sábado, 4 de octubre de 2014

Vendamos Constitución


Vendamos Constitución

           
Constitución
Cuando visité la  estación Grand Central de Nueva York, tuve una decepción. Con sus casi 50 andenes, y luego de haberla visto tantas veces en la pantalla grande, yo esperaba algo colosal, faraónico, que me generara  un descarrilamiento en los ojos.  No. Nada. Su hall es realmente pequeño, al menos si lo comparamos con Constitución. Sus dimensiones se parecen a la Retiro del Mitre, y aunque busqué cotejar las medidas en la web, estoy casi seguro que es más chica. Su celebridad se debería—quiero creer—a la arquitectura, a la cantidad de andenes y a Hollywood. No es poco. Pero…
            (En Nueva York ya han sabido lo que es una enorme estación de trenes. La estación Penn lo era. Derribaron su hermoso hall en los años 60 y hoy se levanta en ese lugar el Madison, donde los guantes, los recitales y el baloncesto llaman a las cámaras, justo sobre los andenes, que subsisten enterrados. Aquel hermoso edificio se ha convertido en un mito. La injustificada fama de la Grand Central se debe, en parte, a la demolición de la Penn, sin la cual se ha convertido en la única gran estación de la Gran Manzana.)
Centrale Milano
Quizás destruir grandes estaciones no sea algo novedoso. Todos los países lo han hecho. A finales de los años 60´ Londres destruyó la simpática  Euston. En su lugar construyeron otra Euston, insípida, cuadrada. Buenos Aires imitó esa canallada poco después en el nuevo hall y los nuevos andenes de Once. Un esperpento.
Pero lo que hasta hoy no había podido averiguar es en qué se inspiraron los constructores del enorme hall de la Estación Constitución. Eso no es normal. Y menos normal me pareció luego de ver la Grand Central y otras celebérrimas estaciones que se suponían gigantescas y que en el mejor de los casos no le llegaban a los tobillos a la nuestra. Algo tenía por seguro: Constitución no era una originalidad criolla. En alguna otra latitud debía existir alguna parecida que haya servido de inspiración.
Hoy, navegando, me cayó una ola de publicidades que me invitaban a visitar otros países. Me llamó la atención una foto de Constitución. Pero, al mirar nuevamente, reparé en que esa foto no era de acá. Se trataba de la Centrale Milano, muy parecida a la del Roca, acaso un poco más limpia... Me decía la publicidad que se trataba del hall más grande del mundo, única— y lo que me resultó más llamativo—, grandemente imitada a lo largo del mundo. Como cualquier persona que te quiere vender algo, sospeché que había una gran dosis de mentira o exageración.
Averigüé. Constitución es más grande. Más aún, es más vieja.
Union Station
Pero no me podía quitar de la cabeza que nosotros no podíamos ser pioneros. No porque no tengamos ejemplos al respecto— verbigracia el edificio Kavanagh— sino porque no me resultaba posible creer que nadie se haya avivado de eso.
Efectivamente, luego de ardua búsqueda, logré encontrar el modelo de Constitución—y de la Centrale Milano, claro—. Se trata de la Unión Station de Washington: un edificio grosso, como no podía ser de otra manera en la ciudad del poder. Es de 1908. Busqué información turística elemental sobre la capital yanki. Hay cosas omnipresentes: la Casa Blanca, el Capitolio, el Pentágono, la Concha de la Lora y… por supuesto, la Union Station.
Constitución no tiene nada que envidiarle a sus dos hermanas. Es monumental y te deja sin aliento. Basta con entrar por la calle Hornos para caerse de espaldas. Pero yo nunca vi un contingente de turistas en ella. Desconozco el valor arquitectónico objetivo de nuestra gran estación. Pero eso es harina de otro costal. Derribemos mitos. Si los tanos mienten nosotros también podemos hacerlo. Deberíamos aprender a vender lo nuestro.

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