viernes, 7 de noviembre de 2014

La leyenda de Bao Mao



La leyenda de Bao Mao


Cuando Mao fracasó con el Gran Salto Para Adelante, temió perder su liderazgo. Ese ensayo de revolución industrial acelerada, matando de hambre a una gran cantidad de chinos, hizo que todos los burócratas del partido lo miraran. Nadie daba un mango por su supervivencia política.
Sin embargo, el pueblo chino aún orientaba su sentimiento hacia aquel que lo había hecho digno, aunque más no sea en los primeros diez años de la República Popular, cuando se aseguraron por primera vez un plato de arroz, una educación rudimentaria, un poco de salud. Más aún: los liberó del yugo del patrón y distribuyó tierras. (Por no hablar de las mujeres, que fueron liberadas del yugo del hombre.)
La historia más conocida dice que Mao, en su afán de no perder terreno luego de la hambruna, lanzó la Revolución Cultural, esa megafiesta de adoctrinamiento popular donde se tachaba de capitalista a Beethoven, se quemaban libros de Shakespeare y se purgaba al Partido de elementos insanos. No obstante lo cual, esta orgía de locura hizo olvidar en occidente el primer intento de adoctrinamiento que Mao llevó adelante ya en 1963, esto es, unos 3 años antes de la pira de libros prohibidos.
 Los chinos no se olvidan de Lei Feng. Lei Feng fue un soldado medio boludo que murió en un accidente de tránsito. Pero este Don Nadie tenía una profesión muy poco usual en la China de entonces: era fotógrafo. Como tal, se vinculaba a otros colegas. Un buen día uno de ellos le sacó una foto. Su juventud abruma, un adolescente. Tiene un fusil terciado, aparece sonriente, aunque con ojos un tanto melancólicos que miran al ocaso, abrigado contra un clima hostil. Días después muere como un boludo-- se lleva puesto un poste de luz--.
Y comienza el verso —que muchos chinos creen real aun hoy—. Mao andaba buscando un mártir joven para construir una leyenda. Se rescató la foto de Lei Feng y, para darle color, se la pintó profusamente. Ya que estaba le sacaron la melancolía de los ojos. La iconografía vistió cada rincón de China. El pueblo empezó a repetir la plegaria. Feng, soldado abnegado que dejaba de comer para que otros lo hagan, cosía sus calzados para que duraran. Desinteresado, compasivo, compañero, noble, adorable,  moralmente perfecto, leal a su Partido y a Mao. Dio la vida por la patria. Un ejemplo.
No fue el soldado desconocido, tenía nombre. Hoy su cara pasea por las remeras de toda China, tiene un museo, películas, historietas y una tumba envidiable. Lo más interesante es su biografía, apócrifa, claro, donde escribe como sabiendo que se va a morir...
 Toda leyenda es falsa. Sin embargo, cuantos de nosotros—manga de boludos— pagaría por ser recordado de esta manera, como  un dios muerto. Yo daría la vida porque se me invente un pasado tan alto.

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