viernes, 6 de febrero de 2015

Infinitamente cholulos



Infinitamente cholulos


           

Este artículo es un apéndice a ¿Qué parte no entendieron?, que publiqué el mes pasado, y que me a deparado varios dolores de cabeza, como el que sigue, que padecí con una amiga. Los nombres propios que aparecen, por supuesto, están cambiados, para evitar problemas.

Yo—Yo sólo te muestro lo que pasa con la vigilancia en una torre de Puerto Madero. Te ofrecen plata para entrar. El vigilador es un tipo que a duras penas llega a fin de mes. Cambian un vigilador por otro como de calzoncillo. No existen. Son un número: el cero.
Ella—Pero uno tiene que cumplir con su deber… Es una cuestión de moralidad… ¿Alguna vez te ofrecieron plata?
Yo—Obvio.
Ella— ¿Y agarraste?
Yo— …
Ella— ¿No te da vergüenza?
Yo—Nunca agarré. Pero un amigo mío sí.
Ella—Tratá de elegir mejor a tus amigos.
Yo— Desde que te vi supe que no sé elegir… A mi amigo lo rebanco. Él me contó una historia que la creo como si a mí mismo me hubiera pasado. ¿La conocés a la modelo María Pía Fulana? (A mi amiga se le encendieron los ojos). Estaba de novia con el Burrito Tortonese, el jugador de fútbol. Es más: estaba embarazada del Burrito. El Burro le daba plata a mi amigo para que ella no pasara. En general el motivo era bien mundano, porque Tortonese hacia unas orgías que no dejaban dormir a nadie, ni a los vigiladotes.  No se privaba de nada y todos los gatos (laburadoras) y los perros (sus compañeros de club y algunos periodistas deportivos que estaban a su servicio), entraban por la cochera, con toda la comida para las mascotas y con sustancias que después veíamos en sus ojos.  
Ella— ¿Qué periodistas?
Yo—No tiene importancia. Vos sólo me lo preguntas por cholula… Bueno, a mi amigo, el Burrito le tiraba unos mangos. Pero resulta que después venía María,  y si te ponías firme y no la dejabas pasar,  también te tiraba unos pesos.
Ella—Este mundo sería mejor sin gente como tu amigo.
Yo—Escuchame… no seas inocente. Ella iba a pasar igual… Hagamos de cuenta que no la deja pasar. En dos, tres o cinco minutos cae una vecina que la ve a la pobre María Pía, una famosa, de la tele, que encima está embarazada. La baba se le cae a la vecina hasta el suelo y mientras le pide un autógrafo ya están subiendo al ascensor… Ahora usemos más la imaginación… El vigilador, mi amigo, se resiste a que la estrella mediática ingrese. Entonces la vecina, que odia las orgías del futbolista, que despiertan a toda su familia,  le demuestra a mi amigo que ella es tan propietaria como el Burro, que en realidad mi amigo sabe que es inquilino y que mañana se va a ir, pero que esta vieja cholula hija de puta se va a quedar… Peor aún: mi amigo está deserotizando ese momento mágico que supone el encuentro con una celebridad de los medios, lo cual oportunamente se lo harán pagar. Incluso ese momento puede ser más terrible. Imaginate que justo está entrando un delivery o una empleada de servicio, que confundió una puerta con otra, lo cual es más que frecuente...  Si el vigilador procediera como vos querés sería echado  inmediatamente…
Ella—Bueno, pero yo no hagarraría plata.
Yo— Es tu problema… No importa lo que haga mi amigo, al otro día el jefe de seguridad lo va a amonestar en nombre del futbolista, de María Pía o de la vecina. Pero él en el medio al menos habrá ganado algo, el derecho a ser una persona, como todas las empleadas domésticas que hoy son sospechosas por el sólo delito de ser pobres y carecer de fama.

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