domingo, 11 de diciembre de 2016

Turismo urbano I: Nazis

   Con Henry compartimos muchas opiniones, y no es la menor que él me considere un forro y que yo lo considere de la misma manera. Solemos salir de turismo urbano. ¡No, no sea boludo; no sea boluda! No vamos al cabildo o a la casa de Sábato o a la de Mitre o cosas así. Eso es para mascotas que van adonde les indican. Nosotros vamos a olfatear lo que quedó de la historia reciente, de aquellos hechos que aún duelen, que tienen coordenadas geográficas muy precisas y testigos que nadie visita porque no se sabe donde quedan y nadie intenta averiguar. Vamos al solar donde fue fusilado un líder, a la casa de una ex presidenta en su niñéz, a la cárcel de un genocida con prisión domiciliaria, a un bar increíble del oeste bonaerense donde hubo sangre, a las oficinas de Alfonsin, al kiosko donde compraba el papa… En todos estos lugares hay vecinos, mozos, porteros (¡los porteros saben todo!), amigos de la infancia, verduleros, vigiladotes… Y todos están deseosos de contar, de chusmear con el mate de por medio, muchas veces dispuestos a agigantar la anécdota hasta la vil mentira, de hacer un esfuerzo por recordar en la mayoría de los casos, de debatir con otros vecinos detalles de esas formidables historias que (se deja ver) no hay que ser periodista para encontrarlas. Por supuesto, hay lugares de la historia más reciente donde no vamos porque, además de forrazos, somos cagones (y no somos boludos). 

La anécdota que sigue es la primera entrega de una serie que suponemos infinita.

Eichmann

La esquina de Garibaldi y ruta 202, en el partido de San Fernando, es una esquina pobre en un barrio pobre, en una zona baja de casas bajas de clase baja, rodeada de fábricas que vierten sus desechos al río Reconquista. Cuando el río crece, barre el barrio con sus porquerías. Cuando la pobreza crece, lo hace hacia el río, hasta la misma orilla. No hay cloacas; no hay agua potable. Pero hay mucha gente. Los más chicos juegan en el medio de la calle Garibaldi sabiendo que los autos que pasan son del barrio y que en el barrio hay pocos con auto. Los jóvenes se juntan en la esquina para embriagarse y hacer rostro. Nadie sospecharía que alguna vez la esquina fue motivo de una de las noticias más resonantes que la Argentina  le dio al mundo. El 11 de mayo de 1960, un grupo de tareas del Mossad, el servicio de inteligencia israelí, secuestró a uno de los hombres más buscado del planeta: Adolf Eichmann.

Eichmann trabajaba en la Mercedes Benz. Todos los días volvía a su casa con el colectivo 203. Bajaba en la esquina y dando vuelta la ochava, caminaba unos 15 metros hasta su casa, que era un desaliñado rancho sobre una calle entonces de barro. Tenía una identidad falsa y tal vez pensó que viviendo en un lugar tan remoto del mundo y de la misma Buenos Aires nadie lo iba a encontrar. Ese 11 de mayo bajó del colectivo y cuando llegó a la ochava fue reducido y secuestrado. Lo torturaron en una casa que el Mossad había alquilado a dos cuadras del lugar, lo doparon, lo metieron en un avión de línea, lo juzgaron en Israel en uno de los juicios más ruidosos del siglo y finalmente lo ahorcaron el 31 de mayo de 1962.[1]

Hay que animarse. Los extraños se ponen fácilmente en evidencia—especialmente cuando hacen preguntas—. Bajamos en la misma parada célebre. Caminamos los 15 metros. En el 6067 de Garibaldi hay un estacionamiento informal, en realidad un baldío con tres autos: el terreno está en venta. Le preguntamos a un borrachín. Confirmó que ¨una persona importante, no me acuerdo el nombre, vivió ahí¨. Tratamos de averiguar si sabe a qué se dedicaba: ¨era un asesino¨, dice, concluyente. Luego chequeamos entre los vecinos. Casi todos conocen la historia de una asesino, pero muy pocos saben qué es el nazismo o qué son los judíos. Nos informan que suele venir gente ¨de la tele¨y también muchos que dicen que era ¨un justiciero¨ y dejan flores en el estacionamiento-baldío. Al rato ya nos sentimos estrellas de Holywood, todos quieren contar algo, todos quieren fama. Los visitantes, aseguran, nunca nos preguntan nada. ¨Vienen y se van¨. Tal vez la más interesante—y creíble— de las historias es la que nos cuenta una morocha pulposa. Tenía una amiga que vivía en la casa de Eichmann antes de que fuera derrumbada en 2000. Recibía permanentemente visitas, le tocaban el timbre gente rapada y de la otra. Cuenta que ella dejaba pasar a los visitantes y afirma que llegó a lucrar con la humilde residencia. Pero acaso la reacción más inesperada fue la de una señora que vive exactamente al lado del lugar que ocupara Eichmann y cuyas ventanas dan al baldío. No sabía nada, pero la curiosidad pudo más que ella y quiso saber más que eso que acababa de escuchar de sus vecinos. Le amplío: mató muchas personas en Europa, en campos de concentración. Pero la señora quiere cifras. Henry se las da: Entre 3 y 4 millones. La señora se muere de la risa y desaparece en el interior de su casa.

