Huérfano
de amor
Julio
tiene el oficio de la escritura. Puede transmitir un pensamiento con fidelidad
e incluso lo puede acomodar al pensamiento de su destinatario. Pero no puede
escribirle una carta a su amada. Ella va más allá de sus razonamientos.
Julio
es obstinado. Se sienta frente al papel en blanco. Intenta coser dos frases
seguidas, infructuosamente. Es como si se pinchara con la aguja una y otra vez.
Se desangra. Siente que está solo, siente que ella se aleja. Sus ojos se pierden en esa hoja que continúa vacía. Su inicial
sentimiento de enamorado va dando paso a un abismal sentimiento de desamparo. Es
un huérfano.
Julio
finalmente logra escribir algo. Lo lee, lo relee. Es un telegrama. Parece
escrito por un robot. Un robot llamado Julio.
Suena el teléfono. Es ella. Su
voz es concreta, decidida, demasiado humana. Nos vemos en una hora.
Julio
se precipita a su encuentro. Acude con la carta, que va sellada con una gota de
sangre. Ella la abre, la lee, sonríe. Está ansiosa. Se deshace en disculpas para ir al baño. Se
toma su tiempo. Tiempo para transcribir la carta, subirla al Face, compartirla, apuntar “me
gusta” y señalar que “se siente feliz con Julio”, ese tipo que hace media hora
que la espera, solo, con el cerebro en blanco y la sangre en los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario