Doctrina
Progresivamente el alumno empieza a
creer todo, se enamora de ese conocimiento adquirido, se apasiona de dominar lo
aprendido y lo aprehendido, que en el fondo son sinónimos.
La víctima sale a la calle. Se
desangra cada vez que alguien pone en cuestión su conocimiento, se debate entre
defenderse o salir corriendo a consultar con su profesor las palabras precisas
que debe esgrimir para descalificar al inoportuno.
Le hemos inculcado un esquema de
razonamiento que el pobre infeliz no puede abandonar, aunque invierta toda su
voluntad. Somos dueños de su cuerpo y de su alma. (En realidad, ya no tiene
alma, pero de alguna manera hay que decirlo). Sus ojos son los nuestros. Sus
palabras son parte de nuestra lengua. Sus enemigos son casi parecidos a nuestros
enemigos. Pero su credulidad, que nos pertenece, es exclusivamente suya. Se ha
convertido en un títere. Es ideal para usarlo y desecharlo. Se ha convertido en
un forro. Y, de ser necesario, mañana lo
pondremos a laburar para nuestros enemigos, con el beneplácito de nuestros
enemigos.
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