domingo, 12 de mayo de 2019

Hay progreso moral


Catón era romano. Catón tenía sus esclavos y esclavas. Cuando Catón tenía apetito sexual entraba en el cuerpo de un pibe o piba de ocho, diez o doce años. Todos los vecinos sabían lo que hacía Catón. No se indignaban. Ellos hacían lo mismo. Cuando Catón se cansaba de sus esclavos pedía uno prestado a un vecino. Era como pedir una herramienta; como pedir un caramelo.
Historias como esta pueden hallarse a millones en los varios tomos de Historia de la vida privada, obra colegiada que dirigen Georges Duby y Phillip Aries y donde participan luminarias como el gran Paul Veyne.
Siempre, por defecto, porque no encontré nada parecido, me remití a este texto para explicar que hay progreso moral, que hoy la gente no va a disfrutar en familia de la combustión pública de una mujer que fue acusada de brujería. Sin embargo, como se trata de un libro de historia social, no dice explícitamente aquello que yo repetía una y otra vez por todos los rincones cada vez que me topaba con un discípulo de Ernesto Sábato, quien solía repetir hasta el aburrimiento que no hay progreso moral.
Acabo de ver un duelo maravilloso: una conferencia que dieron el super-líquido Zygmunt Bauman y el filósofo español Javier Gomá, en 2015. Bauman, pesimista. Gomá, optimista. Querido lector, no puedo explicar la satisfacción que me dio escuchar al español decir que hay progreso moral. Fue la felicidad de saber que uno no está solo en esta vida. Su argumento  es que la indignación generalizada ante ciertos hechos que vemos hoy en día denota que hoy en muchos lugares del mundo la moral está cambiando. Y agrega que vivimos en el mejor de los tiempos de la historia de la humanidad, ya por el progreso moral, ya por los avances técnicos. No niega que haya problemas. Lo que dice es que hoy vemos problemas donde antes se veía normalidad. Da el siguiente ejemplo: ayer nomás,  violar una mujer (o un niño como Catón) era algo hasta celebrado por los vecinos, por las vecinas y por los vecines. Y si no me creen (y si no nos creen) lean Historia de la vida privada, que dejo más abajo.
No obstante lo cual, siempre le di un corolario al tema de que la indignación generalizada demuestra un progreso moral. Creo que es necesario, absolutamente necesario, que la gente esté indignada y que eso se logra inculcando en las mayorías que las cosas están mal, que las cosas pueden ir peor, que vivimos en el más bajo de los mundos posibles y que si prendés un fósforo estás contribuyendo al calentamiento global. No es que sea exagerado. Es que es una forma excelente de lograr que la sociedad alcance la meta moral. No se trata de decir la verdadSe trata de metas. La verdad sólo se comparte en un blog que leen cuatro personas. Las metas se gritan en el mercado. Son cosas que los periodistas hacen muy bien, aunque no siempre saben lo que están haciendo. 
En fin, hay progreso moral. (Como la palabra ¨progreso¨ me quema, debería decir que hay ¨cambio moral positivo¨).  No es una línea recta, hubo retrocesos como la Segunda Guerra, y bien pudiera ser que volvamos a celebrar que en la familia tengamos un buen torturador, como en otros tiempos, y que además seamos envidiados por nuestros vecinos por tan alto mérito. La actual altura moral tiene muchas causas. Por amor a la brevedad pongamos una: la tecnología. Hoy tal vez no sea necesario torturar a alguien para sacarle información. La tecnología lo hizo posible. Hijos de puta siempre habrá. Pero ahora tienen que asumir otras formas. ¿Hijos de puta de cuello blanco? Quizás. Pero en todo caso mejores que Catón, que era (hay que decirlo) un hijo de su época.
Fuentes:


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