sábado, 27 de agosto de 2016

Mis amigos del futuro

           
Hacia los siglos I y II,  los habitantes del norte de Egipto, algunos de ellos cristianos, tenían un hábito extraño. Se hacían retratar y luego colgaban la pintura en la pared por el resto de sus días. Al morir se los momificaba y luego se los enterraba con el retrato sobre la cara. Parece ser que la momificación se había abaratado mucho y se la hacía con menor cuidado, pero de modo más democrático, y que más que menos cualquier burócrata o comerciante podía costearse una buena momificación y una buena pintura.

           Los retratos de El Fayum no son cualquier cosa: son las imagenes más fidedignas de seres humanos que vivieron hace dos milenios. Vemos esos retratos y, literalmente, reviven, están de vuelta. Tienen, entendemos, una fidelidad tal a los seres originales que portaron esos rostros que asustan, conmueven, dan ternura. Puede ser que ellos mismos, ya pelados y gordos, no se hayan reconocido a sí mismos al momento de partir. Pero ese momento de sus vidas en que fueron retratados llegó hasta mí con una pureza de HD.


             Me inquieta saber que se murieron hace tanto, me alecciona, de alguna manera en sus sonrisas me quedo tranquilo. Son mis amigos y consejeros. Gente de la zona de Alejandría, con su biblioteca y sus altas especulaciones: tal vez la zona más intelectual del mundo antiguo. Siento que nadie los defiende. Y es por eso que quiero aclarar algunas cosas que leí sobre ellos y  que me sublevan las pelotas.  

Uno de los disparates más recurrentes a la hora de hablar de estos retratos tan vívidos está en considerarlos un sincretismo, esto es, una mezcla de culturas: momias  egipcias, retratos romanos, culto funerario greco-cristiano donde asoma la idea de inmortalidad personal democrática, con influencias de oriente medio, bla bla, bla. Paremos de joder con esta idea eurocéntrica, grecocéntrica o cristianocéntrica que ignora la historia de Egipto, justamente de Egipto. A nadie se le ocurriría decir que las obras de Virgilio son un sincretismo grecoromano o que el Renacimiento es un sincretismo gótico-bizantino.  En fin de cuentas, toda cultura es sincrética, pero si usted pone en una licuadora a un tano, una gallega, un judio y un qom no le va a salir un argentino,  aunque probablemente el resultado continúe siendo judío, un judio un tanto desteñido. Bueno, con los egipcios pasa como con los judios: entre Keops y estos retratos median 2.500 años, pero las momias y el carozo de esa cultura continúa siendo la misma, porque es un pueblo que reprodujo de una manera admirable su cultura. Desde Cesar, que se encariñó de Cleopatra, hasta Napoleón, que fue a meterles bala, siempre hubo admiración de occidente por Egipto, y eso no fue recíproco.

Por otro lado, los retratos son un caso ejemplar de crisol de razas, (y este puede ser, creo, un motivo que dispara la idea del sincretismo). La variedad de colores en las pieles y la diversidad de rasgos son enormes. Parece ser que la sociedad acomodada y no tan acomodada del norte de Egipto de hace dos mil años era sumamente heterogenia y que los casamientos cruzados eran habituales. Eran épocas en las cuales el concepto de ¨nación¨ pasaba principalmente por la lengua y la cultura heredada. Es muy probable que todos los retratados hablaran el copto y/o el griego, (e incluso el latín, que desde el punto de vista cultural era una lengua absolutamente menor).

Otra cosa que indigna es que cada vez que se habla de la historia de los retratos se suelen omitir a los retratos de El Fayum.  Es más, podemos considerar que entre ellos se puede contabilizar el primer autorretrato de la historia, porque es dable pensar que alguno de los autores también se haya querido procurar un retrato para el día de su muerte. Además, es notable el protagonismo femenino. La mitad de las pinturas son mujeres y tienen un look muy moderno. No sé de otro período donde ese protagonismo sea tan evidente. Ni siquiera en la pintura holandesa del siglo XVII.

Pero hay un punto que me molesta particularmente, y es el de la esperanza de vida de los egipcios de ese entonces. Como queda dicho, hoy sabemos que los tipos se retrataban en vida, mayormente jóvenes y se dedicaban a vivir hasta que eran inhumados con el retrato. Pero no siempre se supo eso. En un principio se dijo innumerables veces que la corta edad de los protagonistas de las pinturas obedecía a que la esperanza de vida de aquel entonces era breve, muy breve, y no superaba los 35 o 40 años. Pero un detenido examen de las momias llevó a la conclusión que las personas eran las mismas, pero que muchas veces eran mayores de lo que muestran los retratos. Eso dio lugar a un delirium tremens en el mundillo del arte. Muchos estudiosos llegaron a decir bravuconeadas como: ¨bueno, el clima seco de Egipto propiciaba que vivieran unos cuantos años, y bla bla bla…¨


             El verdadero problema es que tanto los expertos en el arte (que no tienen la obligación de saberlo) como muchos expertos en demografía (que tienen la obligación), ignoran cómo es que baja o sube la esperanza de vida de una población en términos generales.


          La gran mayoría de los seres humanos, históricamente, murieron al momento de nacer o antes de cumplir un año. Eso hace que baje la esperanza de vida de forma dramática. Pongamos un ejemplo. Si el mundo se redujera a dos personas, una vive hasta los 70 y el otro muere antes de cumplir el año, la expectativa de vida de ese mundo sería de 35. Es por eso que los paleodemógrafos,  los buenos,  suelen hacer estadísticas que miden en siglos pretéritos la esperanza de vida de aquellos que superaron el año, que era lo menos frecuente en el pasado, que es como decir ayer mismo,  y que fue lo normal en toda la historia de nuestra puta especie. Y, si son hondamente idóneos, tienen en cuenta que las mujeres solían morír al dar a luz, el primero antes de los 15. (La enorme cantidad de mujeres retratadas jóvenes, en comparación a los varones, no se debe a coquetería ni a la efectiva muerte temprana: se debe, arriesgo, al por si las dudas.)  No obstante lo cual, la mayoría de las mujeres no morían en el parto y normalmente llegaban a conocer la menopausia. En síntesis: la esperanza de vida por entonces no bajaba de 50 años; siempre había una que se iba a los 30 y siempre hubo ancianos y ancianas de 70.


En mi habitación, sobre la pared, tengo algunos retratos de estas gentes. Yo los miro como a través de un cristal, delgado como un papiro, que separa de mala manera dos mil años y que de alguna manera los junta. Habrán reído, habrán llorado, se habrán enamorado y hasta quizás, quien sabe, tuvieron tiempo de despedirse. Están representados con tanta verosimilitud que dan ganas de abrazarlos. Son mis amigos del pasado y del presente y, si dios o los infinitos dioses quieren, también del futuro. Solo es cuestión de tiempo. Y ahora que lo pienso bien, que sean 35, que sean 70, que le puede importar al que te espera desde hace dos mil años. 


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