Damnatio
memoriae
Los antiguos no veían las obras
de arte con los mismo ojos que nosotros. Nosotros directamente ya no las vemos
o las vemos demasiado. Las ignoramos o las sacralizamos. En cualquier caso, hoy
a nadie con dos dedos de frente se le ocurría destruir un monumento artístico
del Imperio romano como el Coliseo con el noble fin de trazar una avenida para
agilizar el tránsito.
Para los antiguos no existía el
arte o el artista. Levantaban el monumento de un emperador para su mayor gloria
o para celebrar alguna de sus victorias. Lo hacían normalmente cuando el capo
estaba vivo. Como esto fue antes de la
explosión de las imágenes que luego trajo la imprenta, la tevé y el google,
estamos seguros que por ejemplo una estatua cualquiera era vista por todos. Digamos que las estatuas pesaban más y que todo el mundo sabía
a quienes representaban y donde estaban emplazadas. Era como si un peatón hoy
preguntara por cómo llegar hasta la costanera sur y vos le dijeras: Tomá para
la estatua de Mitre, encará luego para la de Roca, cuando te encuentrés con una
pirámide de mayo vas a ver a tu derecha una de Belgrano montando, después tenés
que bajar hasta una que era de Colón pero que ahora pusieron a un cacique o
algo así, después a la derecha hasta un conjunto consagrado al trabajo y de ahí
a la izquierda hasta que llegués a una fuente llena de desnudos, que nadie sabe
a quién se le acurrió.
¿Pero por qué no nos han llegado
estatuas de tantos y tantos emperadores? ¿Por qué no tenemos casi nada de Calígula o Nerón o Claudio?
Los Romanos recurrían a lo que
se conoce como damnatio memoriae
(hacer mierda la memoria de alguien). Era habitual que cuando un emperador o su
familia caían en desgracia se destruyeran los monumentos del caído. Era una
orgía de carnaval y de furia que embriagaba a todo un pueblo y que aún podemos ver en países como Irak,
cuando cayó el de los bigotes. A ningún
romano se le hubiera ocurrido decir: no destruyan la estatua de Saddam porque
es una obra de arte.
Sin embargo, algunas obras nos
han llegado, más por pertenecer a una gesta muy popular que por celebrar a
algún emperador. La columna de Trajano, en Roma, es una de ellas. Representa la conquista y el
saqueo de lo que fue la Dacia, hoy llamada Rumania (o sea, país de los
romanos). Vemos sobre la columna muestras del saqueo y del genocidio, para
mayor gloria del imperio. No muy lejos de ahí encontramos el Arco de Tito. Tito
fue el que destruyó el templo de Jerusalén. Del templo solo ha
quedado un muro, el famoso muro de los lamentos, donde los judíos van a llorar
lo que hizo Tito. Su arco victorioso nos muestra también el saqueo y el genocidio.
Siempre hubo rumanos y
especialmente judíos deseosos de liquidar esas obras. Sin embargo, acá surge un
tema muy delicado que tiene que ver con el valor de las obras…
Una cosa es que la obra sea
buena y otra que sea vieja. La columna de Trajano es ambas cosas. El arco de
Tito es más bien lo segundo. Sin embargo, la antigüedad se da de diferentes
maneras. No es lo mismo un arco del siglo XIX que celebre la persecución de los
judíos en la Francia de Dreyfus, que un arco que tiene casi dos mil años. El
punto es que no tenemos mucho de hace dos mil años como para andar
destruyéndolo. Entonces a la antigüedad tenemos que sumarle la singularidad. Y
a la singularidad tenemos que adicionarle el documento histórico, porque si
sabemos a ciencia cierta lo que hizo Tito en Jerusalén es gracias al monumento.
Es cuando empiezan a aparecer los
eufemismos y las agachadas intelectuales que no sirven para nada. Los Judíos y
los rumanos empiezan a hablar de “un irreemplazable documento histórico para no
olvidar…”. Esas cosas lamentablemente fuerzan una lectura del monumento. A veces es mejor no decir nada. Pero, sin embargo, siempre es mejor ejercitar la memoria que quemar monumentos. No por nada la palabra "monumento" viene de una palabra latina que significa "instrumento para preservar la memoria".
Pero a mí, como porteño, me
indigna lo que se está haciendo con el mueblaje monumental de nuestra ciudad. Yo
los banco a Colón y a Roca, (y también a ese
genocida de indios que se llamó Juan Manuel de Rosas). No los banco como
personas o por lo que hicieron—probablemente porque no interesa en este
momento—: los banco en cuanto obras de arte.
No son malas, y tampoco tenemos mucho que mostrar.
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