La doncella inca
La doncella
tenía las trenzas muy elaboradas. Ni un solo pelo estaba fuera de lugar. Su
estado de conservación abrumaba y los arqueólogos hablaban en voz baja para no
molestarla. ¿Los que viajaban en el tiempo eran ellos o era ella? La bajaron de la
montaña y hoy adorna una vitrina del Museo de arqueología de la alta montaña, en
Salta.
La
doncella de 15 años y dos niños más fueron hallados en la cima del volcán
Llullaillaco, en el límite con Chile, a 6.770 metros de altura y a 500 años de distancia. Nada invita
para acercarse a ese inhóspito lugar, salvo la consabida atracción que generan las
alturas para ciertos rituales y ciertas creencias. Esa ausencia de visitas y
las condiciones del clima preservaron a estas momias, o para ser más exacto,
momificaron estas criaturas.
Los
primeros que reclamaron fueron los chilenos. No lo hicieron mucho, porque los
cuerpos estaban del lado argentino. Así que se llamaron a silencio en breve.
Los
segundos que protestaron fueron los diaguitas y quechuas del norte argentino.
Aseguraban que esas momias eran suyas, porque ellos eran los legítimos
herederos de esos cuerpos sacrificados en las nieves. El imperio Inca había
sometido todo el noroeste argentino y habrían usado a los ancestros de los
diaguitas y quechuas— pueblos sometidos— como elemento a inmolar. Sin embargo,
los arqueólogos, contentísimos de esta novedad, descubrieron que en las trenzas
de la doncella había signos de otras tierras. En efecto, las incas adornaban
sus cabellos según su lugar de procedencia. Determinaron los estudiosos que venía
de lo que hoy es Perú. Los peruanos entonces reclamaron los cuerpos. Pero como
los estudiosos eran mayormente yanquis, obviamente intentaron dirimir el
diferendo postulando como alternativa un buen museo de los Estados Unidos. Para
mayor confusión, los arqueólogos descubrieron que las momias procedían de la
alta nobleza y recordaron algo sabido: la gente iba contenta al sacrificio—pactado
desde mucho tiempo antes—porque se consideraba un privilegio ser el centro de
la fiesta.
Las
protestas siguieron por otro lado. Se quejaron algunos cristianos porque
consideraron que la exhibición de un cadáver es algo que dios no quiere. También
se quejaron los editorialistas de una prestigiosa revista científica que
proclamó la «…falta de consideración, rayana con el desprecio por la
humanidad de los integrantes de una antigua cultura indígena» (Por
supuesto, los indios también se quejaron con el mismo argumento, demostrando
que habían sido cristianizados.) Pero, mal que les pese a todos ellos, los
Incas tenían la costumbre de exhibir, al menos una vez al año, a sus ancestros
momificados en una especie de procesión, donde todo era alegría.
Hoy la
doncella y sus dos amigos están en la
ciudad de Salta. Se les creó un microclima que recrea las condiciones de la
alta montaña puneña. Como mantenerlas bajo estas condiciones genera un gasto
importante, el museo cobra una entrada que no es para el bolsillo de
cualquiera, por ejemplo para el bolsillo de un diaguita que pide una moneda en
las escaleras de la catedral de Salta.
Sería deseable
que todos abramos un poco más la mente: las neuronas no deben ser momificadas,
los corazones tampoco. Además, el único interés que despertó el volcán Llullaillaco
antes de estos descubrimientos fue es 1877,
fecha en que despidió unas bocanadas de humo. Si este gigante, que es el
segundo volcán activo más alto del mundo, llegase a explotar, vamos a
felicitarnos de haber rescatado a sus centinelas. “Llullaillaco” es una vieja palabra
del quechua antiguo. Los quechuas de hoy
no saben lo que significa. Nosotros tampoco.
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