Con Henry compartimos muchas
opiniones, y no es la menor que él me considere un forro y que yo lo
considere de la misma manera. Solemos salir de turismo urbano. ¡No, no sea
boludo; no sea boluda! No vamos al cabildo o a la casa de Sábato o a la de
Mitre o cosas así. Eso es para mascotas que van adonde les indican. Nosotros vamos
a olfatear lo que quedó de la historia reciente, de aquellos hechos que aún
duelen, que tienen coordenadas geográficas muy precisas y testigos que nadie
visita porque no se sabe donde quedan y nadie intenta averiguar. Vamos al solar
donde fue fusilado un líder, a la casa de una ex presidenta en su niñéz, a la
cárcel de un genocida con prisión domiciliaria, a un bar increíble del oeste
bonaerense donde hubo sangre, a las oficinas de Alfonsin, al kiosko donde
compraba el papa… En todos estos lugares hay vecinos, mozos, porteros (¡los
porteros saben todo!), amigos de la infancia, verduleros, vigiladotes… Y todos
están deseosos de contar, de chusmear con el mate de por medio, muchas veces
dispuestos a agigantar la anécdota hasta la vil mentira, de hacer un esfuerzo
por recordar en la mayoría de los casos, de debatir con otros vecinos detalles
de esas formidables historias que (se deja ver) no hay que ser periodista para
encontrarlas. Por supuesto, hay lugares de la historia más reciente donde no
vamos porque, además de forrazos, somos cagones (y no somos boludos).
La anécdota que sigue es la primera
entrega de una serie que suponemos infinita.
Eichmann
La esquina de Garibaldi y ruta 202,
en el partido de San Fernando, es una esquina pobre en un barrio pobre, en una
zona baja de casas bajas de clase baja, rodeada de fábricas que vierten sus
desechos al río Reconquista. Cuando el río crece, barre el barrio con sus
porquerías. Cuando la pobreza crece, lo hace hacia el río, hasta la misma orilla. No hay cloacas; no hay agua potable. Pero hay mucha gente. Los
más chicos juegan en el medio de la calle Garibaldi sabiendo que los autos que
pasan son del barrio y que en el barrio hay pocos con auto. Los jóvenes se
juntan en la esquina para embriagarse y hacer rostro. Nadie sospecharía que
alguna vez la esquina fue motivo de una de las noticias más resonantes que la Argentina le dio al mundo. El 11 de mayo de 1960, un
grupo de tareas del Mossad, el servicio de inteligencia israelí, secuestró a
uno de los hombres más buscado del planeta: Adolf Eichmann.
Eichmann trabajaba en la Mercedes Benz. Todos los días
volvía a su casa con el colectivo 203. Bajaba en la esquina y dando vuelta la
ochava, caminaba unos 15
metros hasta su casa, que era un desaliñado rancho sobre
una calle entonces de barro. Tenía una identidad falsa y tal vez pensó que
viviendo en un lugar tan remoto del mundo y de la misma Buenos Aires nadie lo
iba a encontrar. Ese 11 de mayo bajó del colectivo y cuando llegó a la ochava
fue reducido y secuestrado. Lo torturaron en una casa que el Mossad había
alquilado a dos cuadras del lugar, lo doparon, lo metieron en un avión de línea,
lo juzgaron en Israel en uno de los juicios más ruidosos del siglo y finalmente
lo ahorcaron el 31 de mayo de 1962.[1]
Hay que animarse. Los extraños se
ponen fácilmente en evidencia—especialmente cuando hacen preguntas—. Bajamos en
la misma parada célebre. Caminamos los
15 metros .
En el 6067 de Garibaldi hay un estacionamiento informal, en realidad un baldío
con tres autos: el terreno está en venta. Le preguntamos a un borrachín.
Confirmó que ¨una persona importante, no me acuerdo el nombre, vivió ahí¨. Tratamos
de averiguar si sabe a qué se dedicaba: ¨era un asesino¨, dice, concluyente. Luego
chequeamos entre los vecinos. Casi todos conocen la historia de una asesino,
pero muy pocos saben qué es el nazismo o qué son los judíos. Nos informan que
suele venir gente ¨de la tele¨y también muchos que dicen que era ¨un justiciero¨
y dejan flores en el estacionamiento-baldío. Al rato ya nos sentimos estrellas
de Holywood, todos quieren contar algo, todos quieren fama. Los visitantes,
aseguran, nunca nos preguntan nada. ¨Vienen y se van¨. Tal vez la más
interesante—y creíble— de las historias es la que nos cuenta una morocha
pulposa. Tenía una amiga que vivía en la casa de Eichmann antes de que fuera
derrumbada en 2000. Recibía permanentemente visitas, le tocaban el timbre gente
rapada y de la otra. Cuenta que ella dejaba pasar a los visitantes y afirma que
llegó a lucrar con la humilde residencia. Pero acaso la reacción más inesperada
fue la de una señora que vive exactamente al lado del lugar que ocupara
Eichmann y cuyas ventanas dan al baldío. No sabía nada, pero la curiosidad pudo
más que ella y quiso saber más que eso que acababa de escuchar de sus vecinos. Le
amplío: mató muchas personas en Europa, en campos de concentración. Pero la
señora quiere cifras. Henry se las da: Entre 3 y 4 millones. La señora se muere
de la risa y desaparece en el interior de su casa.
