jueves, 21 de agosto de 2014

La doncella inca




La doncella inca
           
La doncella tenía las trenzas muy elaboradas. Ni un solo pelo estaba fuera de lugar. Su estado de conservación abrumaba y los arqueólogos hablaban en voz baja para no molestarla. ¿Los que viajaban en el  tiempo eran ellos o era ella? La bajaron de la montaña y hoy adorna una vitrina del Museo de arqueología de la alta montaña, en Salta.
            La doncella de 15 años y dos niños más fueron hallados en la cima del volcán Llullaillaco, en el límite con Chile, a 6.770 metros de altura y a 500 años de distancia. Nada invita para acercarse a ese inhóspito lugar, salvo la consabida atracción que generan las alturas para ciertos rituales y ciertas creencias. Esa ausencia de visitas y las condiciones del clima preservaron a estas momias, o para ser más exacto, momificaron estas criaturas.
            Los primeros que reclamaron fueron los chilenos. No lo hicieron mucho, porque los cuerpos estaban del lado argentino. Así que se llamaron a silencio en breve.
            Los segundos que protestaron fueron los diaguitas y quechuas del norte argentino. Aseguraban que esas momias eran suyas, porque ellos eran los legítimos herederos de esos cuerpos sacrificados en las nieves. El imperio Inca había sometido todo el noroeste argentino y habrían usado a los ancestros de los diaguitas y quechuas— pueblos sometidos— como elemento a inmolar. Sin embargo, los arqueólogos, contentísimos de esta novedad, descubrieron que en las trenzas de la doncella había signos de otras tierras. En efecto, las incas adornaban sus cabellos según su lugar de procedencia. Determinaron los estudiosos que venía de lo que hoy es Perú. Los peruanos entonces reclamaron los cuerpos. Pero como los estudiosos eran mayormente yanquis, obviamente intentaron dirimir el diferendo postulando como alternativa un buen museo de los Estados Unidos. Para mayor confusión, los arqueólogos descubrieron que las momias procedían de la alta nobleza y recordaron algo sabido: la gente iba contenta al sacrificio—pactado desde mucho tiempo antes—porque se consideraba un privilegio ser el centro de la fiesta.
            Las protestas siguieron por otro lado. Se quejaron algunos cristianos porque consideraron que la exhibición de un cadáver es algo que dios no quiere. También se quejaron los editorialistas de una prestigiosa revista científica que proclamó la «…falta de consideración, rayana con el desprecio por la humanidad de los integrantes de una antigua cultura indígena» (Por supuesto, los indios también se quejaron con el mismo argumento, demostrando que habían sido cristianizados.) Pero, mal que les pese a todos ellos, los Incas tenían la costumbre de exhibir, al menos una vez al año, a sus ancestros momificados en una especie de procesión, donde todo era alegría.
Hoy la doncella y sus dos amigos están en  la ciudad de Salta. Se les creó un microclima que recrea las condiciones de la alta montaña puneña. Como mantenerlas bajo estas condiciones genera un gasto importante, el museo cobra una entrada que no es para el bolsillo de cualquiera, por ejemplo para el bolsillo de un diaguita que pide una moneda en las escaleras de la catedral de Salta.
Sería deseable que todos abramos un poco más la mente: las neuronas no deben ser momificadas, los corazones tampoco. Además, el único interés que despertó el volcán Llullaillaco antes de estos descubrimientos fue es 1877, fecha en que despidió unas bocanadas de humo. Si este gigante, que es el segundo volcán activo más alto del mundo, llegase a explotar, vamos a felicitarnos de haber rescatado a sus centinelas. “Llullaillaco” es una vieja palabra del  quechua antiguo. Los quechuas de hoy no saben lo que significa. Nosotros tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario