sábado, 20 de septiembre de 2014

Unos hermosos extraterrestres



Unos hermosos extraterrestres


Durante el 99% de la historia humana los viejos, los ancianos, nuestros mayores, fueron una minoría absoluta. Raramente aparecía una persona arrugada, sin dientes, sin fuerzas. Tener un abuelo en la familia era un milagro. Esa excepcionalidad, de alguna manera, se festejaba. Los viejos eran respetados. Las pirámides de población demuestran que en todos los países del mundo los viejos vienen creciendo sobre el porcentaje total de la población. Ese incremento corre parejo con la falta de respeto a nuestros abuelos.
            Un discurso famoso—al menos más famoso que el susodicho—dice que la delincuencia y la violencia se generaron también en los últimos 200 años, al amparo del anonimato, que fue creciendo acompañando el crecimiento de las ciudades.
Más habitual es escuchar que a medida que se extiende la esperanza de vida se eleva la tasa de suicidio, casi como si se tratara de una paradoja de nuestra sesuda especie.
            Otro lugar común es afirmar que cada día se tiene menos respeto por el otro, sea anciano o pendejo.
            Entonces tenemos la seguridad—si nos dedicamos a la economía mental—de suponer que a diario crece la delincuencia, la falta de respeto a los ancianos, la falta de  respeto por el otro y los suicidios.
            Sin embargo—  lamentablemente para tanta certeza— existe Japón, un país casi de otro planeta, un mundo que demuestra que todos los razonamientos—y las actitudes— podrían ser mejores. En Japón hay un respeto por los ancianos que es emocionante. Tokio es la ciudad más poblada del mundo y casi no tiene delincuencia. Cierto que tienen un apego ancestral por el suicidio. Pero a ningún nipón se le ocurrió jamás tirarse bajo un bondi o bajo las vías del tren bala. No joder al otro es una premisa muy japonesa. Esperemos que también sea muy humana.

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