Por un Rolex
A Margarita y a Gabriela.
Tiempo atrás -un año, cuatro meses y diez segundos- se me murió un Rolex. Eran las tres de la tarde con cuarenta minutos. Para ser exacto, esa es la hora que continúa marcando el reloj. Y, en cierta forma, para mi nunca dejó de ser las tres de la tarde con cuarenta minutos.
Conozco a mucha gente a la que se le murió un Rolex. No es un caso tan raro: los Rolex se mueren si les pega un mal viento, se deprimen si uno habla muy fuerte y para ahogarse sólo necesitan que alguien los escupa. Son criaturas delicadas. Este es el segundo Rolex que se me muere.
Conozco a mucha gente a la que se le murió un Rolex. No es un caso tan raro: los Rolex se mueren si les pega un mal viento, se deprimen si uno habla muy fuerte y para ahogarse sólo necesitan que alguien los escupa. Son criaturas delicadas. Este es el segundo Rolex que se me muere.
Graciela, mi mujer, tenía uno. Lo sacaba a pasear por su jardín, y a mí me parecía una crueldad tremenda que semejante reloj frecuentara eso. Era como pasear a un niño rico enfrente de una vitrina de niños pobres que juegan sin juguetes. Era como hablar con la boca llena. Le dije a Graciela que no llevara al reloj por allí, y aceptó. Al poco tiempo, heredé el Rolex de mi esposa.
Los Rolex deben criarse lejos de las ventanas luminosas. No necesitan los mismos cuidados que un árbol. La gracia de un reloj es que nos dé las coordenadas del tiempo allí donde hacen falta. No en un jardín, donde cualquier girasol nos marca el paso de las horas.
El día que me muera quiero ser enterrado con mi Rolex. Ya me imagino en el velorio, en el cajón, con las manos cruzadas sobre mi barriguita, con el Reloj en mi muñeca marcando las horas, y a los llorones preguntando: ¿por qué quiere este tipo un Rolex si ya va a ser enterrado? Y es precisamente por eso que lo quiero.
Abril de 2012
Buenísimo. Ya se te extrañaba.
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