Del garabato al mamarracho
Desde
los tiempos de Illia se vienen tejiendo proyectos para erradicar las villas.
Muchos de estos proyectos fueron verdaderas razias, como las famosas “topadoras
de Cacciatore”, el intendente porteño del último gobierno militar, que intimaba
de la siguiente manera a los más humildes:
INTIMACION-ÚLTIMO-AVISO
Villa:1-11-14
Casa-Nº:-222
Sector-1.
Se intima al ocupante de la vivienda a presentarse (con tarjeta de censo y documento de identidad) el día 4 del corriente, en el horario de 14 a 19 horas en la oficina “Erradicación” de la Comisión, instalada en la calle Varela 1950, Capital Federal, de esta villa. De no presentarse en el plazo fijado, la vivienda será demolida.
Buenos Aires, 4 de junio de 1979.
Villa:1-11-14
Casa-Nº:-222
Sector-1.
Se intima al ocupante de la vivienda a presentarse (con tarjeta de censo y documento de identidad) el día 4 del corriente, en el horario de 14 a 19 horas en la oficina “Erradicación” de la Comisión, instalada en la calle Varela 1950, Capital Federal, de esta villa. De no presentarse en el plazo fijado, la vivienda será demolida.
Buenos Aires, 4 de junio de 1979.
Sin embargo,
durante 20 años, incluidos los de Onganía, Perón y Videla, la onda fue reubicar
a los villeros en barrios copados, con cierto estilo, realizados por grandes y
prestigiosos estudios de arquitectura.
Así
surgieron los barrios Luis Piedrabuena (Estudio SMGSSS, el mismo que realizó ATC y el edificio conocido como el Rulero),
Fuerte Apache (estudio STAFF, multipremiado internacionalmente), Lugano 1 y 2
(una ensalada de prestigiosos estudios), y muchos otros, cuyos nombres
oficiales no nos importan.
Casi
todas estas obras presentan un aire futurista: una combinación de edificios de
diferentes alturas, centros comerciales a los cuales se suele acceder por
ascensor, pasillos y puentes tortuosos que recuerdan los grabados de Piranesi,
recovecos donde el ajeno seguro que se pierde, calles sin salida, calles con salida a paisajes insospechados,
tanques de agua espeluznantes y de formas caprichosas que rematan edificios con
una distribución de balcones sin lógica aparente. Todo muy interesante. Al
menos en la cabeza de quienes idearon esos garabatos.
Con
el tiempo los garabatos se convirtieron en mamarrachos. Al laberinto ya
existente los residentes le sumaron tapias;
puertas improvisadas; ascensores que no andan, pero funcionan como
aguantaderos; escaleras de emergencias que se usan como tiendas de merca, una
conmoción de colores contrastantes que recuerdan a la Boca, pero sin turistas;
estacionamientos donde capean los trapitos; improvisadas construcciones sobre
lo que originalmente fueron senderos…
Todo
contribuye a la desorientación, incluso para los mismos vecinos, que ya no
saben lo que se encuentra más allá del muro que cierra una calle o más allá de
la barrera de las ocho de la noche. Son un laberinto parecido a las ciudades
medievales. El que entra no sale. El que sale no vuelve a entrar. A menos que
viva allí. No debe extrañarnos que finalmente se haya optado por otras
soluciones, más berretas pero menos pretenciosas.
Sin
embargo, el caso más extraño, del cual
no pude recabar referencia bibliográfica, son las “nuevas torres” de Lugano 1 y
2, las más altas del conjunto, las de mayor categoría. Se elevaron a mediados
de los ochenta, cuando ya estaba visto que este tipo de construcciones era
tapar con fuego un incendio. ¿Qué singulariza a estas torres? Fueron asignadas
a miembros de la policía federal, del ejército y de los comités. ¿Buscaban
frenar el caos con la presencia de esta gente? ¿Pensaban atenuar la anarquía
del complejo con tal medida? En cualquier caso no lo lograron. Y, como la
realidad supera a la ficción, no sería
raro que algunos de entre ellos hayan dado, décadas atrás, rienda suelta a las
topadoras de Cacciatore. En los laberintos del tiempo la gente se pierde y se
vuelve a encontrar quién sabe dónde. Acaso en un emblema del fracaso.
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