El último 18 de febrero a Nelson
Castro le dieron una orden. “Hablá de que en la Plaza de Mayo hay jóvenes”.
Nelson, obedeció, con matices: “La plaza se está llenando de jóvenes que salen
de trabajar”. Era mentira. Al otro día el mismísimo diario Clarín se preocupaba
por la ausencia de jóvenes en la plaza.
Nelson lo que estaba haciendo era un
clásico del periodismo manipulador de multitudes: decir que algo está pasando
para que pase.
Más allá de que Nelson esté
invadiendo cada vez más la pantalla de TN, y que eso signifique una tregua
blanda con el gobierno—porque no es tan hostil como otros—, el tema de la
juventud ausente en la marcha preocupa.
¿Por qué en la marcha del 18 de
febrero no había jóvenes? No lo sé. Pero esa ausencia me recuerda
ciertas presencias…
En 1968, desde París a México, hubo
una oleada de primavera. Los estudiantes se unieron para reclamar aperturas democráticas
de todo tipo. Las aperturas mayormente no llegaron, pero quedó un precedente imborrable
de clamor juvenil que inspiró incluso el futuro de generaciones que aún no habían
nacido.
En El triunfo de la voluntad, de Leni Riefensthal, la más grande
directora del siglo XX, que adhirió al nazismo, se puede escuchar a Hitler decir:
“Cuando los mayores
entre nosotros vacilen, la juventud se pondrá firme y se mantendrá hasta que
sus cuerpos se corrompan”
Seis años después de este discurso, Hitler invadió Polonia y dio inicio a la segunda guerra mundial. En ella murió casi toda la juventud alemana.
Seis años después de este discurso, Hitler invadió Polonia y dio inicio a la segunda guerra mundial. En ella murió casi toda la juventud alemana.
Son
cosas que los que marcharon el 18 de febrero nunca podrían sostener, porque son
viejos que no contagian a nadie.
Que
los jóvenes te sigan o no te sigan no significa casi nada. Solamente que no tenés
futuro. Ni para el bien ni para el mal. No existís.
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