Todos
los escritores tienen sus vicios. Uno de los vicios de Juan José está en cierta
aura de autodidactismo que emana de sus hojas. Esto se revela, como en el caso
de Sarmiento, en la recurrencia a las citas, al armado de un texto como
justificándose a cada línea de escritura. Esto lo dijo fulano, en tal año, en
tal libro, en tal tomo. No está mal como sistema, pero hay veces que el
prestigio del autor ya basta como para que las fuentes que maneja sean
indubitables, incluso en el caso de que estén omitidas. Otras veces la
justificaciones suenan a defensa y hasta a prejuicio sobre el lector: ¨Ya sé que
muchos pensaran que yo esto o que yo lo otro o que yo lo de más allá, sin embargo…¨
Otro
de los vicios de nuestro autor está en como titula los libros. Son títulos
maravillosos, inevitables. He comprado libros de Juan José sólo por sus tapas. Bautizar
a sus libros como El vacilar de las cosas
o El asedio a la modernidad, son
genialidades. Pero también pueden ser trampas, porque en el interior de los
libros tal vez no se justifiquen las expectativas.
Yo
nunca terminé un libro de Sebreli. Son muy trabajados, un tanto torpes y
envejecen con una rapidez asombrosa. (Temerariamente, puedo afirmar esto sin necesidad de
concluirlos). No obstante lo cual,
cuando he vuelto a leer un nuevo título, como El olvido de la razón, cometí el pecado de comprar. En este
caso, los vicios son míos.
¿Y
tal vez usted se pregunte por qué yo vengo a titular estas líneas como El vicio de Sebreli, cuando era acaso más acertado Los
títulos de Juan…, o el empleo del plural? Porque
si hay algo que aprendí de Juan José es que hay que pensar cómo se van a llamar
nuestros textos. No importa que los mediocres te tilden de homófono o de
ordinario. Lo más importante es que abran el texto y lo empiecen. El resto es
problema de ellos. (Si, también como Sebreli, sentí la necesidad de
justificarme).
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