Relevo de pruebas
Federico Andahazi |
“Sincericidio” es un neologismo que bien le cabría a Federico Andahazi.
Es, por supuesto, el acto bárbaro de denunciarse y perder hasta el honor. Sin
embargo, Federico no es ningún payaso que se sincericidie arrojándose desde
alturas mezquinas. Él se tira desde las cúspides— sí, también desde las librerías—más
encumbradas. Sabe cómo es el público que lo lee, sabe con quienes está
tratando. Solamente así se explica lo que dice en un reportaje que le hiciera Clarín el último 3 de agosto, donde
demuestra que además de un tipo muy inteligente es un truhán muy desinhibido.
El capo viene hablando de Gutemberg y afirma—con mucha razón—que la
imprenta fue un invento para falsificar manuscritos, los cuales eran muy caros.
Digamos que el alemán, con la nueva tecnología, te vendía un libro impreso haciéndolo
pasar por un manuscrito, vendiendo gato por liebre y ganando una fortuna en la
operación. Luego se la agarra con los escritores analfabetos. Copio y pego:
“…los mejores copistas no sabían leer, así los
prefería la Iglesia
porque la comprensión del texto lleva a la polémica, lleva a la intervención, a
la discusión voluntaria e involuntaria, y se corría el riesgo de que se alteraran
los textos. Me interesa mucho esa persona que hace actos mecánicos, que repite
algo que ignora; yo me preguntaba: ¿hasta qué punto nosotros no repetimos el
esquema de los copistas?, pasa todo el tiempo, incluso con la sexualidad,
ejercemos ritos por costumbre, ignoramos el sentido de lo que hacemos por
herencia, pasa con el sexo, pasa con la lectura, leemos lo que todos leen,
vemos en los aeropuertos que todos los pasajeros leen un Best-seller, hay un acto automático
que me aterra, pienso que a veces somos copistas analfabetos, repetimos sin
saber muy bien lo que hacemos.”
A confesión de parte…
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