores que Catón, que era (hay que decirlo) un hijo de
su época.
Fuentes:
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