Castrados
Afortunadamente
en nuestro país los homosexuales se pueden casar. Somos
vanguardia en América Latina, sin dudas, y es motivo de orgullo, seas lo que
seas o te guste lo que te guste.
Conocí a Brenda en el tren. Es yanki. Nunca nos
acostamos. No nos interesa. Somos amigos y punto. Cuando la amistad fue
creciendo se animó a juzgar adversamente a nuestros compatriotas. “Los
argentinos te tiran piropos, que es algo muy de acá. Pero no van al frente. Si
te acercás, salen corriendo. Parecen nenes. Con las mujeres pasa otra cosa.
Están 20 años para tomar un café con un chico. Las argentinas y los argentinos no se dan la oportunidad de conocer una persona.” La aplaudí de pié, pero le hice una observación. Las actitudes de nuestros hombres y mujeres son complementarias. No es casualidad: el piropo y la
histeria son dos caras de la misma moneda.
Recordé esos folletos que advierten
a los turistas sobre lo que van a encontrar en nuestros inhóspitos países. Anuncian invariablemente que en Argentina hay algo llamado “piropo”, que consiste en eso que
conocemos. A agregan que muchas veces pueden ser muy soeces. Vergonzoso.
El
humor es revelador. Desde los programas de Olmedo, Porcel, el Aníbal de Calabró, las películas de Tristán
o los bañeros locos, hasta los sitcom de
Francella o las gansadas de Tinelli, la insatisfacción sexual está
omnipresente. Que los argentinos—en este caso me siento turco— se rían de esas
cosas es expresión de una sociedad castrada.
Una observación más. Buenos Aires es la ciudad con mayor cantidad de psicoanalistas por habitante. Son, en la enorme
mayoría de los casos, psicólogos freudianos, con el sexo entre los ojos. En otras palabras, tenemos un problema con el choto y la concha. Y tampoco me parece casualidad que
programas como Terapia tengan un éxito
abrumador. De tanto acostarnos en el diván nos estamos olvidando que sólo hay
divanes de una plaza.
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