miércoles, 26 de noviembre de 2014

Está leyendo



Está leyendo

           
               Rogier van der Weyden es uno de esos pintores de Hacia, porque sus obras son cronológicamente ubicadas hacia 1430, hacia 1440, hacia 1450. La pintura que nos convoca es de hacia 1440. Era un retablo originalmente, o sea una pintura que consagraba un altar de iglesia, probablemente acompañada por otras dos pinturas conformando un tríptico. Alguien, no sabemos por qué, la cortó en varias partes. La que llegó a nosotros es un pedazo cortado a la izquierda y arriba. Se la conoce como La Magdalena leyendo.
            En alguna página potable de Internet podemos encontrar un análisis somero de la obra[1]. Se nos habla del cabello que asoma bajo el velo, que es símbolo del erotismo que acompaña a la protagonista. También se hace mención de los pequeños personajes que asoman tras la ventana y se hace notar lo improbable que hayan sido vistos originalmente por los fieles en virtud de la distancia que mediaba entre ellos y el altar. Finalmente se dice, en relación al pseudo San José, parado junto a Magdalena, que se sabe que la obra fue cortada porque en “esa época, era impensable que un artista pintase a las figuras descabezadas o cortadas por la mitad, como harían siglos más tarde los impresionistas”, y se agrega que la pintura funciona “siempre que no nos fijemos en las figuras que aparecen cortadas”.
            Bien, pero a mí me quedaron más dudas que certezas. Por empezar considero que el atractivo mayor que ejerce esta pieza está precisamente en el afortunado recorte de una de sus partes. En efecto, una cosa es la intención original del autor y otra cosa es la historia de la propia obra. Hay algo inquietante en ese personaje al cual no le podemos ver el rostro. No es nuestra culpa que la sensibilidad de la época de Rogier van der Weyden no se corresponda con la nuestra. Las obras son como los hijos, uno los tiene pero después hacen sus vidas. De alguna manera el pintor no fue consciente de lo que hacía con su obra, de la misma manera que no lo fue el ordinario que la cortó. Entre los dos nos hicieron un gran favor.[2]
            Pero hay otra omisión, tanto en esta página citada como en las que pude revisar: no se menciona el hecho de que una mujer esté leyendo ¡en el siglo XV![3] ¡Más aún, una ex prostituta con un libro en las manos! Pero ahí tenemos otro problemita: no es lo mismo estar leyendo que tener un libro en las manos. Quizás el tema sea más complejo.  Se me ocurren otras interpretaciones verosímiles. Se sabe que los libros de entonces eran un tesoro y que estaban adornados profusamente con miniaturas, pequeñas ilustraciones que daban inicio a un párrafo, tan pequeñas como los personajes que asoman tras la ventana. Estas eran, como es de rigor en la Biblia, de carácter sacro. Nuestra Magdalena bien puede estar deleitándose con una de estas ilustraciones, cosa más que frecuente por entonces. Otra posibilidad es que se quiera dar a entender que la santa está regenerándose moralmente a la luz de la palabra de Dios. Es sabido que en esa época se leía en voz alta y que por lo tanto la palabra tenía cierta materialidad. Quizás el autor esté tratando el tema alegóricamente y la palabra de Dios se materializara plenamente en el libro de la misma manera que la lujuria se materializa en ese cabello que asoma bajo el velo. En todo caso no tenemos (no tengo) noticias de que tipo de reacción (de haberla) suscitaba esta imagen tan poco frecuente en el siglo XV, especialmente entre las creyentes, porque no es normal, esté haciendo lo que esté haciendo Magdalena, que en el siglo XV una mujer tenga un libro entre las manos. Yo prefiero seguir pensando que está leyendo. Y poco importa lo que desde la tumba opine van der Weyden.


[2] Hace años hice un análisis similar sobre la obra de Haydn. http://baojose.blogspot.com.ar/2011/11/la-sorpresa-de-haydn.html

[3] Se sabe que las pinturas de entonces reflejan la época en las que fueron pintadas. Aunque para este caso es lo mismo.

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