
Los retratos de El Fayum no son cualquier cosa: son las imagenes más fidedignas de
seres humanos que vivieron hace dos milenios. Vemos esos retratos y,
literalmente, reviven, están de vuelta. Tienen, entendemos, una fidelidad tal a
los seres originales que portaron esos rostros que asustan, conmueven, dan
ternura. Puede ser que ellos mismos, ya pelados y gordos, no se hayan
reconocido a sí mismos al momento de partir. Pero ese momento de sus vidas en
que fueron retratados llegó hasta mí con una pureza de HD.
Me inquieta saber que se murieron hace tanto,
me alecciona, de alguna manera en sus sonrisas me quedo tranquilo. Son mis
amigos y consejeros. Gente de la zona de Alejandría, con su biblioteca y sus
altas especulaciones: tal vez la zona más intelectual del mundo antiguo. Siento
que nadie los defiende. Y es por eso que quiero aclarar algunas cosas que leí
sobre ellos y que me sublevan las
pelotas.

Por otro lado, los retratos son un
caso ejemplar de crisol de razas, (y este puede ser, creo, un motivo que
dispara la idea del sincretismo). La variedad de colores en las pieles y la
diversidad de rasgos son enormes. Parece ser que la sociedad acomodada y no tan
acomodada del norte de Egipto de hace dos mil años era sumamente heterogenia y que los casamientos cruzados
eran habituales. Eran épocas en las cuales el concepto de ¨nación¨ pasaba
principalmente por la lengua y la cultura heredada. Es muy probable que todos
los retratados hablaran el copto y/o el griego, (e incluso el latín, que desde
el punto de vista cultural era una lengua absolutamente menor).

Pero hay un punto que me molesta
particularmente, y es el de la esperanza de vida de los egipcios de ese
entonces. Como queda dicho, hoy sabemos que los tipos se retrataban en vida,
mayormente jóvenes y se dedicaban a vivir hasta que eran inhumados con el
retrato. Pero no siempre se supo eso. En un principio se dijo innumerables
veces que la corta edad de los protagonistas de las pinturas obedecía a que la
esperanza de vida de aquel entonces era breve, muy breve, y no superaba los 35
o 40 años. Pero un detenido examen de las momias llevó a la conclusión que las
personas eran las mismas, pero que muchas veces eran mayores de
lo que muestran los retratos. Eso dio lugar a un delirium tremens en el
mundillo del arte. Muchos estudiosos llegaron a decir bravuconeadas como: ¨bueno,
el clima seco de Egipto propiciaba que vivieran unos cuantos años, y bla bla
bla…¨
El verdadero problema es que tanto los expertos en el arte (que no tienen la obligación de saberlo) como muchos expertos en demografía (que tienen la obligación), ignoran cómo es que baja o sube la esperanza de vida de una población en términos generales.
La gran mayoría de los seres humanos, históricamente, murieron al momento de nacer o antes de cumplir un año. Eso hace que baje la esperanza de vida de forma dramática. Pongamos un ejemplo. Si el mundo se redujera a dos personas, una vive hasta los 70 y el otro muere antes de cumplir el año, la expectativa de vida de ese mundo sería de 35. Es por eso que los paleodemógrafos, los buenos, suelen hacer estadísticas que miden en siglos pretéritos la esperanza de vida de aquellos que superaron el año, que era lo menos frecuente en el pasado, que es como decir ayer mismo, y que fue lo normal en toda la historia de nuestra puta especie. Y, si son hondamente idóneos, tienen en cuenta que las mujeres solían morír al dar a luz, el primero antes de los 15. (La enorme cantidad de mujeres retratadas jóvenes, en comparación a los varones, no se debe a coquetería ni a la efectiva muerte temprana: se debe, arriesgo, al por si las dudas.) No obstante lo cual, la mayoría de las mujeres no morían en el parto y normalmente llegaban a conocer la menopausia. En síntesis: la esperanza de vida por entonces no bajaba de 50 años; siempre había una que se iba a los 30 y siempre hubo ancianos y ancianas de 70.
En mi habitación, sobre la pared,
tengo algunos retratos de estas gentes. Yo los miro como a través de un
cristal, delgado como un papiro, que separa de mala manera dos mil años y que
de alguna manera los junta. Habrán reído, habrán llorado, se habrán enamorado y
hasta quizás, quien sabe, tuvieron tiempo de despedirse. Están representados
con tanta verosimilitud que dan ganas de abrazarlos. Son mis amigos del pasado y
del presente y, si dios o los infinitos dioses quieren, también del futuro.
Solo es cuestión de tiempo. Y ahora que lo pienso bien, que sean 35, que sean
70, que le puede importar al que te espera desde hace dos mil años.
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