jueves, 8 de septiembre de 2016

Zona de confort intelectual




Recuerdo al profesor Nestor Luis Cordero. El día que lo conocimos se presentó e inmediatamente dijo esto, palabras más, palabras menos:

            ¨No se enamoren del primer filósofo que puedan dominar. Los sistemas filosóficos son difíciles. Suele pasar que dominan a un sistemático, Hegel,  Kant o Marx, y quedan muy contentos. Se enamoran de ese filósofo y ya no lo largan nunca. Y la experiencia me indica que en su gran mayoría los alumnos de esta universidad consagran sus tesis de licenciatura a Platón o a alguno de sus acólitos. Yo tengo la teoría de que eso es así porque se trata del  primer filósofo que estudian en profundidad cuando pisan estas aulas, y el primero que entienden. Whitehead ha dicho que ¨toda la filosofía occidental no es más que notas al pié de página de Platón¨, y puede que tenga razón. Pero me sorprende que tan poca gente se esfuerce por enamorarse de otros filósofos, por enamorarse nuevamente¨.

Sin dudas, la primera vez que jugué a la pelota debió de ser bastante aburrido. No debí saber ni siquiera que había dos equipos. Luego entendí las reglas, las posiciones, el objetivo y seguramente me fue mucho más grato entrar a la cancha. Cuando un amigo me invitó a jugar al rugby  le dije que no; ese mismo día tenía un partido de fútbol. Con Platón a muchos les pasa eso. Lo notable es que el profesor Cordero era un experto en filosofía antigua, especialmente instruido en platonismo.

La zona de confort es una categoría de análisis que se ha puesto de moda en los últimos años entre psicólogos y pseudopsicólogos. Se puede definir como el comportamiento rutinario, libre de riesgos, previsible, que le reporta al individuo una sensación de seguridad y bienestar falsos. No hay más peligros, pero tampoco hay más novedades. Todo bajo control, todo más de lo mismo.

Tengo para mí que siempre que se menciona esta zona se deja de lado el aspecto intelectual. Me da la sensación que quienes tratan el tema tienen en mente  a un mediocrón absoluto, digamos, a un muchacho de barrio, a un Ricardo Fort (que en paz descanse), pero nunca a un catedrático o facultativo o deportista de elite. Es como si estuvieran aleccionando a Dona Rosa sobre los placeres prohibidos que debería salir a conocer.

Dentro de la zona de confort intelectual están, creo, los especialistas. Hoy los especialistas son la regla, no la excepción. Saber mucho de una disciplina, de una rama de una disciplina, mejor aún, de una rama de una rama de una disciplina. Son ellos los que apuran el conocimiento y la superación de nuestra especie. Son, no lo dudo ni un solo segundo, los que producen premios Nobel, adelantos en la ciencia y en la técnica, descubrimientos arqueológicos, nuevas teorías sobre las cucarachas, revelaciones sobre las propiedades materiales de la astenósfera, nuevas formas de combatir el cáncer, estudios pormenorizados sobre la métrica de un poeta, brazos espectaculares para los nadadores olímpicos.

Contrariamente a los especialistas están los que no respetan los límites entre las ciencias y los quehaceres del hombre. Son un poco huérfanos y arcaicos. Son los Verne, los Asimov, los Dolina, los Borges, los Antonio Carrizo, los Eco, los Derrida, los Oscar Terán, los Sofovich, los pentatlonistas, los multiinstrumentistas, los políglotas en lenguas vivas y muertas, los que leen más de un diario… tal vez los Cordero. Entre ellos hay, como no, genios y chantas. Pero siento que de algún modo están emparentados en la necesidad imperiosa de cambiar la rutina en las materias de sus pensamientos; como que necesitan concentrarse en otra cosa. Es como si se aburrieran de hablar de filosofía y se impusieran estudiar botánica, pero nunca de manera exhaustiva. Diletantes que le dicen: pero incansables y obstinados. De alguna manera son enciclopedistas. Y se dice que en épocas como esta, de inteligencias colectivas, de wikipedias, parecen bastante irrelevantes. 

Hoy saber un poquito de muchas cosas es como caminar al costado del mundo. Pero también es enamorarse permanentemente del conocimiento humano. Y además, hay que decirlo, es un poco holgazán, porque implica enamorarse del conocimiento logrado por los especialistas.

Los diletantes no están salvando al mundo. Pero sabiendo salir de su zona de confort, se salvan a ellos mismos.


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