La
vacuidad del Tattoo
El
escrito que pongo en la horca pudiera haber sido creíble y hasta revolucionario
hace cosa de 25 años, pero hoy suena a payasada irreflexiva.
Reflexionemos. Hace dos décadas el
que se tatuaba era un transgresor, un tipo que se la jugaba, se inmolaba porque
iba a ser objeto de la mirada de todos. Era un desafiante. Era un tipo o una
mina que caminaba por el caminito al costado del mundo. Era probablemente ese
mismo que escuchaba rock cuando no existía el Personal Fest y que fumaba porrito cuando su consumo era condenado
socialmente sin peros.
Hoy tatuarse es un negocio
capitalista muy redituable. He escuchado infinidad de lágrimas—especialmente de
chicas—porque al no poder tatuarse, por falta de recursos, se denunciaban como
de una clase social muy baja. Y también
he visto idiotas sementales vanagloriarse por poder pagar enormes sumas para
que les escrachen el cuerpo. Pobres gentes.
Tal vez la única verdad que dice el
PDF sea que el Tatoo es una cultura adquirida y no una cultura heredada. En
efecto, en las tribus todos se tatúan (y
no hay transgresores que no se tatúen, porque sino los pasan por las armas).
Sin embargo se olvidan de lo más
importante. Entre ellos, por eso mismo, lo tatuado es entendido por toda la
tribu y no hay mucho debate sobre qué mierda se deben dibujar en el cuerpo. Pero
hoy es muy diferente. Recuerdo a una flaca a la cual le pregunté sobre una flor
que se había apoderado de su brazo. Me explicó que era un narciso, y me contó con
lujo de detalle la consabida historia del tipo que se enamora de su propia imagen
y bla bla bla… Incluso me dijo que ella
era bastante narcisista y que bla bla bla… Todo sonaba a justificación
intelectual. Creo que simplemente le gustó la flor y que después buscó una
justificación racional para estampársela en el cuerpo. Pero peor fue un
patovica de dos metros que tenía toda la espalda tatuada en pleno agosto. Este
era rebelde de verdad. Le pregunté por qué tenía tatuado el tetragrámaton. El
tipo no sabía lo que era, y me agredió, enojado con su propia
ignorancia. Lo peor fue cunado me dijo “¡¿ Qué me mirás?!”, y yo le respondí; “entonces
para qué te tatuás y te desnudás en pleno invierno si no querés que te miren?”
Salí corriendo.
Yo no estoy en contra del tatuaje. Cada
uno es dueño de su cuerpo y conozco chicas a las cuales les queda muy sensual. Pero
hay verdades que son demasiado evidentes. Mi primo Maximiliano ha entrado en la Prefectura Nacional.
Está todo tatuado, al igual que casi todos sus compañeros y casi la mitad de la
oficialidad. ¿Rebeldía estética?; ¿rechazo a la normalidad?; ¿resistencia
contra el sistema? ¡Váyanse a la puta madre que los parió!
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