martes, 17 de marzo de 2015

Borges elíptico

Borges elíptico


"Homero compuso la Odisea; postulando un plazo infinito con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, al menos una vez, la Odisea" 
                                                                                                         (Borges, El inmortal)


      


Volví a leer El inmortal, de Borges.  Pero  ya no soy el mismo. Soy menos ingenuo y eso me ha erosionado la fantasía. Tengo más lecturas contraídas, como enfermedades que me ciegan  la imaginación. Tengo más años y soy más concreto. Busco certezas. Las busco aunque no las quiera, aunque no me sirvan. Como si el ejercicio de buscar me retribuyera algo más que la certeza de ya no encontrar novedades.

            No es mi intención hablar del cuento, que está en la Web, ese otro mundo, que es lo mismo que decir en todos lados. Sólo me propongo que usted, a través de estas mezquinas líneas, sea partícipe de una cosa grande como la misma vida.

Hace un tiempo, queriendo explicar el eterno retorno de Nietzsche, tal como está en el Ecce Homo, hice uso y abuso de un pasaje de La perspectiva científica, de Bertrand Russell. Esos pasajes de Nietzsche-Russell están, unos años después, magistralmente anotados por Borges en este cuento: la posibilidad de que en la eternidad todos podamos ser los autores de todas las obras.

Borges decía que admiraba a Macedonio hasta el plagio, así que no es de extrañar que admirara a aquellos dos pensadores, o al menos lo que concierne a sus razonamientos sobre la eternidad. Más aún, Borges solía tener, como en este cuento, una inclinación muy marcada por la enumeración de nombres propios. Pero Georgy nunca nos revelaba la verdadera fuente de inspiración de un relato.

Por eso, no es de extrañar que haya omitido también al filósofo Averroes, quien decía que el alma individual muere con la muerte, pero se fusiona con un alma colectiva, que es eterna. En El Inmortal—no dudo ni un segundo—está Averroes, y Borges sabía que estaba. Entre todas las personas que nombra el escritor, no nombra al filósofo, calculadamente. Tampoco menciona los nombres de todos aquellos que postularon que los muertos continúan vivos en la memoria de quienes aún respiran, como Dante. Ni de quienes sostuvieron, como Platón, que lo que nos sobrevive tras la muerte son nuestras obras. 

Sin embargo, este cuento nos habla, entre muchas cosas anexas,  sobre la inutilidad de asignar autores a las obras. Las obras serían, en el fondo, una sola gran obra que reescribimos constantemente. Y cada una de nuestras vidas no serían más que un plagio de otras vidas, ya muertas. Y cada muerte no sería otra cosa que la restitución de una identidad colectiva. Y Borges no sería otra cosa que un aspecto de nosotros mismos.


Así, lo que dejamos en esta vida para que nos conmemoren son nuestras obras. Pero sólo con mucha imaginación y por un tiempito, porque en el fondo no son nuestras. ¿Y qué importancia puede tener si una idea primero la pensó este o aquel?  Nuestro gran escritor ya muerto, o más o menos muerto, o definitivamente muerto, que habita la eternidad junto a Macedonio, Nietzsche, Russell, Averroes, Dante y Platón y a los bufonescos autores de este mundo tan extraño, así lo entendía, o lo entiende, o lo entendería, o lo entenderían, o lo entienden o lo entendemos o...


Nota: No es de extrañar que en Los teólogos, que está en el mismo libro, El Aleph, Borges nombre a Platón, a propósito de un eterno retorno. Dice: "Platón enseñó en Atenas que, al cabo de los siglos, todas las cosas recuperarán su estado anterior, y él, en Atenas, ante el mismo auditorio, de nuevo enseñará esa  doctrina." Advierto que en este mismo libro se encuentra La busca de Averroes, a quien no encontramos en El imnortal.

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