Mengele

Josef Mengele tuvo varias direcciones en Argentina. Tal vez la más célebre haya sido la de Arenales 2460, en Florida, partido de Vicente López. Tocamos el timbre. Nos atiende una chica muy bonita que apenas asoma la cabeza. Confirma que ¨si, sé de la historia de esa persona, pero nosotros no tenemos nada que ver¨. La chica se refiere a la empresa que ocupa hoy el solar. Sin embargo, al hablar con los vecinos las cosas son bien diferentes. Manuel vive enfrente. Viste una camiseta de Belgrano de Córdoba que, afirma, le regaló Macri a su gente cuando River se fue a la B. Corta su pasto y nos habla con conocimiento de causa. ¨Esa casa donde se hicieron documentales y donde vienen neonazis es una mentira. Parece antigua, pero tiene unos veinte años nada más, y yo vivo acá hace treinta. Conozco a todos en el barrio, gente vieja, conocedora,  y nadie te va a decir que ahí vivió ese tipo. Creo que fue cerca, pero acá no. Yo no sé por qué se fabricó todo este asunto de la casa de Mengele¨.  
La mansión

A dos cuadras del lugar un vecino entrado en años está estacionando su auto. Se lo nota sumamente apurado, y tal vez tiene un poco de miedo porque tenemos una cerveza. Le preguntamos por Mengele. Es como si lo penetrara un rayo de luz. Sonríe con esa sonrisa gardeliana tan porteña. Ya no está apurado. Se toma todo el tiempo para explicarnos. Es canchero, pero simpático. ¨Pibe, la cosa es así: Mengele vivía en Valle grande y Vergara, a dos cuadras de acá. En el barrio se sabe.¨ Le preguntamos sobre la casa de Arenales. ¨No. No, pibe. Eso es cualquier cosa. Todos están creídos que es ahí porque lo dicen los medios. Mi viejo lo conoció y él no me va a mentir.¨

En esas dos cuadras el barrio pasa súbitamente de clase media a clase media alta, árboles altos que dan mucha sombra, adoquines lustrosos y silencio generalizado. Ah, por supuesto, mansiones, muchas mansiones, como la de la esquina de Valle grande y Vergara. Tocamos el timbre. Nadie nos responde. Hablar con  un vecino acá es una tarea casi imposible. Las calles están vacías. Hay cuatro casas por cuadra, el perro más chico tiene el tamaño de un caballo y el vigilador de la garita de la esquina nos mira. Pero hay un detalle siniestro. Increíblemente para un barrio como este, sobre un muro que protege la supuesta mansión de Mengele, han dibujado calaveras, muchas calaveras. Cuando nos disponemos a tomar una foto del muro nos detiene el vigilador. Ha visto como segundos antes yo le tomaba una foto a Henry. Nos hacemos los amigos. Nunca oyó hablar de Mengele y la historia le parece tan inverosímil que remata: ¨nadie es tan malo¨. Y aunque ahora somos amigos, tampoco nos deja sacar la foto. Obedecemos.

Conclusiones

Este artículo sólo pretende ser un anecdotario. Por supuesto, el tema de Eichmann y el tema de Mengele es mucho más rico. Eichmann supone un ejemplo de métodos que luego usaron los militares argentinos, la violación de la soberanía nacional  por el estado de Israel (que se puede justificar), las consecuencias que este tema supuso para Frondizi, si Eichmann fue un perejil, etc. Mengele, por su parte, parece haber estado vinculado a los poderosos de nuestro país y eso da vergüenza. Y, claro, está la paradoja de que el secuestro de Eichmann puso sobre alerta a Mengele para escapar de Paraguay y finalmente quedarse en Brasil para morir plácidamente en las playas de arena blanca mientras tomaba un baño.


Pero lo que nuestra experiencia nos enseñó es que la gente muchas veces considera que hay maldades tan grandes que no son posibles, que es peligroso que tantas personas ignoren absolutamente todo del holocausto, y que no está bien borrar la historia de los que perdieron. ¿Por qué no hacer como hacen hoy en Alemania o en Polonia, donde se recuerdan cosas terroríficas para que no se olviden? ¿Por qué no hacer como lo que nosotros hicimos ejemplarmente con la Escuela de Mecánica de la Armada, que hoy hace tomar conciencia a muchos? Si a la casa de Eichmann la blanquean podríamos evitar que los neonazi la visiten y, por raro que parezca, también contribuiría al desarrollo urbano de una zona tan postergada. Los vecinos lo agradecerían. (Eso sí, ya no sería material de nuestras visitas). Además, como país tenemos una deuda con el mundo. No miremos para otro lado. Estamos orgullosos de haber llenado el país de judíos que huían de las persecuciones. Pero no podemos ignorar que el mundo nos recuerdan con causa justificada el haberle abierto las puertas a las basuras más repugnantes de la historia. Cuando Eichmann tuvo la oportunidad de decir sus últimas palabras, bramó: ¨Larga vida a Alemania, larga vida a Austria, larga vida a la Argentina¨, y nos enterró a todos.





[1]  En realidad, según la periodista alemana Gabby Weber, la historia fue un poco diferente. http://www.diariolonuestro.com.ar/index.php/vicente-lopez/716-la-verdad-sobre-la-detencion-de-nazi-eichmann-en-argentina  https://books.google.com.ar/books/about/Los_expedientes_Eichmann.html?id=lScBAgAAQBAJ&redir_esc=y



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