La leyenda de Bao Mao
Cuando Mao fracasó
con el Gran Salto Para Adelante, temió perder su liderazgo. Ese
ensayo de revolución industrial acelerada, matando de hambre a una gran
cantidad de chinos, hizo que todos los burócratas del partido
lo miraran. Nadie daba un mango por su supervivencia política.
Sin embargo,
el pueblo chino aún orientaba su sentimiento hacia aquel que lo había hecho
digno, aunque más no sea en los primeros diez años de la República Popular,
cuando se aseguraron por primera vez un plato de arroz, una educación
rudimentaria, un poco de salud. Más aún: los liberó del yugo del patrón y
distribuyó tierras. (Por no hablar de las mujeres, que fueron liberadas del
yugo del hombre.)
La historia
más conocida dice que Mao, en su afán de no perder terreno luego de la hambruna,
lanzó la Revolución Cultural,
esa megafiesta de adoctrinamiento popular donde se tachaba de capitalista a
Beethoven, se quemaban libros de Shakespeare y se purgaba al Partido de
elementos insanos. No obstante lo cual, esta orgía de locura hizo olvidar en
occidente el primer intento de adoctrinamiento que Mao llevó adelante ya en
1963, esto es, unos 3 años antes de la pira de libros prohibidos.
Los chinos no se olvidan de Lei Feng. Lei Feng
fue un soldado medio boludo que murió en un accidente de tránsito. Pero este
Don Nadie tenía una profesión muy poco usual en la China de entonces: era fotógrafo.
Como tal, se vinculaba a otros colegas. Un buen día uno de ellos le sacó una
foto. Su juventud abruma, un adolescente. Tiene un fusil terciado, aparece sonriente, aunque con ojos un tanto melancólicos que miran al ocaso, abrigado contra un clima hostil. Días
después muere como un boludo-- se lleva puesto un poste de luz--.
Y comienza el verso —que muchos chinos creen real aun hoy—. Mao andaba buscando un mártir
joven para construir una leyenda. Se rescató la foto de Lei Feng y, para darle color, se la pintó
profusamente. Ya que estaba le sacaron la melancolía de los ojos. La iconografía vistió
cada rincón de China. El pueblo empezó a repetir la plegaria. Feng, soldado
abnegado que dejaba de comer para que otros lo hagan, cosía sus calzados para
que duraran. Desinteresado, compasivo, compañero, noble, adorable, moralmente perfecto, leal a
su Partido y a Mao. Dio la vida por la patria. Un ejemplo.
No fue el
soldado desconocido, tenía nombre. Hoy su cara pasea por las remeras de toda
China, tiene un museo, películas, historietas y una tumba envidiable. Lo más interesante es su biografía, apócrifa, claro, donde escribe como sabiendo que se va a morir...
Toda
leyenda es falsa. Sin embargo, cuantos de nosotros—manga de boludos— pagaría
por ser recordado de esta manera, como un dios muerto. Yo daría la vida porque se
me invente un pasado tan alto.
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