martes, 10 de marzo de 2015

Del garabato al mamarracho



Del garabato al mamarracho


            Desde los tiempos de Illia se vienen tejiendo proyectos para erradicar las villas. Muchos de estos proyectos fueron verdaderas razias, como las famosas “topadoras de Cacciatore”, el intendente porteño del último gobierno militar, que intimaba de la siguiente manera a los más humildes:


INTIMACION-ÚLTIMO-AVISO
Villa:1-11-14
Casa-Nº:-222
Sector-1.
Se intima al ocupante de la vivienda a presentarse (con tarjeta de censo y documento de identidad) el día 4 del corriente, en el horario de 14 a 19 horas en la oficina “Erradicación” de la Comisión, instalada en la calle Varela 1950, Capital Federal, de esta villa. De no presentarse en el plazo fijado, la vivienda será demolida.
Buenos Aires, 4 de junio de 1979.


            Sin embargo, durante 20 años, incluidos los de Onganía, Perón y Videla, la onda fue reubicar a los villeros en barrios copados, con cierto estilo, realizados por grandes y prestigiosos estudios de arquitectura.

            Así surgieron los barrios Luis Piedrabuena (Estudio SMGSSS, el mismo que realizó ATC y el edificio conocido como el Rulero), Fuerte Apache (estudio STAFF, multipremiado internacionalmente), Lugano 1 y 2 (una ensalada de prestigiosos estudios), y muchos otros, cuyos nombres oficiales no nos importan. 

            Casi todas estas obras presentan un aire futurista: una combinación de edificios de diferentes alturas, centros comerciales a los cuales se suele acceder por ascensor, pasillos y puentes tortuosos que recuerdan los grabados de Piranesi, recovecos donde el ajeno seguro que se pierde, calles sin salida,  calles con salida a paisajes insospechados, tanques de agua espeluznantes y de formas caprichosas que rematan edificios con una distribución de balcones sin lógica aparente. Todo muy interesante. Al menos en la cabeza de quienes idearon esos garabatos.

            Con el tiempo los garabatos se convirtieron en mamarrachos. Al laberinto ya existente los residentes le sumaron tapias;  puertas improvisadas; ascensores que no andan, pero funcionan como aguantaderos; escaleras de emergencias que se usan como tiendas de merca, una conmoción de colores contrastantes que recuerdan a la Boca, pero sin turistas; estacionamientos donde capean los trapitos; improvisadas construcciones sobre lo que originalmente fueron senderos…

            Todo contribuye a la desorientación, incluso para los mismos vecinos, que ya no saben lo que se encuentra más allá del muro que cierra una calle o más allá de la barrera de las ocho de la noche. Son un laberinto parecido a las ciudades medievales. El que entra no sale. El que sale no vuelve a entrar. A menos que viva allí. No debe extrañarnos que finalmente se haya optado por otras soluciones, más berretas pero menos pretenciosas.        

            Sin embargo,  el caso más extraño, del cual no pude recabar referencia bibliográfica, son las “nuevas torres” de Lugano 1 y 2, las más altas del conjunto, las de mayor categoría. Se elevaron a mediados de los ochenta, cuando ya estaba visto que este tipo de construcciones era tapar con fuego un incendio. ¿Qué singulariza a estas torres? Fueron asignadas a miembros de la policía federal, del ejército y de los comités. ¿Buscaban frenar el caos con la presencia de esta gente? ¿Pensaban atenuar la anarquía del complejo con tal medida? En cualquier caso no lo lograron. Y, como la realidad supera a la ficción,  no sería raro que algunos de entre ellos hayan dado, décadas atrás, rienda suelta a las topadoras de Cacciatore. En los laberintos del tiempo la gente se pierde y se vuelve a encontrar quién sabe dónde. Acaso en un emblema del fracaso.

           

           
           

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