El 23 de marzo de 1976, un día antes
del golpe, un avión como el de la foto, un Mirage III, se vino abajo al salir
de la VIII brigada
aérea, en Moreno. No era el primero ni fue el último en sufrir ese destino,
pero la fecha hace ruido.
Los Mirage fueron comprados a Francia
en los años 70, atendiendo a su buen desempeño en la guerra de los Siete días. Son
unas naves hermosas que yo pude apreciar cuando era un niño y creía en el cielo.
Eran como un desfile de palomas verdes. Parecían invulnerables, pero se caían
(o los tiraban, quien sabe).
Llegó la guerra de Malvinas, se
fueron al sur. Murieron 10 aviadores, 2 operando un Mirage. El Capitán Gustavo García Cuerva fue uno de
ellos.
Gustavo falleció un día parcialmente
nublado, el 1 de mayo de 1982. Los Mirage partían de Río Gallegos y volaban con
el tanque de combustible lleno, pero que sólo les aseguraba una capacidad
operativa limitada como para ir hasta las islas y volver. Por eso mismo,
realizaban mayormente maniobras de distracción y pocas veces entraban en combate.
Aquel día García Cuerva y su
copiloto, el Teniente Primero Perona, hicieron contacto visual con un Harrier ingles. Tuvieron el bautismo de fuego que siempre soñaron. Respondieron al fuego enemigo. Bailaron en los aires la danza de la muerte. Fueron tocados, pero la nave se resistía a caer. Perona se eyectó, cayendo al
Atlántico, siendo recogido poco después por argentinos, desde las islas.
Gustavo, responsable de su nave, pensó en salvarla. Volver al continente era imposible: el ballet con el Harrier había consumido el combustible. Sabía que en Puerto
Argentino había una pista poco adecuada para un Mirage III, pero se la jugó,
decidió arriesgarse, meterse entre las nubes con su avión, buscando las islas
recuperadas por las que luchaba y a las que nunca había visto. Los radares
dieron con el aparato. García Cuerva pudo hacer contacto por radio con sus
compatriotas, avisando que se acercaba. Pero los soldados argentinos acababan
de advertir, entre las nubes, al Harrier y todo era confusión. Alguien avisó
que el que se aproximaba era de los nuestros. Gustavo debió sentir una extraña
emoción al salir de las nubes y ver las islas. Tal vez se olvidó por un segundo
de su drama. Tal vez nunca se dio cuanta de su drama personal. Pensó en los
otros, en sus compatriotas. La pista era diminuta. Si no aterrizaba bien su
carga de explosivos podía matar a varios en tierra. Si el fuego tocaba las
municiones o la nave se prendía fuego al llegar, eso sería un desastre. García
Cuerva dejó caer las municiones sobre el Atlántico. Los argentinos vieron esto
e instintivamente derribaron al avión y a su ocupante.
La historia oficial dice que decidió
largar la carga de explosivos sobre el mar para poder bajar a tierra con
mayores probabilidades de éxito. Yo creo que nunca pensó realmente en bajar a
tierra. Sabía que su destino estaba en el cielo.
En esta página se habla del destino de los
Mirage y el de mi héroe.
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