Mengele
Josef Mengele tuvo varias
direcciones en Argentina. Tal vez la más célebre haya sido la de Arenales 2460,
en Florida, partido de Vicente López. Tocamos el timbre. Nos atiende una chica
muy bonita que apenas asoma la cabeza. Confirma que ¨si, sé de la historia de
esa persona, pero nosotros no tenemos nada que ver¨. La chica se refiere a la
empresa que ocupa hoy el solar. Sin embargo, al hablar con los vecinos las
cosas son bien diferentes. Manuel vive enfrente. Viste una camiseta de Belgrano
de Córdoba que, afirma, le regaló Macri a su gente cuando River se fue a la
B. Corta su pasto y nos habla con
conocimiento de causa. ¨Esa casa donde se hicieron documentales y donde vienen
neonazis es una mentira. Parece antigua, pero tiene unos veinte años nada más,
y yo vivo acá hace treinta. Conozco a todos en el barrio, gente vieja,
conocedora, y nadie te va a decir que ahí
vivió ese tipo. Creo que fue cerca, pero acá no. Yo no sé por qué se fabricó todo
este asunto de la casa de Mengele¨.
La mansión |
A dos cuadras del lugar un vecino
entrado en años está estacionando su auto. Se lo nota sumamente apurado, y tal
vez tiene un poco de miedo porque tenemos una cerveza. Le preguntamos por
Mengele. Es como si lo penetrara un rayo de luz. Sonríe con esa sonrisa gardeliana
tan porteña. Ya no está apurado. Se toma todo el tiempo para explicarnos. Es
canchero, pero simpático. ¨Pibe, la cosa es así: Mengele vivía en Valle grande
y Vergara, a dos cuadras de acá. En el barrio se sabe.¨ Le preguntamos sobre la
casa de Arenales. ¨No. No, pibe. Eso es cualquier cosa. Todos están creídos que
es ahí porque lo dicen los medios. Mi viejo lo conoció y él no me va a mentir.¨
En esas dos cuadras el barrio pasa súbitamente
de clase media a clase media alta, árboles altos que dan mucha sombra, adoquines
lustrosos y silencio generalizado. Ah, por supuesto, mansiones, muchas
mansiones, como la de la esquina de Valle grande y Vergara. Tocamos el timbre.
Nadie nos responde. Hablar con un vecino
acá es una tarea casi imposible. Las calles están vacías. Hay cuatro casas por
cuadra, el perro más chico tiene el tamaño de un caballo y el vigilador de la garita
de la esquina nos mira. Pero hay un detalle siniestro. Increíblemente para un
barrio como este, sobre un muro que protege la supuesta mansión de Mengele, han
dibujado calaveras, muchas calaveras. Cuando nos disponemos a tomar una foto del muro nos detiene el vigilador. Ha
visto como segundos antes yo le tomaba una foto a Henry. Nos hacemos los
amigos. Nunca oyó hablar de Mengele y la historia le parece tan inverosímil que
remata: ¨nadie es tan malo¨. Y aunque ahora somos amigos, tampoco nos deja
sacar la foto. Obedecemos.
Conclusiones
Este artículo sólo pretende ser un
anecdotario. Por supuesto, el tema de Eichmann y el tema de Mengele es mucho más
rico. Eichmann supone un ejemplo de métodos que luego usaron los militares
argentinos, la violación de la soberanía nacional por el estado de Israel (que se puede
justificar), las consecuencias que este tema supuso para Frondizi, si Eichmann
fue un perejil, etc. Mengele, por su parte, parece haber estado vinculado a los
poderosos de nuestro país y eso da vergüenza. Y, claro, está la paradoja de que
el secuestro de Eichmann puso sobre alerta a Mengele para escapar de Paraguay y
finalmente quedarse en Brasil para morir plácidamente en las playas de arena blanca
mientras tomaba un baño.
Pero lo que nuestra experiencia nos
enseñó es que la gente muchas veces considera que hay maldades tan grandes que
no son posibles, que es peligroso que tantas personas ignoren absolutamente
todo del holocausto, y que no está bien borrar la historia de los que
perdieron. ¿Por qué no hacer como hacen hoy en Alemania o en Polonia, donde se
recuerdan cosas terroríficas para que no se olviden? ¿Por qué no hacer como lo
que nosotros hicimos ejemplarmente con la Escuela de Mecánica de la Armada , que hoy hace tomar
conciencia a muchos? Si a la casa de Eichmann la blanquean podríamos evitar que
los neonazi la visiten y, por raro que parezca, también contribuiría al
desarrollo urbano de una zona tan postergada. Los vecinos lo agradecerían. (Eso sí,
ya no sería material de nuestras visitas). Además, como país tenemos una deuda
con el mundo. No miremos para otro lado. Estamos orgullosos de haber
llenado el país de judíos que huían de las persecuciones. Pero no podemos
ignorar que el mundo nos recuerdan con causa justificada el haberle abierto las
puertas a las basuras más repugnantes de la historia. Cuando Eichmann tuvo la
oportunidad de decir sus últimas palabras, bramó: ¨Larga vida a Alemania, larga
vida a Austria, larga vida a la
Argentina ¨, y nos enterró a todos.
[1] En realidad, según la periodista alemana
Gabby Weber, la historia fue un poco diferente. http://www.diariolonuestro.com.ar/index.php/vicente-lopez/716-la-verdad-sobre-la-detencion-de-nazi-eichmann-en-argentina https://books.google.com.ar/books/about/Los_expedientes_Eichmann.html?id=lScBAgAAQBAJ&redir_esc=y
No hay comentarios:
Publicar un comentario