domingo, 2 de octubre de 2016

La carta de Einstein

              
  Un conocimiento a medias es  peor que la ignorancia. Un conocimiento a medias es producto de un saber que se impone, incluso en los claustros universitarios, y que está contaminado de moralina, de indignación, de falta de sentido histórico. Quienes tienen un conocimiento a medias suelen llevar como bandera ideas o conclusiones que nadie que haya estudiado el tema seriamente sería capaz de suscribir. Son imposiciones de la política del momento, de la ética de la época, pero de la época en que se predican, no de la época en que las cosas pasan. Es muy fácil embaucar a miles de personas con coyunturas del presente que no existían en el pasado. Los que tienen un conocimiento a medias suelen caer en ese error. Son adoctrinados por doctores que, en el mejor de los casos, saben la verdad completa, pero especulan con ventilar solo una parte de ella para lavar cerebros.
                Los ignorantes que se interesan por las cosas de esta vida saben y están convencidos que Einstein era un pacifista y un genio. Es, digamos, la parte oficial de la historia. Un judío víctima del nazismo que huyó de su país y se puso al servicio de los Estados Unidos.
                Los que tienen un conocimiento a medias, impuesto, saben que Einstein escribió una carta a Roosevelt  aconsejándolo sobre la necesidad de producir una bomba atómica.
                Los que realmente saben la historia, completa, saben ciertas cosas que no te van a enseñar en la facu, y que los profes no están dispuestos a enseñar sin tener consecuencias al respecto. Son los que saben que la historia es interesante porque es compleja, y que una historia sin complejidades no vale la pena.
                La carta de Einstein fue escrita en  agosto de 1939, un mes antes del inicio de la segunda guerra, en la cual Estados Unidos no tomó parte activamente hasta mucho después. En esa carta Einstein alerta sobre la posibilidad cierta de que Alemania fabrique una bomba atómica. Para Einstein y el servicio de inteligencia de los Estados Unidos, con el que el científico debió de tener algún tipo de contacto, no era ningún secreto. Alemania tenía la ventaja en materia científica. Cuando los germanos toman Noruega se hacen con la posibilidad de producir agua pesada, necesaria para la fisión del átomo. Instalan una fábrica en Telemark, en ese país,  y empiezan las investigaciones. A esa altura el premio nobel de física tenía razón de sobra. Alemania puso recursos humanos y de los otros en conseguir un arma de gran poder destructivo, y estaba a la vanguardia, y si las contingencias de la guerra no lo impedían, la hubieran obtenido.  Afortunadamente un boicot y el bombardeo aliado hizo que el nazismo perdiera Telemark y con ello la posibilidad de hacer una bomba atómica (puntualmente el 28 de febrero de 1943).
                No obstante lo cual, hacia el final de la guerra, y para sorpresa de todos los aliados, Alemania produce las V1 y las V2, siendo esta última el primer cohete de vuelo suborbital de la historia. Más aún, produce el ME 262, que es el primer avión a reacción del mundo. Evidentemente los alemanes, como decía varios años atrás Einstein en su carta, estaban en condiciones de llevar a cabo cosas increíbles, incluso en las condiciones más adversas.
                Con el correr de los años, el científico salió a decir que se había arrepentido, o, para ser más exacto, a condenar la actividad atómica. Muchos le creyeron, y quienes tiene un conocimiento a medias se indignan. Pero Einstein, que no era ningún boludo, sabía que ese arrepentimiento era falso, afortunadamente falso.
                No hay nada más fácil que adoctrinar a la gente que se interesa por un tema con verdades a medias. Se puede recurrir a documentos históricos si es necesario, como una carta. Van a salir a la calle a hablarles a las mayorías, ingenuas e interesadas en el tema, con novedades apetecibles, con un aspecto interesante del asunto en cuestión, pero que no apunta al fondo de las cosas.  

Yo prefiero comprender, porque comprender es más interesante. Y más intransferible, tal vez. Uno no puede ir por el mundo explicando cosas complejas. Y acaso los que más ignoran y tienen por religión que Einstein era un santo estén más cerca de la verdad que aquellos que tienen un conocimiento a medias, denigrándolo por una carta que tiene un sentido histórico concreto. 

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